Antón Losada, el politólogo y periodista gallego, socarrón y de querencias izquierdistas, escribió en 2014 'Código Mariano', una inmersión en la idiosincrasia del presidente del Gobierno que, pese a la ausencia de pretenciosidad de la obra (154 páginas, editada por Roca Editorial y Eldiario.es libros), logra ofrecer claves muy convenientes para entender las actitudes y comportamientos del presidente del Gobierno. Y sus decisiones, como las de los nombramientos de sus ministros.
Cuando Losada se refiere a ellos, escribe: “Cada miembra y miembro del Ejecutivo tiene su 'misión mariana', cumple una función útil para la protección del presidente (…) Más que como ministros, prestan servicios como escoltas y guardaespaldas. Cada uno posee un perfil específico que resulta adecuado como agente y escudo protector en situaciones características y potencialmente peligrosas para el presidente. Ellos salen dispuestos a darlo todo para cubrir al jefe, porque en ello les va su propia supervivencia política. Mariano Rajoy se reserva el papel del hombre sensato y paciente, capaz de poner sentido común y equilibrio allí donde sus ministros y ministras perdieron el control, o se dejaron llevar por sus impulsos”.
José Luis Álvarez, en 'Los presidentes españoles. Personalidad y oportunidad, las claves del liderazgo político' (Editorial LID. 2014), el sociólogo que más se ha ocupado de repasar con detenimiento los rasgos temperamentales de nuestros primeros ministros durante la democracia, dedica elogios a Rajoy por su resistencia, aunque lo dibuja como un político “incapaz de aumentar su capital político”, razón por la cual su “mejor estrategia es la inmovilidad”. Y añade que el estilo de Rajoy “es mantener al máximo el dominio de sus acciones, no verse obligado a contestar a los demás, escapar de la incesante cadena de reacción-contra-reacción (…) evitar la presión o hacer como si no existiera, incurrir solo en las jugadas que le interesan e ignorar las que no le interesan, con el objetivo de mantener su capital político, que Rajoy sabe que es escaso, siempre menor que el necesario”.
Sáenz de Santamaría está llamada a ser protagonista en el manejo político y jurídico de la cuestión catalana y, aunque perderá visibilidad, gana en poder real
Valga este prolegómeno extraído de esas lecturas interesantes y, en mi modesta opinión, bastante atinadas, para contextualizar la valoración que puede merecer el equipo gubernamental con el que Mariano Rajoy arranca la difícil XII Legislatura. Se trata de un Ejecutivo doméstico que cuida extremadamente la lealtad al presidente —un valor esencial para Rajoy— y que está diseñado en función de los equilibrios de poder en el Partido Popular. La vicepresidenta suma Presidencia y Administraciones Territoriales (no pierde el CNI). Sigue siendo la gran coordinadora del equipo y, aunque Rajoy le retira a su adversario García-Margallo, le sitúa en Defensa (María Dolores de Cospedal) un contrapunto porque la castellano-manchega retiene además, de momento, la secretaría general del partido. Sáenz de Santamaría está llamada a ser protagonista en el manejo político y jurídico de la cuestión catalana y, aunque perderá visibilidad (no será portavoz del Gobierno), gana en poder real.
El equipo económico es tributario de la vicepresidenta, especialmente el incombustible y polémico Montoro, que sigue en Hacienda con la adición de la Función Pública, y Álvaro Nadal, que de la Oficina Económica de Moncloa pasa nada menos que al popurrí ministerial de Energía, Turismo y Agenda Digital. Guindos sigue —¿pero no estaba de salida?— sumando Industria a Economía. El Ibex no tiene motivos para estar feliz, como mal suponía Sánchez. Catalá en Justicia, Báñez en Empleo, Iñigo Méndez de Vigo en Educación, Cultura y portavoz del Gobierno y García Tejerina en Agricultura ofrecen la imagen de continuidad que tanto le gusta a Rajoy.
¿Caras nuevas? Lo es Juan Ignacio Zoido en Interior, muy de la cuerda de Cospedal, y exalcalde de Sevilla, un hombre solvente y magistrado excedente que reparará con sensatez los rotos de Fernández Díez. Alfonso Dastis, en Exteriores, ha sido hasta ahora y desde 2011 el representante permanente de España ante la UE, o sea, es un diplomático que se conoce el oficio pero sin perfil político. Dolors Monserrat, en Sanidad, quiere ser un guiño a alguien (¿a Ciudadanos?); y, por fin, Íñigo de la Serna en Fomento, alcalde de Santander, es el de más peso político, joven y una personalidad prometedora. Seguramente, la única novedad relevante del nuevo equipo.
No hay independientes, no hay vicepresidente económico, no hay cambio generacional, no hay perfiles medio-altos, no se percibe regeneración
No hay independientes, no hay vicepresidente económico, no hay cambio generacional, no hay perfiles políticos medio-altos (son todos bajos), no se percibe regeneración (¿cómo la podría haber con Montoro en Hacienda, el fautor de la amnistía y de la degradación de la Agencia Tributaria?). Se trata de un cambio de Ejecutivo lampedusiano, rajoyista, repleto de fieles al jefe y de pretorianos que le van a custodiar. No hay expectativas de que la dinámica rutinaria del Gobierno anterior se altere con este. Este es un Gobierno tan cerrado o tan abierto como el anterior, tan brillante o tan mediocre como el anterior, en definitiva, tan bueno o tan malo como el anterior. Es un Gobierno de un Rajoy que elige a sus colaboradores tenga 186 escaños (2011) o 137 (2016). Piñón fijo y una mediocridad política que es, sin embargo, superior a la de todos sus adversarios.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
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