El pasado jueves asistí a la presentación del libro “Yo no me callo” de Esperanza Aguirre organizado por el Foro Generación del 78, una asociación de jóvenes profesionales, funcionarios y empresarios, unidos por la marca de la excelente preparación, el multilingüismo, la brillantez, la defensa de un modelo social basado en la libertad, el trabajo, el esfuerzo, la búsqueda de la excelencia y el reconocimiento del mérito, y el no haber votado la vigente Constitución por no haber alcanzado cuando se sometió a referendo la edad requerida. Como es fácil adivinar, ante un público de estas características la ex-Presidenta de la Comunidad de Madrid se encontró en un ambiente muy favorable a sus reiteradamente proclamadas tesis liberales y sus opiniones fueron recibidas con evidente agrado.
Inicialmente Esperanza Aguirre quedó algo sorprendida de encontrarme en un acto acogido a tal referencia temporal, pero una vez le expliqué que para ciertas cosas no hay edad, teniendo en cuenta mis circunstancias y las suyas, pareció entenderlo perfectamente. Por supuesto, la expresidenta del Senado expresó sus puntos de vista con la sinceridad y el desenfado que le son propios y no se privó de hacer una crítica cortés, pero contundente, a las políticas de su partido en los ámbitos económico, social y de la preservación de la unidad nacional. Asimismo, tuvo la amabilidad de desear durante su intervención el regreso a las filas del PP de gente como José Antonio Ortega Lara o yo mismo, así como la recuperación para la primera línea saliendo de su digno y autoimpuesto ostracismo de figuras como María San Gil. Es obvio que semejantes planteamientos no pueden sino merecer una rotunda aprobación por parte de todos aquellos que los venimos compartiendo desde hace mucho tiempo.
Sin embargo, en su análisis de la crisis múltiple que nos mortifica desde que estalló la última recesión global, la conferenciante hizo un diagnóstico que no se puede decir que fuera errado, pero sí tan llamativamente incompleto, que lo invalidó a la hora de guiar a una audiencia en cuyas manos está en gran medida el futuro de nuestro país. Este tipo de desenfoques en el examen de las causas de las graves dificultades que atravesamos en personas de dilatada experiencia y capacidad para el juicio certero son muy perjudiciales porque los sectores sociales que por su ubicación cronológica, su dinamismo, sus conocimientos y su patriotismo, se encuentran en disposición de actuar para enderezar el rumbo de una Nación desnortada, al escuchar de boca de personajes públicos en los que confían y a los que admiran determinadas afirmaciones o, lo que es aún peor, determinados silencios, se desorientan y pueden caer en la complacencia o en la decepción.
Aguirre hizo un canto entusiasta a la Ley de leyes del 78 y se explayó en la manida enumeración de sus virtudes, texto de consenso, superación de las dos Españas, espíritu de conciliación, sustento de un largo período de paz, prosperidad y estabilidad y demás virtudes y benéficos efectos. Tras tan completo panegírico, llamó a la preservación de nuestro actual sistema institucional y jurídico frente a populistas y separatistas que pugnan por su liquidación. Ahora bien, hubiera sido recomendable que además de rechazar el aventurerismo destructivo de las amenazas totalitarias contra nuestro orden de libertad e igualdad, hubiera también señalado los muchos y serios defectos de la Constitución del 78 y del desarrollo normativo posterior, que han llevado a nuestra democracia a transformarse gradual e imparablemente en una partitocracia inoperante manchada por la corrupción sistémica, con alarmante degradación de la separación de poderes, con una total desaparición del imprescindible vínculo entre representante y representado, con una educación de un nivel pésimo, con una estructura territorial políticamente inmanejable y financieramente insostenible y con una irritante pasividad del Estado a la hora de hacer respetar las leyes. Las reformas legislativas e incluso constitucionales que repararían tales deficiencias son conocidas, pero Esperanza Aguirre ni las reclamó ni las detalló, limitándose a consideraciones generales carentes de precisión y de mordiente. Es más, para que se cumpliera el amable deseo de la oradora de que antiguos miembros destacados del Partido Popular, hoy ausentes por abierta discrepancia con la renuncia a los valores liberal-conservadores de Mariano Rajoy y su equipo de tecnócratas ideológicamente asépticos, volviesen a situarse bajo sus siglas, la supuestamente gran formación de centro-derecha debería impulsar un ambicioso proyecto de revisión profunda de nuestra Carta Magna para colocar sobre cimientos sólidos una verdadera democracia constitucional y no el adefesio disfuncional e ineficiente que padecemos.
En cualquier caso, pronto veremos en que quedan las buenas intenciones de aquellos dirigentes del PP que se han mantenido en su disciplina con el argumento de que es mejor trabajar desde dentro. No falta demasiado para que se celebre el Congreso del partido, con dos años de retraso, por cierto, y esta será la ocasión de comprobar si, primero, luchan con decisión por un congreso abierto en el que voten todos los militantes y, segundo, articulan una candidatura que se presente con una agenda política de reforma y regeneración que afronte de veras los problemas de España y no se conforme con ignorarlos, posponerlos o maquillarlos. Los socios del Foro Generación del 78 seguramente estarán muy atentos a lo que hagan y digan los que, como Esperanza Aguirre, abogan por que el PP discurra de nuevo por los cauces ideológicos, morales y programáticos que nunca debió abandonar. Uno de los métodos pedagógicos más efectivos es el ejemplo. ¿Quién estará dispuesto en el próximo Congreso del PP a dar ejemplo de coherencia y coraje? Pronto lo sabremos y de lo que suceda en este cónclave dependerá en buen parte nuestro devenir colectivo. Lo que Esperanza Aguirre no dijo el jueves pasado, y debería haber dicho, es que España no necesita una Segunda Transición, sino una Primera Rectificación del sistema del 78, y que con un PP de meros administradores tediosos de un edificio que se derrumba, esta urgente operación histórica, de tanta trascendencia como la realizada hace cuatro décadas, jamás tendrá lugar.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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