“Asesores y coches oficiales”, denunciaban los congregantes de la nueva política cuando denunciaban a la casta. “Nos hemos pasado de frenada”, reconocen ahora. El alcalde de La Coruña, Xulio Ferreiro -de las Mareas, no sabemos si bajas o altas, puesto que gallego- en un encomiable acto de contrición, ha reconocido que una cosa es predicar y otra es dar trigo. Lo bueno de H. G. Wells es que se inventó un solo hombre invisible. Y no una legión entera. Lo malo de Podemos que en vez de ensayar con un solo municipio, el PSOE les otorgó una legión entera. Ahí están desde hace un año, ensayando con sus vecinos como si fueran cobayas, experimentando con sus ayuntamientos con en un laboratorio. Más que un desastre, es una pandemia.
Podemos y alrededores están demostrando su impericia en la gestión de los ayuntamientos que les han caído en suerte. Ferreiro, por ejemplo, se ha dado de bruces con la cruda realidad. Una cosa es denunciar las atrocidades que perpetran los bancos, los poderosos, Bruselas, los ricachones, Merkel, los de las tarjetas black y, otra bien distinta es ponerse al frente de los mandos de una gran ciudad. La catástrofe es inevitable. El día a día te pone en tu sitio. El munícipe gallego anda ahora a la busca de verdaderos profesionales introduzcan algo de orden en el marasmo en el que ha sumergido a su ciudad.
Por algunos barrios de Madrid no se paseaban las ratas desde la postguerra. La atrabiliaria gestión de Podemos está convirtiendo a la capital de España en una especie de villorrio centroafricano. Suciedad, cochambre, descontrol, nepotismo… Nada más llegar al Consistorio, Manuela Carmena, armada con sus adorables madalenas caseras, tomó la decisión de desmantelar la oficina antidesahucios. De orden de la señora alcaldesa, en Madrid ya no había desahuciados, ya no existía ese problema. Toda esa pobre gente que Podemos utilizó, en mítines, escraches, algaradas, como núcleo argumental de sus discursos, había desaparecido. Quizás se fueron todos a vivir a La Finca, junto a Cristiano. A saber.
La Fiesta Nacional
Los concejales madrileños son seres fantasmagóricos, casi como el hombre invisible, que consumen su tiempo entre viajes y ocurrencias. Allá donde se celebre algún cónclave con un enunciado que incluya las palabras ‘ciudad’, ‘sostenible’ o ‘igualdad’, allí se plantan. Carmena, por ejemplo, aprovechó el puente de la Fiesta Nacional, una efeméride algo molesta, para plantificarse en Ecuador, donde se la aguardaba con expectación ansiosa. La mitad de su equipo de Gobierno hizo lo propio. Se desplegaron por el orbe a cargo del contribuyente. Los despachos, vacíos. Dejaron a los madrileños con su Rey y su Fiesta.
“Ni coches oficiales ni asesores”, clamaban. La alcaldesa, recién elegida, se hizo una vez una foto en el Metro. Y la pillaron al bajarse en la segunda parada para subirse luego en su auto oficial. En cuanto a los asesores, eso también, ha tenido la ocurrencia de aumentar su número un 48 por ciento en un año. Padres, hermanos, sobrinos, cuñados y compañeros de aventuras de okupación se han amarado a las nóminas del Consistorio con profusión similar a la de las ratas que deambulan resueltamente por el centro urbano.
Madrid es una vieja que se muere muy, muy lentamente. Parece que no hay nada notable o interesante en esto. Apenas se escuchan protestas. Ni siquiera un silbido. Aumentan el precio de los parquímetros un 50 por ciento y sólo se queja Esperanza Aguirre. Se multiplican los cráteres del asfalto como en la cara oculta de la luna y acaso algún motorista maldice tras la trompada. Dilapidan un millón de euros en montar una radio para señalar disidentes y propalar autobombo y algún concejal aislado emite un leve gruñido.
En las ciudades de Podemos habita el caos. El alcalde de La Coruña ha tenido la honradez de reconocerlo. Ada Colau, tan avispada que no sólo arrojará a Convergencia del Palacio de la Generalitat sino que le cortará la cabellera a Iglesias, lo vio a tiempo. Montó su equipo con los restos del maragallismo, gente con experiencia, que había diseñado una ciudad olímpica.
Carmena deambula por las nubes, su concejal de Seguridad hostiga a sus policías, Rita la dulce recita inconexas trivialidades y todo su equipo se ha convertido en el espejo cóncavo del disparate, que sólo se muestra en público cuando un grupo de argelinos se amotina en el refugio para impedir que les devuelvan a casa.
Ahora ha dado Iglesias a su troupe morada la orden de volver a las calles. No a cazar ratas, ni a arreglar el alumbrado, ni a tapar los socavones. Pretende arrumbar a los restos del PSOE en el estercolero. En ello está. Mientras tanto, sus mediocres alcaldes están convirtiendo a sus ciudades en unos escenarios grises e inhóspitos, de calles crepusculares y esquinas recelosas, donde se ventilan los rencores sociales y se animan persecuciones tribales. Una realidad lóbrega y ominosa, donde toda fealdad (Cabalgata de los Reyes incluida) tiene su asiento. El PSOE, gran culpable del delirante enjuague, podría solucionarlo en dos patadas. Seguimos a la espera.
JOSÉ ALEJANDRO VARA Vía VOZ PÓPULI
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