José María Aznar acumuló a lo largo de sus ocho años como Presidente del Gobierno luces y sombras, aciertos y errores, grandezas y miserias, como corresponde a un ser humano falible, condición en la que estamos todos. Sus cuatro equivocaciones más sonadas fueron: 1) su cambio de estrategia en Cataluña en 1996, desarbolando su partido en territorio nacionalista y abriendo el paso a la aparición de Ciudadanos, además de dejar el camino expedito a la radicalización nacionalista de la que ahora vivimos la eclosión 2) su retirada tras su segundo mandato antes de coronar su obra de reformar el Estado para hacerlo más eficiente y de dotar de competitividad al sector productivo español 3) su elección a dedo de un sucesor que se ha revelado incapaz para la tarea que le encomendó en vez de permitir que el PP eligiese democráticamente al nuevo líder y 4) su cooperación activa con la invasión de Iraq y la subsiguiente destrucción del régimen de Saddam Hussein, que transformó Oriente Medio en el caos sangriento que es hoy.
Entre los logros, hay que citar la entrada triunfal de España en la moneda única mediante un programa acelerado de austeridad y medidas económicas de liberalización y privatización, la decidida acción en el seno de la Unión Europea que colocó a España entre los Estados Miembros más influyentes, una firme y ambiciosa serie de actuaciones en el campo cultural e institucional que contribuyó a reforzar el orgullo de los españoles por serlo y su empeño en equipar a su partido con una base conceptual, intelectual e ideológica que diese sentido y significado a sus objetivos políticos.
El instrumento del que se valió para esta última tarea fue la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, FAES. Este taller de ideas dedicado a la elaboración de pensamiento en los ámbitos económico, social, cultural y político, a la formación de futuros responsables públicos y al establecimiento de vínculos entre el partido y el mundo académico, intelectual y artístico, fue una iniciativa brillante de Aznar cuando aún era Presidente de la Comunidad de Castilla y León, que después trasladó a Madrid para ser uno de los elementos determinantes en su larga marcha hacia La Moncloa al suministrarle unos ingredientes doctrinales y un cuerpo de propuestas programáticas muy valiosos para movilizar a la opinión en su favor. Yo tuve el privilegio de dirigir FAES de 1997 a 1999 cuando su entonces Secretario General y motor y artífice de sus éxitos hasta aquel momento, Miguel Ángel Cortés, fue nombrado Secretario de Estado de Cultura en el primer Gobierno del PP. El contraste entre la abundante y rigurosa labor de preparación de una agenda política completa e innovadora de tono inequívocamente liberal-conservador que realizó FAES desde sus inicios hasta el triunfo electoral de 1996 y la total ausencia de un plan con la que llegó Rajoy a La Moncloa en 2011 resulta desolador.
Si el PP se asimilase a una persona, FAES era a la vez su cerebro y su alma, la fuente de su visión de la buena sociedad y de las grandes cuestiones de su tiempo, así como la fábrica de las soluciones que un centro-derecha democrático sin complejos podía ofrecer a los problemas de la España a caballo entre dos siglos. El número y la calidad de las publicaciones producidas por FAES la situaron pronto en el grupo de cabeza de los think tanks más prestigiosos de Occidente y llegó a ser sin duda uno de los activos más valiosos del PP, proporcionándole un prestigio y una proyección internacional notables.
Pues bien, hace pocos días se conoció la noticia, a mi juicio no suficientemente resaltada en los medios, de que el PP y FAES se separaban y de que la Fundación, hasta ahora vinculada al partido y como tal beneficiaria de la correspondiente subvención pública, pasaba a ser una entidad privada independiente, sostenida por sus propios recursos, siempre presidida por Aznar, dedicada a su labor habitual de reflexión y generación de diagnósticos, pero ya sin nexo orgánico ni estatutario alguno con su antigua casa matriz.
Dejando aparte la obvia conclusión de que este divorcio pactado consagra de forma definitiva y visible la separación entre el Presidente de Honor del PP y el equipo que en la actualidad pilota el partido desde la planta séptima de Génova 13, este suceso tiene una lectura más profunda y sumamente inquietante. FAES era la herramienta pensante del PP, el horno donde se cocinaban sus fundamentos ideológicos y morales y la torre de vigía desde la que se observaba la sociedad española bajo una óptica liberal-conservadora en un contexto amplio y más allá de urgencias electorales para fijar un rumbo a largo plazo hacia metas que trascendieran la mera persecución y explotación del poder. De todo eso se ha desprendido el PP de Rajoy, reducido sin disimulo a un cuerpo descerebrado, movido por meros reflejos paulovianos activados por las encuestas y el cálculo parcial y mezquino del interés partidista.
FAES seguirá su camino sin el lastre de estar ligada a un partido puramente tecnocrático y entregado al pragmatismo más inmediatista sin asomo de contenido ético o ideológico alguno, pero más tarde o más temprano el PP deberá renovarse y recuperar su espíritu perdido en 2004. La anomalía política que existe en España de que millones de nuestros conciudadanos que creen en una sociedad libre, abierta, con instituciones sólidas, con verdadera separación de poderes bajo el imperio de la ley, con gobernantes honrados y competentes, con representantes responsables ante sus representados, con una economía competitiva a nivel global, con fuerte unidad nacional, con impuestos no confiscatorios, con un sistema educativo de calidad y con un Estado al servicio de las personas y no de los partidos, se encuentran huérfanos de una siglas a las que votar en unas elecciones y que les aseguren sin trampas ni mentiras lo que desean, no puede durar eternamente. O surge en el interior del que es el gran partido de centro-derecha español sólo sobre el papel el movimiento de recuperación de su auténtica identidad que muchos de sus electores le reclaman o alguien llenará ese clamoroso hueco por el que nuestra antigua Nación está cayendo inexorablemente hacia el abismo de su disolución.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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