Albert Rivera en la Ejecutiva Nacional de Ciudadanos. (EFE)
A falta de competición por el liderazgo, el congreso de Ciudadanos se centra en tres puntos: un debate ideológico —mas bien nominalista— sobre la autodefinición del partido; uno funcional sobre el papel que le corresponde en la nueva geografía política; y la cuestión estratégica de su participación o no en los gobiernos a los que ayudó a nacer.
En cuanto a lo primero, no hay que dar muchas vueltas. Ciudadanos es esencialmente el partido que recoge el voto de los españoles de centro-derecha liberal, opuestos a los nacionalismos y con menos de 45 años. Esa es su naturaleza y su identidad, la que le han dado sus propios votantes (más de la mitad de los cuales proceden del PP).
Su función política es la que las urnas le han adjudicado: el típico modelo de un partido bisagra, destinado a dar estabilidad al sistema y a completar mayorías de gobierno (preferentemente con el PP pero, eventualmente, también con el PSOE). De hecho, una de sus cualidades más apreciadas es su disposición al diálogo y su versatilidad para los pactos.
Ya se han percatado de que hicieron el canelo renunciando a entrar en los gobiernos que respaldaron con sus votos
El meollo está en el debate estratégico: ¿cómo han interpretado los dirigentes de Ciudadanos esa función de partido bisagra inclinado al centro-derecha?
Empecemos por la conclusión: todo indica que, a estas alturas, ya se han percatado de que hicieron el canelo renunciando a entrar en los gobiernos que respaldaron con sus votos. Y lo que hoy se preguntan es cómo y cuándo reparar el error.
Ciudadanos inició su despegue en la política española con un gran resultado en las elecciones de mayo de 2015. Varios gobiernos autonómicos y muchos municipales existen gracias a su apoyo. Sin embargo, hoy no están presentes en el gobierno de ninguna comunidad autónoma ni participan en el gobierno municipal de ninguna ciudad con más de 100.000 habitantes.
Sencillamente, se han quedado voluntariamente ayunos de poder territorial en un país en el que el poder territorial es aún más importante que el nacional para enraizar a una fuerza política. ¿Cómo puede ser eso bueno para un partido que no se alimenta de la agitación callejera ni de la explotación política del malestar social, sino que tiene una clarísima vocación de crecer a través de la acción política en las instituciones?
Más grave aún es lo que les ha sucedido respecto al Gobierno de España. Un partido bisagra, para ser eficaz, debe cumplir dos condiciones: primera, completar la mayoría parlamentaria sin necesidad de apoyos suplementarios. Segunda, dotarse de instrumentos que le permitan condicionar la actuación del Gobierno al que respaldan. El más poderoso de los cuales es formar parte de ese Gobierno.
Ciudadanos no cumple ninguno de los dos requisitos. Sus votos no son suficientes para sostener al Gobierno y protegerlo de derrotas parlamentarias. De hecho, ni siquiera son necesarios mientras Rajoy pueda mantener un canal de negociación más o menos fluida con el PSOE. Y además, por mor de una mal entendida virginidad política no han querido comprometerse en una coalición, ni siquiera en un pacto de legislatura, lo que los ha dejado literalmente desarmados.
Lo que resulta un negocio pésimo es entregar el poder a otro partido y quedarse inerme para influir eficazmente sobre su actuación
El propio Rivera ha reconocido indirectamente esta debilidad. "Nosotros ya cumplimos al votar a Rajoy", ha dicho; ahora solo nos queda confiar en que él también cumpla. Es decir, le entregamos lo que necesitaba y nos quedamos a su merced, sin ningún elemento de presión para obligarlo a contar con nosotros en sus decisiones.
¿Por qué esa automutilación? ¿Por no contaminarse con la mala imagen de Rajoy? ¿O por la creencia de que ser el socio menor de una coalición de gobierno es un mal negocio? Lo que resulta un negocio pésimo es entregar el poder a otro partido y quedarse inerme para influir eficazmente sobre su actuación.
Imaginemos que hoy Albert Rivera fuera vicepresidente del Gobierno y contara con varios ministros de su partido; y que, además, Ciudadanos ocupara consejerías importantes en los gobiernos de Madrid, Andalucía, Castilla y León, Murcia y La Rioja (todos los cuales existen gracias a sus votos). Si ese fuera el caso, ¡a buenas horas estaría hoy Rajoy madrugando a C’s con acuerdos con el PSOE de los que Rivera y los suyos se enteran por la prensa! Rivera se sentaría necesariamente en esas mesas de negociación; y ante el ninguneo, siempre le quedaría el potente recurso de romper el Gobierno y abrir una crisis política, que es lo último que desean Mariano y los socialistas.
Ciudadanos logró la hazaña de convertirse en el primer partido de la oposición en Cataluña. Debería desempeñar un papel determinante en la gestión política de ese conflicto. Sin embargo, pinta muy poco. Sáenz de Santamaría se faja con Junqueras, próximo presidente de la Generalitat, mientras Rajoy se concierta personalmente con su interlocutor del PSOE. ¿Sucedería lo mismo si el partido naranja tuviera asiento en el Consejo de Ministros?
En este congreso ya no se discute la equivocación cometida. La diferencia está en que unos dicen que hay que arreglarlo ya y otros que lo arreglarán “tras el próximo ciclo electoral”; es decir, a partir de 2019.
El problema es que ya no depende de ellos. En cuanto a los primeros, puede que lleguen tarde. Rajoy ha descubierto que le resulta mucho más productiva la sociedad de socorros mutuos con el PSOE, aunque tenga que pasar algún sofocón en el Parlamento. Y las Susana Díaz, Cristina Cifuentes y demás viven muy tranquilas en la actual situación y saben que una ruptura injustificada por parte de Ciudadanos sería incomprendida y penalizada en las urnas.
En cuanto a lo de esperar al siguiente ciclo electoral, ¡cuán largo me lo fiais! Eso ha de pasar por la aduana electoral, y nadie puede asegurar a Ciudadanos que ellos, los ciudadanos, vayan a darle la misma oportunidad que han tenido y han dejado pasar. Los votos de hoy no garantizan los de mañana, especialmente para un partido joven cuya clientela está aún escasamente fidelizada.
La moraleja es que en el multipartidismo una bisagra eficaz es un instrumento sumamente útil, pero una bisagra coja es tan solo una muleta de usar y tirar. Y si la cojera es autoinducida, no hay quien lo explique de forma que se entienda. Digan lo que digan los curas, en la política, como en la vida, ni el celibato ni la virginidad tienen premio. Afortunadamente.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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