Quienes creen estar en posesión de la verdad, siempre piensan que las alternativas son perversas, pero la democracia existe para que las opciones diferentes puedan ejercer su influencia, tener su oportunidad, y eso debiera servir para que dejemos de dar por ciertas algunas de las cosas que con más insistencia se repiten como si fueran un retrato neutro de lo obvio. Existe una sabiduría de la muchedumbre que, en ocasiones, tiene el saludable efecto de desnudar al rey, de poner en ridículo a los pretenciosos.
El triunfo de Trump es el tercer gran bofetón que recibe la mayoría bienpensante que gobierna con soltura este mundo, aunque, no estará de más recordarlo, sin demasiado éxito. El Brexit, el no colombiano a la paz con gorilas en el Parlamento, y el triunfo incontestable de un outsider contra todos y contra todo pronóstico, han puesto patas arriba las verdades convencionales acerca del caso, y eso quiere decir algo que tal vez todavía no entendamos del todo bien, por muchas veces que repitamos fórmulas de apaño, como populismo, globalización, y otros mantras semejantes.
El porvenir de la política
Cada cierto tiempo aparecen por los cuatro puntos cardinales una especie de profetas que anuncian el fin de la política, el paraíso en la tierra. Marx fue, acaso, el primero, al pretender que el mundo se encaminaba de manera inevitable y moralmente valiosa hacia una sociedad en la que no existiese dominación del hombre por el hombre. Otros han visto llegar el crepúsculo de las ideologías, el final de la historia, la era de las máquinas que decidirán, se supone que mejor, por nosotros. Se trata de ensoñaciones, casi siempre piadosas, porque las realidades sociales han seguido su marcha imperturbable a través de conflictos que no tienen solución científica, que necesitan política, una mezcla de paciencia y mano izquierda con ciertas dosis de adormidera utópica.
Desde el final de la segunda guerra mundial, especialmente en Europa, pero, cada vez más, también en Estados Unidos, se ha venido instalando un determinado tipo de actitud común entre los agentes políticos, lo que se suele conocer como el consenso socialdemócrata, que ha producido una enorme separación entre las iniciativas típicas de los grupos políticos, por la izquierda y por la derecha, y la situación real de las economías y el empleo, de las vidas del común, entre otras cosas, porque los dirigentes políticos han pactado con poderosas minorías económicas buena parte de sus estrategias, sin que sus supuestas soluciones hayan significado gran cosa para los ciudadanos de a píe. El extendidísimo desafecto hacia los partidos tradicionales, del que tal vez veamos otro nuevo ejemplo muy pronto en Italia, se basa en un análisis muy elemental, pero muy efectivo, puesto que las soluciones no llegan: la convicción de que los políticos mienten más que hablan.
Trump ha triunfado, en buena medida, porque ha conseguido transmitir la idea de que hablaba desde fuera de la política, de forma que no ha conseguido solo el apoyo de quienes encontraban atractivas sus propuestas, sino el de quienes estaban hartos de todas las demás. La política de los no políticos puede tener riesgos enormes, pero su atractivo reside en que los políticos de oficio vienen prefiriendo su propia continuidad al reconocimiento de verdades poco agradables que puedan poner en riesgo su hegemonía, y eso tiene un límite, aunque en algunas partes parece que tarda en llegar.
El miedo español y la esperanza americana
Los españoles llevamos tiempo padeciendo una política que se presenta como la única, y eso no se debe solo a deficiencias de nuestros líderes, sino al hecho de que formamos parte de una Unión Europea, apoteosis de una política que confunde medios y fines, y cree poder prescindir de dar explicaciones de fondo a los electores. El déficit democrático de la UE no reside únicamente en que sus instituciones no dependan directamente de los ciudadanos, sino en que se comporta como un club ilustrado en el que se supone que lo que dicen los sabios no puede ser discutido por nadie.
Aunque las políticas que se propugnan puedan ser defendibles, pierden todo atractivo cuando sus alternativas se demonizan como el retrato del desastre y el caos, la ruptura de la UE, la salida del euro, y, en el caso español, con la amenaza de una extrema izquierda aventada y chulesca. El miedo pasa a ser entonces el fundamento principal del voto, y se apuesta, de forma muy nuestra, por el conformismo y el “que me quede como estoy”. Este es el miedo que no han tenido los electores norteamericanos, no se han visto obligados a elegir entre lo que les parece que no funciona y el mal absoluto, porque están acostumbrados a la democracia, a quitarse de en medio lo que no les gusta, por mucho que el mainstream media e incontables gurús les repitan que, aunque les parezca que les duele, el zapato, en realidad, no les aprieta y les queda a las mil maravillas. Trump ha acertado a representar esa alternativa que tantos deseaban y que siempre parece preferible a seguir como se está en un electorado que no tiene miedo, que sabe que las alternativas son buenas y que no siempre se ha de apostar por lo que hay, porque cabe la esperanza.
La energía de un país todavía joven
El sistema americano se encargará ahora de diluir los excesos de una campaña más impropia de lo habitual. La mayoría republicana, por ejemplo, matizará el proteccionismo electoral del presidente, pero lo decisivo ha sido la voluntad de cambiar y eso se acaba notando, lo notaremos todos. Atreverse, experimentar, probar nuevas fórmulas está en la tradición del sueño americano que no encaja en el credo liberal y suavemente de izquierda de los Obama y los Clinton. Esa vieja cultura política, opuesta a más Estado, a subidas de impuestos, tiene suficiente espacio en el continente, y cree que se puede seguir siendo el gendarme del mundo, pero no al precio de llenar el país de delincuentes y morir absurdamente en guerras muy lejanas.
Una lectura española
A diferencia de Estados Unidos, somos un país viejo, más cercano a Sancho que a Quijote, sumiso y escaldado de mil aventuras con poco provecho. Al menos desde Franco, se nos ha gobernado con facilidad, más con el palo del miedo que con la zanahoria de la aventura. Padecemos unas administraciones abrumadoras e ineficientes, y soportamos una política monótona y uniforme, pero gritona y que deifica al gobierno.
No tenemos ningún Trump a la vista, porque nuestros partidos se encargarían de impedirlo con absoluta celeridad y eficacia, ya que disfrutan de un sistema de bloqueo a la iniciativa y a la renovación digno de estudio, todo se hace desde arriba y sin miramiento alguno a lo que le respetable pudiere desear. Nos ha surgido una alternativa que es más de lo mismo, con Errejones que investigan en Málaga, viviendo en Madrid y sin dar palo al agua, y Espinares que obtienen el piso que todo joven quisiera por un procedimiento indescriptiblemente arbitrario, imaginado por nuestros Bárcenas y Pepiños, para destinar un porcentaje de esos pisos que pagamos entre todos al disfrute de los elegidos, o sea que nada que esperar por ese lado.
Somos mayoría los que no estamos en circuitos de privilegio, los que sufrimos la tutela engorrosa de unas administraciones kafkianas, los que pagamos cada vez más para obtener menos, los que no esperamos nada de una política que parece hecha a nuestra contra: alguna vez daremos la campanada, cada vez queda menos.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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