Ayer se inauguró solemnemente la legislatura que más se ha hecho esperar, y lo que sería interesante es averiguar qué es lo que hemos inaugurado realmente. Lo sabremos cuando suceda, porque ahora no resulta sencillo predecir el resultado de una pugna con contendientes desalineados en la que ninguno de ellos sabe muy bien en dónde está, y los que creen saberlo están muy probablemente en otra parte, bastante equivocados.
El Rey Felipe contribuyó pacientemente a esa sensación de normalidad con un discurso lleno de buenas intenciones, pero acentuadamente intemporal, y no es que yo crea que pudiese hacer mucho más, porque es el último envoltorio de un sistema afectado por graves defectos, pero que, de momento, se las ha arreglado para evitar la consunción definitiva agarrándose al reglamento, muy lejos, desde luego, de cualquier espíritu propiamente político o patriótico.
Las personas del drama
El libreto del acto había excluido previamente a uno de los grandes protagonistas de la tardanza que estaba experimentando la representación: Pedro Sánchez, una incierta promesa convertida en pasado perfecto en medio de acontecimientos de indudable excepcionalidad. Bastaba fijarse en que el supuesto y archiprovisional líder del que fue su partido estaba en el gallinero, entre los invitados, como si antes de empezar a ejercer cualquier poder significativo ya fuese una vieja gloria.
Por el contrario, Rajoy, estaba en lo que siempre había pensado que habría de ser su lugar, al frente de un gobierno muy similar al viejo en el que el ilusionista había alterado algunas presencias, pero únicamente para que brille más lo mismo: la salvadora vicepresidenta que no necesita de ningún ejército para ganar las batallas internas que sea menester, a ser posible sin tener que darlas.
Al fondo, y en actitud aparentemente agresiva, el líder de verbo fácil, el señor Iglesias, siempre dispuesto a coger el toro por el rabo, nunca por los cuernos, a ver si logra sacarle una embestida que lo convierta no en la salsa de un mal guiso, sino en la versión definitiva del flautista de Hamelin, que por aquí se sigue teniendo gran aprecio a los cuentos.
Por último, además de los habituales representantes del tremendismo, que nunca han faltado en ocasiones similares, el líder de la nueva política, el personaje que ha conseguido transformar un evidente no a la continuidad de Rajoy en un sí tan incondicional como supuestamente limitativo, y que, inevitablemente, acabará siendo el seguro con el que Rajoy podrá sentirse tranquilo mientras sigue haciendo de las suyas, al tiempo que la comparsa se solaza en ganar pequeñas batallas como la del exilio de algún exministro a la presidencia de comisiones de escasa monta, he aquí, hasta la fecha, su cuenta de resultados.
El argumento de la obra
El Rey dio, tal vez sin intención alguna, una de las claves de la pieza que se ha comenzado a representar cuando habló de la necesidad de que la corrupción pase a ser un triste recuerdo, algo como de un pasado un tanto irreal, unas palabras que seguramente han consolado en lo más hondo a don Mariano. ¿Se atreverán los diputados a preguntarse qué ha pasado o se conformarán con dejar el trabajo a los jueces, siempre dispuestos a cumplir con su deber?
Porque la sustancia del caso se puede reducir a algo bastante simple. Un gobierno sin mayoría en el Parlamento podrá gobernar, sin duda, porque el control del gobierno no ha sido nunca el fuerte de este sistema, basado en la confusión entre los poderes, y con un conjunto muy eficaz de herramientas para blindar al ejecutivo, la menor de las cuales no es la capacidad del presidente de convocar elecciones cuando le convenga. Ahora bien, esta viabilidad del gobierno, que, además, se agarrará con uñas y dientes a las exigencias europeas, aunque ya no pueda echar la culpa a gobiernos anteriores, no estará acompañada de ninguna acción política decisiva en el parlamento. Es fácil imaginar que la Cámara, incluso bajo la batuta de la mano derecha del rajoyismo, tendrá que esforzarse en hacer como que hace algo, de forma que no es difícil prever que asistiremos a la solemnización de enormes minucias, es decir, que vamos a vivir en el paraíso imaginado por los aficionados a los juegos de tronos, a la política de gestos, a la verborrea.
Imaginar que esto no vaya a suponer un fortísimo añadido de desafecto al desdén con el que los ciudadanos mínimamente atentos contemplan el desarrollo político, un tema que también ha tocado el Rey, es una apuesta poco razonable. A mi entender, nos encontramos, por tanto, no ante una legislatura de enorme dificultad para el gobierno, sino ante una ocasión para que crezca gravemente el descrédito de la política. Que esto no parezca preocupar, ni poco ni mucho, a quienes tanto se han esforzado en imponer la actual fórmula de gobierno creo que expresa con claridad el escaso espesor de nuestra capacidad colectiva para imaginar fórmulas políticas que puedan ser, a un tiempo, viables, operativas y creadoras.
El caso del PSOE ante su ocaso
Visto de otra manera, ¿alguien puede decir que el imponente deterioro político del PSOE en los últimos doce meses ha servido para algo? ¿No habría sido mejor cualquier forma de colaboración con el PP o un pacto más sólido con Ciudadanos llevado a elecciones que este auto sacramental contra un secretario general para acabar dándole a Rajoy una oportunidad inmerecida? Vista con un poco de perspectiva la figura de un Antonio Hernando, por ejemplo, es mucho más que patética, es absurdamente irrelevante. Su supuesto sacrificio por la patria llega tarde y mal, le descalifica para cualquier política seria, claro es que muestra, al tiempo, sus habilidades para la política más usadera, su capacidad de mostrar que lo mismo sirve para hacer unas mangas que un chaleco.
La aparición de Felipe González para acabar apoyando de manera descarada a quien se suponía estaba detrás de toda esta chapucera maniobra no creo que sirva para consolar a nadie de menos de 55 años, por dar una cifra cualquiera. Entre unos y otros, en el PSOE han conseguido demostrar su absoluta inutilidad, ni han servido para levantar una alternativa a Rajoy, ni parece que puedan ser capaces de mantener en pie una oferta política inteligible, algo más que ese lastimero recordar que en un momento largo del pasado fueron decisivos. Hay problemas que no se arreglan sólo con tiempo, aunque Rajoy seguramente no esté de acuerdo con la idea, y parece que en el PSOE pretenden encontrar un Rajoy después de que Rajoy haya hecho de sí mismo una especie de Felipe González, el único valor político imperante, veinte años después.
El Congreso del PP
Una de las cosas más asombrosas que se repiten siempre desde el poder es que se falla en la capacidad de comunicar, es decir que el poder es por naturaleza insaciable y querría que sus mantras se repitiesen al píe de la letra sin mezcla alguna ni de memes ni de alteraciones. El PP anuncia, por fin, la celebración de su congreso, y ya ha conseguido que se den por sentadas dos cosas esenciales, que no habrá alternativa a Rajoy y que el gran tema político es si la generala ministra de Defensa continuará siendo secretario general, ardua cuestión en la que los voceros oficiales ya se han apresurado a declarar que, naturalmente, dependerá de Rajoy, ¿de quién si no?
Podríamos definir como ultraoptimista a quien se atreva a sugerir cualquier otro panorama en ese acontecimiento cósmico que significará la consagración de Rajoy como divinidad terrenal, como el candidato a una nueva mayoría absoluta a la mayor brevedad. ¿Se puede pedir más? Es lástima que ya no exista el partido comunista búlgaro, porque es seguro que enviaría representantes al evento con el fin de mejorar sus técnicas para producir unanimidad. Ese es el estado de la política en la derecha a finales de 2016, ni siquiera queda el consuelo de imaginar a un ministro lenguaraz, porque García Margallo ya no está en el gobierno, y es claro que ha decidido que esta sea su última legislatura.
Trump como escapadera
Los españoles no hemos perdido del todo la imaginación, y, puesto que la política es ceremonia que se celebra en un escenario a oscuras, hemos dado en disfrutar de un estupendo ersatz, discutir la elección de Trump, y es digno de ver a los comentaristas de la derecha más ilustrada compitiendo en hacer el análisis más descalificador del payaso americano. Es certamen del que no escapa nadie, tan fácil es el objetivo al que se puede llegar por varias vías no incompatibles, bien sea mostrando la enorme estupidez del personaje, bien usando con profusión un concepto político tan iluminador como el de populismo, un término que a nuestros eruditos a la violeta les sirve para explicar lo mismo el triunfo de don Donald que las querellas entre Iglesias y Errejón, tan profundo es, a su entender, el alcance que posee. Un dicho afirma ser temible el hombre de un solo libro, pero aquí tenemos analistas de única palabra, lo que tiene bastante más mérito.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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