Vista la enorme dificultad para obtener una mayoría suficiente, se impuso, a golpes de una retórica escasamente sutil, la idea de que habría de gobernar el más votado, y así ha acabado sucediendo. ¿Qué ha pasado? En realidad, la mayoría electoral contraria a la continuidad no ha sido capaz de articular ninguna alternativa porque, en el fondo, no cree suficientemente en la democracia representativa, sigue prisionera del síndrome leninista de una manera de entender el liderazgo basada en el todo o nada, o en el cuanto peor, mejor. Por eso, Iglesias no supo ni quiso apoyar una alternativa parlamentaria viable en la anterior legislatura, y, también, por eso mismo, Sánchez, y el PSOE que ya no tiene la llave de nada, ha pasado de las vísperas de todo al infierno de las expectativas más inciertas.
Los errores sin fin del PSOE
Cuando un partido político que lo ha sido todo acaba no siendo sino la muleta de lo supuestamente inevitable es que su energía política se ha acabado por extinguir. Habrá quienes no lo lamenten, pero los socialistas deberían pensar en lo que les ha pasado y nos han hecho, más allá de echarle las culpas al joven Sánchez que, visto lo visto, simplemente pasaba por allí. Es característico de la inaudita mediocridad de la cultura política imperante el que se pueda atribuir la pendiente que les ha llevado a la pérdida de bastante más de la mitad de los votos desde 2008 a errores de una persona. Que el poder político del PSOE haya desaparecido cuando se ha producido el zenit de su ideario, cuando un sistema de creencias socialdemócrata avanzado y absolutamente naif se ha convertido en el denominador común de todo el parlamento, es lo que debiera darles que pensar.
Se puede decir que han muerto de éxito, y lo han hecho porque entregados a la pura búsqueda del poder y de su mantenimiento, no han advertido que su adversario les estaba robando la cartera, que Montoro les pasaba muy por la izquierda, y que a Rajoy no le iba a temblar el pulso ante cualquier iniciativa de las que, hasta no hace mucho, hacían conmoverse a la derecha.
Embobados ante ese mejunje ideológico, y en ese federalismo de todo a cien que los nihilistas que gobiernan el PP no tienen el menor embozo en suscribir, se han olvidado del significado histórico de la izquierda, y, cuando uno de los suyos ha tratado de rescatarlo, han creído ver que se ponía en riesgo su poder, y han procedido a ejecutarlo… para entregar el poder a Rajoy, a alguien que, hasta ahora, ya veremos qué pasa luego, ha demostrado una mayor capacidad de manejo de los resortes del mando.
Lo verdaderamente irritante para quien crea saber qué debiera ser el PSOE, no es que ese partido haya perdido poder, sino que lo haya hecho mientras sus ideas han seguido siendo predominantes, porque han quedado como fosilizadas en la acción política de su principal adversario, ese al que han acabado por darle la patente necesaria para continuar con el sainete.
El PP y el mal menor
La enorme pérdida de votos del PP ha sido relativamente menor que la de su pareja de baile, y ello se debe exclusivamente a lo bien que han sabido manejar el miedo de sus electores, y, en alguna medida, el miedo de los propios socialistas al hacer resplandeciente la pesadilla de unos desharrapados que se recrean en recordarles que son hijos del González que asesora a Slim y cuyas manos no están tan limpias como las de Iglesias, que todavía no ha podido matar a nadie.
La grey del PP es bastante más mansa que la socialista, porque, como buenos pesimistas, creen en el mal menor y les parece que Rajoy encarna esa promesa fatalmente débil, veremos lo que dura el encantamiento. Los líderes rajoyistas, por su parte, ya han comprendido que su misión es mantener el hechizo, la idea de que se puede crecer y mejorar de manera indefinida sacando cada vez más de cada vez menos, apretando las clavijas a los incautos que han pensado que podrían desentenderse del negocio de la política y dedicarse a invertir y a ahorrar, esos que van a ser el objetivo predilecto del nuevo ministro de Hacienda que tendrá que dejar a Montoro convertido en un liberal desorejado, porque tendrán que sacar de ahí el dinero necesario para arreglar el desastre que han recibido por herencia de… ellos mismos, aunque es posible que los socialistas buenos les ayuden a echar la culpa de todo a Sánchez.
Que la realidad no nos estropee una buena política
La creencia en que el PP de Rajoy representa la única solución desesperada, en ausencia de atractivo alguno, se va a ver sometida, no obstante, a fuertes pruebas. ¿Cuánto podrá soportar el contraste entre la llamada creación de empleo y el déficit creciente de la seguridad social? ¿Cómo explicarán que creciendo tanto y con una fiscalidad embravecida nuestros ingresos sean menores? ¿Será Bruselas capaz de reventar el artificio rechazando cuentas y presupuestos por tramposos y fantásticos? Aún más, ¿se bajará Rajoy de la burra o se unirá al coro de las izquierdas reclamando más sensibilidad, más audacia, más poesía, a una realidad tan ingrata como insoportable?
Rajoy ya ha dicho que quitará la reválida, no ha dicho que es franquista porque es hombre moderado, pero la dejará sin efectos, que es lo que se lleva. Nadie le va a ganar en el dominio de las palabras, en librarse de alusiones molestas, en inventar lo que haga falta para que la música suene, hasta ese punto ha convertido Rajoy a la derecha en un disfraz de lo que fuere menester. Pero Rajoy no va a ser infiel a su destino, a su empeño en no hacer nada que perjudique, especialmente cuando el parlamento va a ser, en cierto sentido, más rajoyista que nunca, más partidario que nadie de confiar en que las cosas no son lo que son, sino lo que decimos que son, en arreglarlo todo con meras palabras.
Nuestro Parlamento ya ha dado pruebas suficientes de diligencia en su capacidad de gobernar para sí, olvidándose del resto, como lo hizo al subirse las pensiones a excepción de la austeridad impuesta al personal ajeno. Por eso es difícil poner muchas esperanzas en esta legislatura, pero, al final, hasta las cuerdas más largas acaban teniendo un cabo, y veremos en qué para ésta.
Los límites de una política basada en los errores ajenos
Sin mérito mayor, perdiendo millones de votos tan desconcertados como hartos, el PP de Rajoy ha sobrevivido y llega de nuevo al Gobierno merced a los errores ajenos. Quien espere aciertos deberá hacerlo sentado, y no desesperar si es de los cree que Madrid puede continuar siendo la corte de los milagros. Hasta ahora, sin embargo, el PP ha tenido un desplome paralelo al del PSOE. Lo que hay que preguntarse es qué podría revertir ese proceso, o si el PP habrá de pasar por un trance parecido al del PSOE, que no es el fin de nada, sino el comienzo de lo que no se sabe.
Muy probablemente, la tentación de Rajoy será la de darse más cuerda en el PP con el apoyo entusiasta de quienes viven de su continuidad. Zapatero solía decir, eran otros tiempos, que no importa equivocarse porque ya vendrá el PP a sacarnos del hoyo. Ahora parece que ya no funciona el sistema, apenas lo hace al revés.
Hasta que la política española no vuelva a formularse en términos de propuestas realmente alternativas al consenso imperante, en términos de real confrontación y no de rivalidad fingida, por visceral que sea, la amenaza que se adivina es que sean los errores de unos y de otros los que acaben beneficiando al que todavía no ha podido cometer casi ninguno, y no me refiero a Ciudadanos que ya ha dado muestras suficientes de su grandeza de ánimo allí donde ha podido, sino al riesgo nada improbable de que todo el tinglado se venga abajo mientras los diputados de la mayoría discuten si es aplicable o no la ley de la gravedad, por poner un ejemplo, confiados, con la fe del carbonero, en que la realidad del mundo, en la que no piensan ni medio minuto, no será suficiente para llevárselos a todos por delante.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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