Existen para solucionar los problemas de la nación. Es eso lo que los justifica. Pero se han convertido en el tercero de los diez grandes problemas de España tras el paro y la corrupción. La última encuesta del CIS resulta inequívoca.
A los políticos, sin embargo, no se les cae la cara de vergüenza. Permanecen impasibles. Continúan instalados en el cinismo. Lo abastardan todo. La objetividad exige reconocer que muchos de nuestros políticos son inteligentes, honrados, constructivos y capaces. Pero crece el número de los que anteponen el interés personal al interés del partido y el interés del partido al interés general. Se multiplican también para escándalo popular los que se degradan en la corrupción con el riesgo en alza del contagio porque, al decir de un escritor independiente al que admira Miguel Ángel Aguilar, el fruto sano se zocatea enseguida cuando permanece unido al que está cedizo.
Es verdad que se han multiplicado los casos de corrupción, los gürtel, las púnicas, los eres andaluces, las mordidas y los sobornos. Pero no nos engañemos. Corrupción existe en todas partes porque acompaña a la condición humana y ahí están los escándalos de Italia, Francia o Alemania, por hacer solo referencia a nuestro entorno. El pueblo sabio rechaza de raíz la corrupción pero cuando acude a las urnas la penaliza, sí, pero sin demasiadas estridencias. Y ello porque el problema de nuestra clase política no es solo la corrupción sino la mediocridad. Eso es lo que caracteriza a España y la diferencia de Inglaterra o Estados Unidos. Lo que han puesto en evidencia los últimos diez meses es la incapacidad de los políticos españoles para las soluciones de Estado, para la negociación seria, para el acuerdo constructivo. Ante los ojos estupefactos del ciudadano medio han transcurrido los días, las semanas, los meses sin que los dirigentes de los partidos políticos, salvo contadas excepciones, hayan hecho el menor esfuerzo para evitar la parálisis y las consecuencias económicas derivadas de las exigencias europeas.
Algunos de los líderes políticos se han instalado en la depravación. Defienden su interés personal por encima de todo. Sus nombres los conocen de sobra los lectores. Hemos asistido a la parafernalia de los personalismos. Ciertos dirigentes políticos se han estrellado antes que ceder, sin importarles otra cosa que salvar su posición o su pellejo mientras se dilapidaba el dinero público, se escamoteaba la tranquilidad nacional y se degradaba la imagen internacional de España.
Y ahí están los resultados del CIS. Son ya muchos los años en que los partidos políticos ocupan lugar preferente entre los diez grandes problemas que agobian al pueblo español; son ya muchos los años en que la mediocridad de la clase política española mantiene, sin cantar la palinodia, su cinismo y su prepotencia.
Quiero recordar, en fin, como he hecho en otras ocasiones, que los partidos políticos son esenciales en una democracia pluralista plena y que no se trata de suprimirlos sino de regenerarlos. La crítica hacia ellos debe mantenerse en los límites debidos. No se hizo así el siglo pasado y el resultado fue nazismo en Alemania, fascismo en Italia, estalinismo en Rusia, franquismo en España, salazarismo en Portugal...
LUIS MARÍA ANSÓN, de la Real Academia Española.
Vía EL MUNDO
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