Arranca, por fin, la legislatura. Un nuevo escenario político con una mochila cargada de interrogantes. Sin tiempo definido. Y con un nuevo presidente del Gobierno convertido al mismo tiempo en haz y envés para no terminar de descubrir su hoja de ruta. ¿Con cuál MarianoRajoy nos quedamos? Con el que está dispuesto a tender la mano para alcanzar acuerdos, el que se abre al diálogo, como mostró en su versión del miércoles pasado o ese otro presidente dispuesto a ejercer de Rajoy en estado puro. No hacer nada para no cambiar nada. Cerrarse a tender puentes. Gobernar con su minoría mayoritaria como lo hizo cuando tenía una mayoría absoluta mínima. Pronto se dará cuenta que esta legislatura es diferente. El atajo al Real Decreto ahora se esconde entre la espesura del bosque.
Aún así, el presidente Rajoy sigue dominando la escena. Suyo es el maletín que contiene el botón nuclear. La convocatoria de nuevas elecciones. Ese ‘as’ en la manga que enseñó a modo de amenaza a lo largo de su discurso, en versión reducida, de la votación del sábado. "No se sostiene dar paso a la investidura para luego desamparar al Gobierno…”. “La investidura no es el apoyo a un Gobierno en abstracto… Se vota la investidura a un candidato que vienen con un proyecto. Es a ese proyecto al que se le otorga la confianza". Claras líneas rojas cuya ruptura nos obligará a citarnos de nuevo con las urnas si este Gobierno no consigue sacar sus presupuestos, lo más urgente para calmar nervios en Bruselas, además del resto de artillería que tenga preparada en bambalinas.
Rajoy se sabe fuerte ante un PSOE en guerra civil y alicatado hasta las cejas de bicarbonato para intentar calmar la complicada digestión de la abstención. Las diez letras que llenaron de vergüenza los labios de 68 diputados socialistas. Una bancada que juega a ser oposición, misión imposible cuando el edificio ha quedado reducido a cenizas y la mezcla del populismo de Unidos Podemos y el patético radicalismo de Rufián y compañía urde una alianza para apoderarse de la bandera de la izquierda en el Congreso.
Una de esas abstenciones debió ser el décimosexto ‘no’ a Mariano Rajoy. Tenía miles de razones para pronunciarlo. La mayor, su absoluta fidelidad a Pedro Sánchez. De ella, María González Veracruz, diputada del PSOE por Murcia, se esperaba un ‘NO’. Con mayúsculas. Incluso repetido en la famosa fórmula: ‘No es no’. Era un ‘no’ fijo en las apuestas de Ferraz por ver quién se mantendría en el bando rebelde durante la votación de investidura. Pero como su líder espiritual, que dejó el acta antes de iniciarse el pleno que convirtió en presidente al presidente en funciones, despejó la duda antes de ponerse en pie, delante de su escaño y tener que retratarse.
Desnudó el sentido de su voto en las redes sociales, concretamente en Facebook, ese arma mediática que tanto ha utilizado el PSOE del ‘soldado Sánchez’. “Hoy es un día muy duro, el más duro de toda mi vida política. Podéis imaginar lo que he reflexionado y pensado sobre qué hacer en esta votación, en un contexto excepcional y un momento político crítico. He pensado muy seriamente si lo mejor era renunciar, dejar el acta de diputado y directamente irme”, publicaba en la mañana del sábado en la red social.
"Quizás lo más sencillo sería romper, lo que me pide el cuerpo y lo más fácil de explicar. Pero quiero que sepáis que he decidido que eso no sería coherente con una cultura democrática de un partido centenario que he defendido y que yo misma he hecho aplicar en los años que he sido dirigente del PSOE, de la Ejecutiva Federal del PSOE. No se os escapa lo duro que esto está siendo, acatar una decisión que no comparto y que sigo pensando que hace tanto daño a nuestro proyecto político, pero que ya han decidido otros por nosotros, en el Comité Federal del pasado domingo. Por eso, quiero pedir perdón a todas las personas que confiaron en nosotros en las pasadas elecciones y mi mejor disculpa es ser de utilidad para recuperar al PSOE transformador que anhelan millones de progresistas. Cumplo con una disciplina que espero que pronto sea también respetada para liderar políticas alejadas del Partido Popular".
Un último párrafo con el que María González explicaba el porqué de su imperativo, la coletilla con la que adornó su abstención para demostrar la oposición a este nuevo PSOE coliderado por la vieja guardia de Rubalcaba y Susana Díaz. Un disenso ampliamente escenificado en el Comité Federal de la ‘muerte’ política de Pedro Sánchez. Ese día, María González tuvo que ser atendida por un médico tras una voluminosa bronca dialéctica con la lideresa andaluza.
Quienes sí se mantuvieron en el ‘no es no’ fueron los diputados del PSC. La federación rebelde para quien Díaz ya tiene diseñado un plan para que quede anulada. Pese a las múltiples cábalas sobre el castigo que recibirán los diputados rebeldes, la presidenta de la Junta no tiene previsto expulsar del partido a ninguno de los que se atrincheraron en el bando del no. Ni tampoco a los del PSC. No habrá expulsión pero sí una especie de aniquilación dirigida.
Los planes de Díaz, según comenta estos días un alto dirigente socialista, contemplan un cambio en la forma de la relación entre el PSOE y el PSC. De tal manera, que a cambio de mayor autonomía del PSC, sus cargos dejen de tener voz y voto tanto en el Comité Federal como en el resto de órganos de decisión socialista. Una jugada con la que Díaz pretende impedir el voto de los 15.000 militantes socialistas catalanes en las próximas primarias. Un golpe de estado en el caladero de votos de Pedro Sánchez.
“Ni Susana ni Pedro nos pueden sacar de esta”, explica desde el hastío otro alto dirigente y diputado socialista, partidario de una tercera vía en el próximo Congreso del PSOE. La guerra civil sigue abierta en canal para regocijo del presidente Rajoy.
MIGUEL ALBA Vía VOZ PÓPULI
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