La semana pasada, varios lectores tuvieron a bien acordarse de mi señora madre en los comentarios al escribir que Podemos hace bien en centrarse de nuevo en un discurso más revolucionario tras la implosión del PSOE porque cede el centro electoral, y que de ahí les tiene que salir todo lo demás. Otros recomendaron en términos no demasiado finos que me volviera para la Gran Bretaña y que me dejara de experimentos de ultra izquierda que iban a hundir el país. Se ve que toqué una fibra sensible y conceptos cercanos a la identidad, las creencias y los valores nacionales—que pueden ser muy personales—y, mira por dónde, España va y celebra su Fiesta Nacional unos días después, con mascota nueva para la Legión y todo.
He observado al menos cuatro opciones para esa identidad nacional esta semana: está la versión oficial, con los Reyes y los ministros, la bandera y las marchas militares, seguido de canapés, risitas y selfies en palacio; luego hay la propuesta de las izquierdas alternativas, este año con una bandera-edredón multicolor indígena colgada de una Junta del Ayuntamiento de Madrid; en tercer lugar tenemos la visión de los separatistas catalanes, que proponen directamente la escisión de la quinta parte de la economía y un mapa nuevo, es decir, hay varios millones de españoles que quieren dejar de serlo; y por último y gracias al show de Correa en la Audiencia Nacional—entiendo que le resulte complicado condensar décadas de fraude por todo el reino en unas cuantas respuestas ante el juez—tenemos la descripción de la España corrupta, desde "Génova era mi casa" hasta "esto es una práctica habitual del país, del sistema, existen muchos Francisco Correa".
Si el lector tiene una visión limpia de España—la opción bandera, país unido y vivas al Rey—las otras tres opciones le pueden resultar hirientes y hasta sucias, produciendo una reacción personal de fuerte disgusto porque discrepan cada una de un aspecto fundamental distinto de ese concepto tan querido: una por su rechazo a la bandera y las marchas, la otra porque ofrece un discurso anti-español y pretende crear otro Estado, y la tercera porque el mangueo rancio a escala nacional no es compatible con la honradez y eso de "la gente de bien".
Pero ahí están, y alguna relación parecen guardar entre sí. La cuarta visión, por ejemplo, desde las cloacas hediondas del reino, habría contribuido, guste o no, a sustentar o reforzar la primera desde hace 30, 40 o más años: forma una parte inherente de la misma; por eso provocaría una reacción casi de asco personal si un español la contempla de cerca durante demasiado tiempo. El segundo y el tercer conceptos van de la mano en el sentido de que ambos rechazan la opción hegemónica reinante, bien con un concepto de patriotismo distinto o bien siendo directamente anti-patrióticos, o pro patria catalana. Es de notar que ambos conceptos
alternativos hacen uso en su discurso de esa corrupción sistémica para argumentar que se necesitan opciones nuevas y que no todo va bien con España.
Habrá que ver qué hace el PSOE con su abstención la semana que viene cuando Gürtel está en todos los telediarios. «¿Cómo va a apoyar eso?» no es una pregunta menor. De momento el gestor jefe, Javier Fernandez, se hace el avestruz: «No hay nada nuevo que haya escuchado en el proceso y nada nuevo tengo que decir». Nada nuevo bajo este sol, que es lo que le estaba diciendo Correa al juez. Porque, claro, Andalucía y los EREs y los cursos de formación y todo eso. Mejor seguir como si nada y aguantar todos un par de años más hasta nuevas elecciones, que como las convoquen para diciembre igual el sistema se vuelve más inestable aún.
Y es que las debilidades y carencias de esa visión de la nación española—la putrefacción si quiere—de ese primer concepto de país, han contribuido en gran medida, opino, a reforzar en los últimos años la apariencia y el crecimiento de las otras dos opciones. No ha sido sólo la crisis económica. Según me han confirmado todos los españoles con los que he hablado que vivieron la Transición, a nivel sistémico durante aquellos años no sólo hubo un deseo colectivo de evitar volver hacia atrás sino también un modelo a seguir hacia un futuro mejor para todos (aproximadamente un país europeo democrático con una economía de mercado). Esa versión de España, la del 78, dejó de servirles a todos los españoles, dejó de ofrecerles un futuro digno de tal nombre, a raíz de la crisis económica. De momento, nueve años después de que comenzara, sus máximos responsables siguen prefiriendo mantener un perfil bajo o callar en vez de lanzar alguna idea nueva para mejorarlo. No han reconstruido el relato nacional, no han podido adaptar la identidad y el proyecto españoles al nuevo siglo, y eso ha facilitado el fortalecimiento de los proyectos de la izquierda alternativa y de la independencia de Cataluña.
MATTHEW BENNETT Vía VOZ PÓPULI
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