Mariano Rajoy a su salida del Congreso tras ser investido presidente del Gobierno. (EFE)
El ya otra vez presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tiene una virtud: es como un camaleón, sabe adaptarse, y muda la piel en función de las circunstancias. Cuando el pasado mes de mayo Fernando Jáuregui y yo mismo publicamos 'Es el cambio, estúpido. España en la segunda Transición', acudimos a Badajoz a que nos presentara el libro el presidente de la Comunidad, Guillermo Fernández Vara, y cuál no sería nuestra sorpresa cuando, una vez allí, nos encontramos con que el Partido Popular había organizado, de un día para otro, una comida mitin a la que acudió Mariano Rajoy.
Lejos de flagelarnos ante tal contrariedad que obviamente nos restaba protagonismo mediático –estoy en modo ironía, por si alguno no lo entiende–, decidimos acudir a la montaña y nos presentamos en el lugar con nuestra obra debajo del brazo para hacerle entrega de un ejemplar al candidato del PP. Lo hicimos, pero no puso buena cara, entre otras cosas porque, según dijo, no estaba de acuerdo con lo de la Segunda Transición. Debo decir que a su jefe de Gabinete, Jorge Moragas, tampoco le había gustado el título, como me dijo unos días antes.
Pues bien, de aquel todo sigue igual que fue la tónica de los meses que siguieron a las elecciones del 20 de diciembre, al “soy perfectamente consciente de que entramos en una nueva etapa política. Sé que cualquier ley, cualquier reforma, cualquier proyecto que pueda venir a esta Cámara en el futuro tendrá que ser fruto del acuerdo, de la negociación, de la cesión y del entendimiento” con el que bordó su discurso inicial de la sesión de investidura, hay una transformación. Y del yo de aquí no me muevo y que sean los demás los que lo hagan, al “debemos asumir la necesidad de diálogo, no como un peaje incómodo, sino como una oportunidad de consolidar reformas amplias y duraderas”, hay una rectificación en toda regla.
Hace falta voluntad política y sensibilidad social. Ambas brillaron por su ausencia durante los años de mayoría absoluta, pero será necesario recuperarlas
Mariano Rajoy, y por lo tanto también todos los que le rodean, no ha tenido más remedio que asumir lo inevitable, lo que algunos llevamos tiempo diciendo a costa de mucha incomprensión: España ha cambiado. Y por fin lo ha entendido. Lo dijo el miércoles por la tarde cuando reconoció que después de tantos meses había comprendido el mensaje de los ciudadanos. Le ha costado, más de 300 días, casi un año, pero lo ha hecho. ¿Se visualizará eso en el futuro? Pues no le queda más remedio, porque a partir de hoy mismo, en el momento en el que los nuevos ministros tomen posesión de sus cargos, el Gobierno tiene que empezar a tomar decisiones que tendrá que consultar previamente con los partidos para evitar nuevos bloqueos.
En su discurso de ayer tarde, antes de la segunda votación que lo investiría definitivamente como presidente gracias a la abstención de 68 diputados del PSOE, Rajoy le reclamó a la Cámara que le otorgara algo más que la presidencia del Gobierno: margen para actuar. No le faltaba razón. El bloqueo de estos meses podría reproducirse si el Parlamento se empeña en ser una suerte de Gobierno paralelo que apruebe leyes en contra de la voluntad del Ejecutivo, lo cual nos llevaría irremediablemente a un nuevo escenario electoral a corto plazo, con lo que no se habría resuelto nada. A cambio, Rajoy se volvió a comprometer a dialogar, dialogar y dialogar.
Los diputados guardan un minuto de silencio en el Congreso antes de la investidura. (EFE)
La mejor legislatura de Aznar no fue la segunda, en la que tuvo mayoría absoluta, sino la primera, en la que se vio obligado a negociar de manera permanente porque su Gobierno estaba en minoría. Y uno de los artífices de esas negociaciones fue el propio Rajoy, luego experiencia no le falta. Y gente con talante para sentarse en una mesa y llegar a acuerdos, tampoco, como demostraron Fernando Martínez-Maillo y Fátima Báñez en su negociación con Ciudadanos. Lo que hace falta es voluntad política y sensibilidad social.
Ambas cosas brillaron por su ausencia durante los cuatro años de mayoría absoluta del PP, pero seguramente será necesario recuperarlas ahora porque sino será imposible llegar a acuerdos en una legislatura que, si me permiten hacer una conjetura, será más larga de lo que aparentemente podemos pensar porque a día de hoy a nadie le interesa que sea corta.
Rajoy se va a tener que mostrar en adelante como un presidente de consenso. Hace tiempo creí que esa era una de sus cualidades, aunque la realidad me hizo cambiar de opinión. Ahora es posible que aflore esa capacidad de diálogo en el presidente y esta acabe siendo una legislatura fructífera en cuanto a reformas se refiere, y es evidente que España necesita muchas reformas fruto de amplios consensos. O sea, una Segunda Transición, la misma que no le gustaba a Rajoy.
Rajoy se va a tener que mostrar como un
de consenso. Hace tiempo creí que era una de sus cualidades; la realidad me hizo cambiar de opinión
Dicho esto, permítanme un par de reflexiones sobre lo ocurrido ayer.
La primera, referida a la rueda de prensa de Pedro Sánchez por la mañana. El ex secretario general escogió a conciencia el momento en el que podía hacer más daño a sus compañeros de partido para anunciar que tomaba la única decisión que podía tomar: dejar el acta de diputado. Si eso hubiera significado dejar la política, habría sido muy digno por su parte, pero el anuncio de que se iba a poner en campaña de cara al Congreso de su partido para recuperar el poder fue un golpe muy bajo a sus compañeros, incluso a los que le apoyan. Un socialista me decía ayer por la tarde que había sido “miserable”.
El portavoz adjunto de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián (2i) y su compañero Joan Tardá (i) en el debate. (EFE)
La segunda, sobre algunas intervenciones escuchadas en los cortos turnos de intervención de los portavoces, especialmente la del coportavoz de ERC, Gabriel Rufián, que acabará consiguiendo convertirse en el personaje más odiado del Hemiciclo con su discurso de perdonavidas chulesco y amenazador. Pablo Iglesias a su lado parecía una hermanita de la caridad, pero ni los diputados del Congreso, ni los periodistas, ni la gente a la que representan tenemos porqué aguantar que un personaje como él suba a la tribuna a insultarnos permanentemente.
Y ahora sí: la próxima semana hablaremos del Gobierno.
FEDERICO QUEVEDO Vía EL CONFIDENCIAL
presidente
No hay comentarios:
Publicar un comentario