En la ruidosa polémica que ha generado la adquisición y posterior venta con un beneficio neto de 20000 euros de una vivienda protegida en Alcobendas por el senador de Podemos Ramón Espinar, periodistas, políticos y twiteros en general se han perdido en los detalles y se han cebado en las contradicciones, omisiones y justificaciones insostenibles del joven y avispado dirigente de la organización de asalto a los cielos. La verdad es que, efectivamente, las explicaciones dadas por el político morado han resultado tan torpes como patéticas. Desde una perspectiva conceptual y gramatical, los argumentos de Espinar se sitúan a un nivel similar a los esgrimidos en una inolvidable rueda de prensa por la flamante ministra de Defensa cuando nos ilustró sobre las sutilezas de la indemnización en diferido a Bárcenas. Vivimos en un país tan original que el premio por hacer el ridículo es una cartera ministerial y los debeladores de la especulación inmobiliaria la practican a conciencia. La agonía del régimen del 78 cada día nos depara nuevas y bochornosas sorpresas.
La operación llevada a cabo por el aspirante a Secretario General de Podemos Madrid presenta el atractivo de ser a la vez legal e impresentable. Espinar obtuvo una opción de compra de un piso construido por una cooperativa cuyo objetivo era facilitar el acceso a un techo a jóvenes de renta modesta a un precio inferior al de mercado, es decir, una intención claramente social. Hasta aquí, todo loable y seráfico. El problema empieza cuando a Ramón Espinar se le concede su apartamento en un cupo del 15% de los disponibles adjudicado directamente por la cooperativa sin atenerse a los criterios objetivos y reglados del 85% restante. El motivo por el que fue agraciado se desconoce, pero se sospecha con fundamento que está relacionado con conexiones familiares. Como el adjudicatario no disponía de recursos, las cantidades a satisfacer por el piso se las presta, entre otros deudos, su padre. El hecho de que este dadivoso progenitor estuviera procesado por haber gastado alegremente 170000 euros con una de las tarjetas black de Caja Madrid enturbia ligeramente la situación, aunque el hijo beneficiario alega que en esa época no conocía la desmedida afición del autor de sus días al plástico opaco. El propietario jamás ocupa su propiedad, nunca ha estado empadronado en el municipio donde se encuentra su vivienda y un año más tarde, incapaz, según dice, de hacer frente a la cuota mensual de la hipoteca, decide venderla. Aprovecha que el precio máximo de venta autorizado por la normativa vigente es mayor que el que él pagó en su momento y percibe una simpática plusvalía. Se ha publicado información sobre un oscuro episodio en el cual supuestamente Espinar le pidió a otro potencial comprador una suma superior a la máxima autorizada y le propuso algún tipo de arreglo para la diferencia análogo en transparencia a la tarjeta de su padre. En el momento en que el posible adquiriente le comunica que consultará a su abogado sobre el procedimiento idóneo para el enjuague, Espinar desiste del asunto, probablemente consciente de que la avaricia rompe el saco.
Estos son los hechos y la primera conclusión, casi trivial por su obviedad, es que el senador podemita es un caradura que mientras exige desde tribunas públicas que no se especule jamás con vivienda protegida, bajo cuerda se afana en hacer aquello que condena. Pero su evidente incoherencia no es el aspecto más interesante de todo este affaire y por eso me parece decepcionante que nadie haya señalado lo realmente significativo del pelotacillo de marras. El quid de la veloz transmisión del piso con una sustanciosa ganancia estriba en la absoluta incompatibilidad de la doctrina económica de Podemos y la realidad del mundo, condición humana incluida. Espinar ha actuado como cualquier agente racional hubiera hecho en su lugar, vio una oportunidad de negocio y la aprovechó. Busco financiación donde la tuvo a su disposición, invirtió y sacó un provecho a su inversión, y todo ello sin poner un céntimo propio, un águila que se está perdiendo Wall Street.
Así es como funciona la economía real, que es, por supuesto, una economía de mercado, donde millones de actores individuales y colectivos pugnan por sacar el máximo rendimiento a su talento, sus ahorros, su trabajo, su esfuerzo y su habilidad. Y así es cómo están estructurados los cerebros de los primates sapiens que somos desde que se alumbró en nuestras masas encefálicas hace centenares de miles de años el primer chispazo de inteligencia. Y eso no sólo no es inmoral o injusto, como clama desaforado Pablo Iglesias, sino que es la única forma probada de crear riqueza y de elevar el nivel medio de la calidad de vida de la gente.
El caso Espinar es la prueba más palpable de que las ideas de Podemos sobre la manera de proporcionar a los españoles una vida más desahogada y más digna, son aberrantes e impracticables porque sus mismos adeptos, a la mínima oportunidad de saltárselas, no lo dudan ni un instante. ¿O no se mueve bajo esta pauta inevitable Ramón Espinar cuando pone tanto tesón en convencer a millones de sus conciudadanos de que le voten y poder pasar así de ganar 485 euros de una beca irrisoria a un sueldo de parlamentario de varios miles?
La utopía colectivista del núcleo irradiador de odio, destrucción y explotación de la envidia y la frustración que es Podemos, lejos de tener la capacidad de proporcionar prosperidad y bienestar a los que sus líderes llaman “los de abajo”, conduce irremediablemente a la miseria generalizada, a los de arriba, a los de en medio y también, y especialmente, a los de abajo, tal como la Historia ha demostrado ampliamente en aquellas sociedades en las que se ha aplicado. Eso sí, con una excepción, los miembros de la cúpula del partido único que, como en la granja orwelliana, nadan siempre en la abundancia, justa compensación a la magnitud de su sacrificio por el pueblo famélico sobre el que imponen su férula liberticida.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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