Se escribe mucho sobre la crisis que parece irreversible de la socialdemocracia, pero muy poco de lo que le sucede al liberalismo, el producto resultante de las revoluciones burguesas del siglo XVII y XVIII en Inglaterra y Francia. Cuando Francis Fukuyama escribió el Fin de la Historia, en 1992 venía a significar la apoteosis liberal: mercado y democracia representativa como culminación del género humano en su dimensión política. En realidad era más bien un epitafio, visto lo que sucedió después. Fukuyama cambió y el de La Gran Ruptura 1999 ya adoptó una perspectiva crítica que el tiempo ha acentuado. Pero, a pesar de todos los signos, a pesar de la irrelevancia política de los partidos liberales, con las excepciones bien distintas y distantes de Canadá, una opción progre, y Japón, nacionalista y conservadora, se sigue afirmado que todo lo que funciona es liberal. Solo hay que decir que Ciudadanos es uno de los partidos políticos más importantes del grupo europeo, junto con la minúscula representación post convergente, para constatar la importancia de su declive desde el siglo XX, ha sido muy considerable, empezando por el país que los vio nacer, Gran Bretaña. Políticamente viven a expensas de su pequeño tamaño y de su vocación de poder que les lleva a formar coaliciones de todo tipo, lo que permite que existan aun en Europa, primeros ministros liberales. Pero como gran opción de gobierno, cultura y filosofía política está en crisis terminal porque han fallado todos sus presupuestos.
Una forma de difuminarla es considerando que el liberalismo lo impregna todo, de manera que todo lo que es bueno es liberal. Ahora mismo se puede constatar este juego de apropiación impropia- algo común también a la perspectiva de género, en otro orden de cosas-cuando diversos medios coinciden en proclamar a Merkel “bastión de los valores liberales” ante la elección de Trump. El paso siguiente quizás sea el de refugiarse en el papa Francisco.
Si hay un país en Europa que no haya seguido la doctrina liberal este ha sido Alemania, forjada en la doctrina social de la Iglesia, la economía social de mercado, ha sido durante muchos años una de las bestias negras del liberalismo por su “intervencionismo económico”. Las fases de gobierno socialdemócrata en aquel país, no han hecho otra cosa que acentuar determinados aspectos del modelo de economía social, y de perjudicar otros -todo hay que decirlo- con su tendencia a confundir lo social con lo público, hasta que un canciller de aquel partido, Gerhard Schroeder, podó a ultranza todo el entramado público benefactor.
Merkel no es liberal porque es demócrata cristiana y aplica políticas de este perfil. Los liberales son otros, y constituyen una minoría sin gran incidencia política, de la misma manera que el llamado capitalismo renano, la concertación sindical y el papel de los sindicatos en la economía, la abundancia de pequeñas cajas de ahorro ligadas a las necesidades de su territorio y la pequeña empresa, con “grandes bancos” que como mucho alcanzan que a ver con las características del liberalismo que sí que expresa el modelo económico anglosajón.
Liberalismo quiere decir una concepción bastante definida: Significa la primacía del individuo sobre la comunidad y la familia, el acento en la autonomía personal, la imposibilidad de que exista una razón objetiva, el rechazo a toda moral compartida, la sustitución de las virtudes por leyes y procedimientos, la primacía del mercado y de la propiedad privada, confiando en que su libre ejercicio generará bienes para todos. Pues bien, todo esto es lo que no funciona; por esto está en crisis y es la causa fundamental de la “revuelta de los electores”.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario