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viernes, 10 de febrero de 2017

PODEMOS Y PP, LAS DOS CARAS DE UNA CRISIS

El PP de Rajoy y Podemos han protagonizado una parte esencial de la historia política desde hace ya más de tres años, y en ese trienio han ocurrido algunas cosas de cierto interés. Para empezar, un Rey ha abdicado, y el PSOE ha destituido de manera escasamente edificante a su líder de ocasión



No es casual que hayan coincidido en lugar y fecha dos congresos políticos tan aparentemente distintos, como los de Rajoy y Podemos, aunque el propósito que se ocultaba tras la coincidencia de esta extraña pareja haya terminado en fiasco. Parece que un Podemos en el apogeo de su imagen aspiró a presentarse como una alternativa real al PP, pero, si ese fue el caso, no habrá otro remedio que concluir que, en contra de lo que decía Tierno Galván, en esta ocasión, Dios ha abandonado a un buen marxista. Desvanecido el supuesto efecto escénico, no está de más tomar la insólita coincidencia como pretexto para valorar nuestra situación política. 

Dos partidos distintos, pero uncidos

El PP de Rajoy y Podemos han protagonizado una parte esencial de la historia política desde hace ya más de tres años, y en ese trienio han ocurrido algunas cosas de cierto interés. Para empezar, un Rey ha abdicado, y el PSOE ha destituido de manera escasamente edificante a su líder de ocasión; además ha habido tres elecciones generales después de la irrupción podemita en las europeas de mayo de 2014: unas municipales y autonómicas y dos elecciones generales, todo ello en medio de una crisis bastante feroz y de un grave distanciamiento entre las políticas del gobierno y las promesas electorales previas. Si se considera lo que ha ocurrido, resulta bastante extraordinario que el presidente de gobierno continúe siendo Mariano Rajoy, incluso olvidando episodios que producen sonrojo a cualquiera.
Una de las claves para interpretar esta insólita peripecia es precisamente que la aparición y ascenso de Podemos ha servido para evitar la caída de Rajoy
Una de las claves para interpretar esta insólita peripecia es precisamente que la aparición y ascenso de Podemos ha servido para evitar la caída de Rajoy y, lo que es condición necesaria para ello, para impedir que un PSOE en sus peores momentos pudiera intentar, siquiera, optar al Gobierno. Por supuesto que el PSOE post-zapateril bastante tenía con lo suyo, pero la emergencia de Podemos ha actuado como válvula de seguridad para hacer posible la continuidad de Rajoy. 

Iglesias ante su momento estelar 

Tras las elecciones de diciembre de 2015, los líderes de las minorías parlamentarias dieron de sí cuanto podían, pero, en verdad, no fue mucho. Pedro Sánchez y Carlos Alberto Rivera firmaron un papel, pero no se atrevieron a llevarlo a las urnas, Iglesias pensó que le era llegada su hora y Rajoy se agazapó en la Moncloa, lo que no deja de ser una de sus especialidades. En las elecciones que no se supo evitar, acabó por pasar lo que ahora contemplamos. Se puede discutir hasta la náusea sobre los futuros posibles en aquella situación agónica, pero lo que no admite duda es que la ambición desmedida de Podemos, pensando en que podría llegarle una oportunidad más memorable, hizo imposible un gobierno distinto a cualquiera de los que Rajoy estuviera dispuesto a encabezar. Ni Sánchez dio la talla, ni la dieron los demás, mientras Rajoy supo aprovechar el desgaste evidente de la incapacidad ajena que actuó como una pantalla ideal para ocultar la propia. 
La ambición de Iglesias, y la torpeza del resto, hizo inviable cualquier fórmula que evitase unas segundas elecciones. Es obvio el boicoteo a cualquier posibilidad de un gobierno alternativo a Rajoy le dio al gallego el aire que necesitaba.

Iglesias ante su segunda prueba

El próximo fin de semana Podemos asistirá, con toda probabilidad, a un momento de definición, y no es fácil saber lo que pasará luego, pero sí se puede asegurar que la intención de convertir a Iglesias en un caudillo, con perdón, bien protegido por unos pretorianos dóciles, puede no ser nada conveniente ni para el futuro de la formación, ni para el de todos nosotros. Está en juego el porvenir de una enorme masa de votantes que tal vez pueda creer en una nueva izquierda, pero difícilmente creerá en una especie de padrecito Stalin con coleta.
Un Podemos menos enchufado al liderazgo carismático de un líder que ya ha mostrado el tamaño de los errores que puede cometer, podría llegar a ser una alternativa interesante, es obvio que dirigido muy de otra manera
A Dios gracias, muchos no tenemos nada que decir ante la disyuntiva que tal vez ponga a Podemos en estado de quiebra virtual, pero no es absurdo imaginar que un Podemos menos enchufado al liderazgo carismático de un líder que ya ha mostrado el tamaño de los errores que puede cometer, podría llegar a ser una alternativa interesante, es obvio que dirigido muy de otra manera. Es razonable que esa posibilidad, un tanto remota, pues los aparatos suelen ganar los envites que les hacen los militantes ingenuos y voluntariosos, no guste nada ni a Rajoy ni al gestor Fernández, tal vez ni siquiera a un Sánchez que se apresta gallardamente a intentar la resurrección, pero puede que no fuese lo peor para el conjunto de los españoles.  

Rajoy en la otra plaza

Rajoy se enfrenta a una ceremonia en la que va a ganar todos los Oscar, lo que no es extraño si se piensa que es el organizador, el único candidato y, en realidad, el que tiene en un puño la totalidad de los votos del cónclave, pero como casi nada es lo que parece, es bastante probable que ese momento de exaltación narcisista, esa unidad inquebrantable en torno al que les coloca a todos, no le proporcione la seguridad suficiente. Él conoce mejor que nadie la fragilidad que le aflige, las probabilidades de naufragio inmediato de la legislatura, y ni siquiera está cierto de que, pase lo que pase con Podemos, pueda seguir esperando de esa esquina los apoyos indirectos que le han mantenido con vida los últimos tres años.
El PP podría caer en la ilusión de creerse capaz de conseguir que los españoles se preocupen de si Cospedal sí o Cospedal no, de si sí o no a las primarias, o de cualquier otro McGuffin
El PP podría caer en la ilusión de creerse capaz de conseguir que los españoles se preocupen de si Cospedal sí o Cospedal no, de si sí o no a las primarias, o de cualquier otro McGuffin que los encargados de la tramoya sean capaces de imaginar, pero no se necesita mucho seso para saber que, en la actualidad, es un partido que, como el rey de la fábula, está bastante desnudo de proyecto, de ideario y de políticas, por mucho que haya aprendido a vivir de las incapacidades ajenas, sea el desconcierto ideológico y orgánico del PSOE, o la bisoña inmadurez de quienes se creen lo que ni son ni podrán llegar a ser. No está claro que se pueda durar mucho siendo la menos fea, sobre todo si, por cualquier efecto incontrolable en un mundo bastante convulso, se desvaneciesen definitivamente hasta las débiles apariencias de prosperidad que apenas sirven para consolar a los editorialistas muy adictos.

Aunque el PSOE no esté, tampoco se le espera

Hace falta tener unas tragaderas muy amplias para comprar el discurso que alaba al PSOE de la gestora, para creer que pueda quedar espacio para un partido que renuncie a conectar con la situación de los menos favorecidos y a reinventar los argumentos de una izquierda verdadera, es decir, posible, frente a imposible, y original frente a la mera nostalgia de un tiempo ya ido. La sensación que se puede tener viendo las cosas desde fuera es que el partido no tiene ahora mismo energías para rehacerse. No es extraño que así sea, puede que sea otra de las consecuencias de la enfermedad a que se enfrenta una Europa seriamente amenazada de desaparecer sin que, a primera vista, existan ni proyectos ni liderazgos capaces de repensarla.
El PSOE tendría que hacer algo bastante más difícil que reorganizarse como una pesada y ambiciosa maquinaria, tendría que buscar una justificación que ya no le puede dar el largo manejo del poder
El PSOE tendría que hacer algo bastante más difícil que reorganizarse como una pesada y ambiciosa maquinaria, tendría que buscar una justificación que ya no le puede dar el largo manejo del poder. Se enfrenta no a una crisis de liderazgos, sino a algo más grave y más hondo. No es que le falten cabezas capaces de verlo, pero parecen sobrarle aspirantes a arreglarlo como si aquí no hubiese pasado nada, como si no hubiese le riesgo de que el partido llegue a tener menos votos que aspirantes a liderarlo.
La consecuencia de todo esto es bastante simple: a cuatro décadas de la constitución de 1978, necesitamos más de lo que los políticos del día nos ofrecen, y tampoco está claro que tengamos una sociedad civil poderosa dispuesta a soportar el peso de una situación complicada. Si fuésemos un país recién nacido, el diagnóstico habría de ser muy pesimista, pero somos una vieja nación que ha soportado desgracias casi sobrehumanas, y doy por seguro que saldremos adelante, que sabremos encontrar algo mejor que esa pobrísima alternativa entre la mansa e incolora multitud del partido de Rajoy y la belicosa caterva a las órdenes de Pablo Iglesias.

                                                     JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS  Vía VOZ PÓPULI


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