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viernes, 14 de octubre de 2016

EN LA ESPAÑA QUE NUNCA EXISTIÓ



Es pasmoso que los verdaderos problemas de los españoles se hayan pospuesto sistemáticamente a la cuestión absolutamente menor de quién es el que se sienta en la Moncloa, en especial cuando apenas cabía otra alternativa que la finalmente impuesta. 

El pasado 12 de octubre, bajo un aguacero general, sin parlamento, sin gobierno, y con un buen montón de organismos oficiales diciendo hacer la guerra contra todos, ha dado una imagen desastrosa de la situación española, mejor dicho, de la situación de nuestras instituciones. Es evidente que hemos llegado al final de la travesía emprendida a la muerte de Franco. Supimos huir de un peligro, pero no acabamos de evitar completamente sus causas, y esa es la realidad que asoma tras una buena variedad de desajustes y disonancias con una sociedad menos dividida que sus políticos, menos enmohecida que sus administraciones, pero sometida a un tratamiento que, a la larga, o incluso a menor plazo, podría llegar a producir espasmos muy peligrosos. 
La causa de todos nuestros desajustes está en el miedo, en la falta de naturalidad para hablar de lo que realmente nos pasa
La causa de todos nuestros desajustes está en el miedo, en la falta de naturalidad para hablar de lo que realmente nos pasa, en la actitud moral que nos lleva a ocultar los problemas más graves bajo las viejas alfombras de la supuesta calma y la costumbre rutinaria. Fruto de esa estrategia tan equivocada como asustadiza es el hábito de posponer los problemas y las soluciones, esa destreza nacional cuyo campeón volverá a conseguir lo que se proponía, permanecer en Moncloa unos meses más, a ver si escampa. Son hábitos de país viejo, pero no inmortal.
La ejemplaridad de la Justicia
Cuando la Justicia se dispone a solventar, casi una década después, dos de los mayores escándalos políticos recientes, el escamoteo metódico de la realidad más verosímil se presenta en todo su esplendor. Se trata de un negocio de intereses comunes, hay un verdadero enjambre de pequeñas instituciones que conspiran para que, como en el soneto cervantino del fantasmón, todo quede en nada. Resulta que se habla de financiación ilegal de un partido y se manejan cifras de ciento cincuenta mil euros, que es como el cuento de la lechera, pero al revés, y tampoco está claro si el asunto es que los cacos robaban al partido, o lo financiaban, que ya es delito. Y si nos fijamos en el otro caso, resulta que alguien está empapelado por tener unas decenas de millones que se dice no son suyos, pero la cosa es tan extraordinaria que la víctima del robo no ha dicho ni mu, y lo enorme es que nadie se extraña, sin que esté claro si es porque todos la conocen, o porque nadie quiere ni oír hablar de ello, tan pudorosos son los oídos de los españoles ante la verdad desnuda. Si a una Justicia tan escurridiza se le añade una prensa genéricamente servicial, y siempre dispuesta a fijar la atención del público en lo de menos, se comprenderá muy bien la enfermedad retórica que llevó a los constituyentes a proclamar la presunción de inocencia como un derecho esencial, y que, visto lo visto, es tan imprescindible como un sombrero de copa para ir a la ITV.
No se ha tratado, sin duda, de un ejemplo de parlamentarismo democrático que haya de estudiarse en los principales think tank y universidades del universo mundo
El futuro falsamente despejado 
Por fin tenemos gobierno, hemos gastado casi un año en desojar la margarita parlamentaria, y no me quejo porque la ausencia de gobierno ha podido ser muy preferible a lo que nos espera, y, al final, ha habido que ejecutar al chivo expiatorio de turno para que la institución resulte viable. No se ha tratado, sin duda, de un ejemplo de parlamentarismo democrático que haya de estudiarse en los principales think tank y universidades del universo mundo. Ha vencido la cachaza y la sabiduría cazurra del poder establecido frente a las bravatas infantiles de los asaltantes, todo muy ejemplar. Un ejercicio de nuevo parlamentarismo ha acabado en un desfile de impotencias, en un nuevo aplazamiento de la política a cargo del partidismo desorejado.
Es pasmoso que los verdaderos problemas de los españoles, las amenazas a la ley y a la unidad política de España, el envejecimiento de la población, el desastre de la situación universitaria y educativa, la ridícula ineficacia de la Justicia, el gigantismo, la duplicidad, o triplicidad, de las administraciones públicas, la necesaria reforma del sistema de pensiones, una ley de partidos capaz de someterlos a normas generales que ahora violan con absoluta impunidad, y un buen número de problemas en nada menores, se hayan pospuesto sistemáticamente a la cuestión absolutamente menor de quién es el que se sienta en la Moncloa, en especial cuando apenas cabía otra alternativa que la finalmente impuesta.
Un proyecto razonable
Los grandes partidos están en proceso de desguace, uno evidente por el escándalo cainita, el otro larvado por su subordinación al caudillismo, una herencia maldita de la que ha de desembarazarse en cuanto pueda, si es que se atreve. Sus políticas son extemporáneas, inadecuadas, autistas, nos separan a toda máquina de la era en que el mundo está metido de hoz y coz. Es verdad que no es un problema que nos afecte sólo a nosotros, y basta con fijarse en EEUU y en el Reino Unido, por poner ejemplos no menores, pero que hemos de solucionar si no queremos entrar en la fase final de un deterioro irreversible del sistema político que no nos llevaría a nada bueno. El miedo a lo desconocido, a que no aparezca una España distinta, una España mejor que la que nunca existió, es el gran obstáculo al que se une una lamentable carencia de buenos hábitos políticos, de auténtica moral democrática. Como en esta columna no se habla habitualmente bien de Rajoy, me parece de justicia destacar su buen sentido al no tratar, al menos, de aprovechar la debilidad, en parte inducida, de su principal adversario para acrecentar el peso parlamentario del PP con unas terceras elecciones que hubieren sido ten deletéreas como surrealistas.
Nos enfrentamos a una legislatura corta y convulsa que solo tendrá alivio si las dos grandes fuerzas se aprestan a reparar, en la medida que puedan, las grietas más obvias del sistema
Nos enfrentamos a una legislatura corta y convulsa que solo tendrá alivio si las dos grandes fuerzas se aprestan a reparar, en la medida que puedan, las grietas más obvias del sistema, y han de hacerlo, lo que roza el virtuosismo, que es siempre improbable, poniendo en juego lealmente sus liderazgos, redefiniendo con rigor y sin oportunismo sus políticas para que los españoles puedan elegir de verdad sin optar por dos versiones gastadas y sucias de lo mismo.
Para lo que necesitamos, el pesimismo está muy de más, pero, muy peor que el pesimismo sería seguir engañándonos sobre el monto de los problemas a que deberemos enfrentarnos, y no parece que los que han tenido mayores responsabilidades en que la situación se pudra estén en las mejores condiciones para arreglarlos. No es su hora, la hora de la España oficial, sino la de todos nosotros, los españoles que padecemos la absurda condena de los males de una España frustrada, y nos creemos capaces de afrontar y resolver tranquilamente sus problemas. Es necesario poner en pie una sociedad que pueda enfrentarse a sus temores sin ira y sin impotencia, que sepa desembarazarse de los maximalismos y las peleas engañosas, que sea capaz de encarar los desafíos del futuro que tenemos derecho a merecer, si estamos dispuestos a algo más que esperar gabelas de bienestar nominal de un Estado imposible, a hacer algo esforzado, ejemplar y generoso por nosotros mismos.

                                                                 J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS  Vía VOZ PÓPULI
 

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