Tras el éxito de Trump todo son temores, lamentaciones, indignación, justificados en gran medida, exagerados en determinados aspectos, como todo lo debido a lo que representaban los Clinton. Pero a partir de este llanto y gemir de dientes ¿qué? ¿La respuesta es instalarse en el hipercriticismo, transformando en exigencia todo lo que hasta ahora han sido tragaderas con Obama, a quien le debemos que Europa sea hoy mucho más insegura? o ¿se van a abordar las causas de todo este voto de rechazo?
Veamos una de fundamental. Es una
evidencia que muestra una sola gráfica, la curva de incidencia del
crecimiento mundial Lakner-Milanovic (la “curva del elefante”) 1988-2008: los grandes perjudicados por la globalización son las clases medias bajas de los países desarrollados, mientras sus elites, el famoso 1%, han resultado beneficiadas. En honor a los hechos hay que decir que el World Economic Forum matiza mucho aquella evidencia, pero hay otras vías que señalan idéntico problema:
Los aumentos de productividad que se
traducían en mejoras salariales han pasado a la historia. En Estados
Unidos entre 1973 y 2013, la productividad aumentó un 107%, pero, un
trabajador percibía, descontada la inflación, un 13% menos. Son los
propietarios y los inversores quienes recogen las ganancias. Claro que
no hay porque ir tan lejos. Sucede con los hoteles en Barcelona, un
claro ejemplo de como el aumento de la ganancia no se traduce en mejoras
salariales, como también sucede con el 3% de crecimiento del PIB
español. La desigualdad de ingresos se traslada al consumo.
Si volvemos al escenario del Estados Unidos de Obama, el 5% de la población representa el 40% del consumo. Esto define una gran fractura social de la que Trump ha sabido sacar rédito. Pero no todo es la globalización. La forma como se acumula el capital responde a factores también endógenos, como mostró Piketty,
con todas las reservas que se quieran. Asimismo, las diferencias entre
países desarrollados obedecen a la capacidad de sus gobernantes para
disponer de políticas públicas que reparen el daño o lo multipliquen.
También aquí disponemos de un ejemplo cercano de cómo castigar a las
familias de clase media: la exagerada presión fiscal que aplica el
gobierno catalán, junto con la carencia de políticas familiares, que
contrasta con la abundancia de medidas GLBTI y de género, demuestran que
todavía se puede hacer peor.
Pero, tanto o más que triunfo de
Trump, hay que hablar de las pérdidas de Clinton y, por extensión, del
Partido Demócrata de Obama. Y en este declive ha estado
presente el profundo sentimiento de pérdida de valores, un concepto poco
definido pero inteligible que en realidad señala un choque de
moralidades, un enfrentamiento cultural. Algo que les costó la
anunciada victoria al referéndum colombiano, al intentar introducir en
los acuerdos la agenda de la política de género, una medida ya
rectificada. Cuestiones como el aborto y el matrimonio homosexual son la punta del iceberg de la pugna entre dos culturas antagónicas,
y la imposición de los lavabos unisex en la Casa Blanca es uno de sus
símbolos, ridículo sí, pero bien expresivo. Una sustitución de valores
que para muchos está ligada -creo que con razón, y valdrá la pena tratar
de ello- al aumento de la desigualdad y la hegemonía de una élite
cosmopolita y globalizada.
En todo esto la fe religiosa cuenta, y
mucho, porque históricamente las grandes religiones, el catolicismo en
especial, han dado a las personas un sentido de dignidad y valor que no
estaba ligado a lo que ganaban o poseían. Cuando el consumismo toma su
lugar, la gente se realiza comprando cosas que no necesitan con dinero
que no tiene para una felicidad que no durará. Es una sustitución pésima
que termina en conflicto.
La emigración resulta otro factor decisivo sobre el que no aparece el aprendizaje.
La ignorancia absoluta de los problemas que acarrea, ver solo su lado
bueno, sin restricciones ni exigencias, termina alimentando su
demonización, por los xenófobos, ciertamente, pero esos son solo una
minoría. El problema grave empieza cuando se extiende a mucha gente que
no lo es por razones de convivencia.
Y es que la erosión de la clase media, el aumento de la desigualdad, la marginación de la transformación social y económica auspiciada por la política de género y el conflicto emigratorio,
dibujan una nueva contienda social, de clases, que debemos abordar si
no queremos sufrir. Pero ahora la antigua burguesía son los “progres” de
la élite económica, mediática, y sus aliados, los rentistas de rentas
públicas, que viven de la subvención y del trabajo de los demás mientras
predican el buenísimo. Y el proletariado son las gentes del IRPF, las
familias con hijos, que en Estados Unidos han abandonado en buena medida
al partido demócrata, y en Cataluña son políticamente huérfanos.
El éxito de Trump y del Brexit debería ser
una lección, para evitar que el juego se desarrolle solo entre
populismo y élites “progres”. Algo realista y bueno para la vida de las
personas debe surgir. Seguramente el punto medio virtuoso de
Aristóteles.
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