Ha transcurrido, hace pocos días, un año desde que con fecha 30 de enero de 2016, publicara, en este mismo blog, un artículo que titulaba “Delenda est Hispania”. El núcleo de la reflexión en él expuesta era la deriva que, en aquel momento, y todavía hoy, atormenta nuestras vidas, las de los ciudadanos comunes de este bendito país nuestro: la sempiterna cuestión catalana y la irresponsable actuación de los partidos políticos españoles, más pendientes de sus juegos de estrategia y poder interno que de salvaguardar los intereses de los ciudadanos en su conjunto.
Afirmaba que algunos de nuestros políticos replicaban a Catón el Viejo en su “Delenda est Cartago”. Que desearan lo mismo para nuestra Nación, que Roma con aquella maravillosa ciudad fundada por los fenicios. Y como la historia se repite, nos encontramos hoy con más de lo mismo, pero elevando el tiro hacia arriba. Ahora le toca el turno a la inacabada ambición de una Europa fuerte y unida. Siempre en crisis y siempre cuestionada. Siempre rememorando su decadencia, la del “viejo continente”. Y como entonces recordaba, al tiempo de la publicación del artículo que antes citaba, la célebre frase, atribuida a Den Xiao Ping, máximo líder de la revolución popular China, quién en 1985 dijo:” En el siglo que viene los EEUU nos dirán qué fabricar, los hindúes y chinos lo fabricaran e iremos a Europa de vacaciones.”
Los europeos no dejamos de dudar de nosotros mismos. Recuperamos con frecuencia viejos “demonios” que favorecen cuestionar el futuro integrador y en armonía de sus más de 508 millones de ciudadanos. Parece una aventura imposible, y por muchos indeseada, la de la una verdadera unión política, militar, financiera, fiscal y económica. Siempre, con recurrencia, florecen de nuevo los rancios nacionalismos, las ambiciones egoístas, la amalgama de Reinos de Taifas en el que cada uno va a la suya trabajando poco por el futuro de todos, e importándoles nada tener los mismos impuestos, un gobierno elegido por los europeos, derechos y obligaciones iguales, sistema financiero común, contratos de trabajo armonizados, educación de calidad y homologable y un Presidente de una Europa fuerte y unida que pueda hacer de contrapeso a las potencias de similar tamaño y no siempre iguales objetivos. Hoy EE. UU tiene un sólo presidente y la UE tiene cuatro: el de la Comisión (Jean-Claude Juncker); el del Consejo Europeo (Donald Tusk); el del Parlamento (Antonio Tajani) y el de la presidencia rotatoria semestral (Joseph Muscat)
Cada vez son más los indicios que nos señalan que no vamos por el camino correcto, faltando fe en una real y eficaz integración política. O Europa se hace, se termina de construir, o dejemos de perder el tiempo. Hay que poner patas arriba los sistemas estatales sino no tiene sentido mantener sólo una moneda única. Como dijera un antiguo Secretario del Tesoro norteamericano, “el euro será un gran éxito para los americanos que podrán viajar por Europa sin pagar comisiones de cambio”. EE. UU y ASIA, si se hunde Europa, ellos vivirán mejor.
Fiel reflejo de lo que digo lo tienen dos frases recientes pronunciadas por, una de ellas por D. Tusk quién afirmaba que “unidos resistiremos y divididos caeremos”, y la segunda por la “estrella” del momento, el singular presidente de la nación más poderosa del mundo, que sin pudor nos advierte a los que considera cándidos súbditos europeos, que nuestro ilusionante proyecto de una Europa fuerte no es otra cosa que un vehículo para Alemania. Efectivamente tenemos ciertos, e incuestionables, peligros internos y otros, no menos desdeñables, que nos amenazan desde el exterior. Los primeros son los rancios nacionalismos y los populismos de nuevo cuño; los segundos los frívolos e inexpertos primeros pasos de política de Trump; una China más segura en sí misma, la agresividad rusa y el islamismo radical.
Celebramos este año el 60 aniversario del Tratado de Roma. Una efeméride que llega en un momento de serias dudas con un grave abandono del proyecto por parte del Reino Unido, con incertidumbres más que preocupantes sobre el futuro electoral de países tan importantes para la consolidación de Europa como son los casos de Francia, Alemania y Holanda, en los que los nacionalismos aspiran a recuperar las viejas políticas del nacionalismo radical.
O apuntalamos, y pronto, lo que nos une, o debería unirnos, o Europa corre un serio riesgo de desaparición. Necesitamos un potente conjunto de naciones que apueste, indeleblemente, por más Europa en vez de más dudas. Precisamos confiar en nuestra moneda única y sostenerla y defenderla de la especulación interesada, incluso dentro de nuestra propia casa común. Es igualmente necesario combatir, con argumentos, las ideas y las posiciones de quienes pretenden destruirla desde posiciones nacionalistas, extremadamente peligrosas, y de sobra conocidas en la historia del último siglo.
Apostar por compartir soberanía sin remilgos, con convicción y acercarnos más al ciudadano común, a nuestra desilusionada clase media para seducirla y cautivarla con un proyecto europeo de éxito y bienestar para ellos y sus familias. De no ser así, continuaremos recordando aquella trágica frase de Catón el Viejo: “delenda est Europa”.
Personalmente, prefiero acabar esta reflexión con la sabiduría del Papa Francisco: “no estamos en una era de cambios, sino ante un cambio de era”.
VICENTE BENEDITO Vía VOZ PÓPULI
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