El autor de 'Contra las elecciones' explica a El Confidencial los problemas que presenta la manera en que elegimos a nuestros representantes y cuál puede ser la solución
Van Reybrouck, presidente del PEN de Flandes. (Fotografía: Héctor G. Barnés)
“¡Vota, vota!” exclama en mitad de nuestra entrevista el belga David Van Reybrouck (Brujas, 1971), cuando ve pasar por la Gran Vía un autobús con ese lema en uno de sus laterales. “Si necesitan utilizar esa clase de carteles, es porque la gente no quiere votar”. El autor se encuentra en Madrid para promocionar 'Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia' (Taurus), un volumen aparentemente provocador que nos hace replantearnos todas nuestras ideas sobre la toma de decisiones. Por ejemplo, que "elecciones" es sinónimo de "democracia".
“En el supuesto de que hoy en día se tuviera que inventar un modo de conocer la voluntad popular, ¿se consideraría buena idea que la gente acudiera cada cuatro o cinco años con un papelito en la mano a una oficina electoral donde, en la penumbra de una cabina, marcaría con una cruz no una idea, sino nombres de una lista sobre la cual durante meses habría oído toda suerte de comentarios proferidos desde un entorno comercial que se nutre precisamente de la agitación?”, se pregunta en el libro. “Nos atreveríamos a llamar a ese ritual extraño y arcaico 'la fiesta de la democracia'?
Despreciamos a las personas que elegimos, pero idolatramos las elecciones
El diagnóstico de Van Reybrouck es certero. Las elecciones y los referendos son sistemas peligrosos, porque los políticos solo piensan en el corto plazo –ser elegidos en la próxima votación– y no en el largo, es decir, solucionar los verdaderos problemas de la gente. La política se ha convertido en un partido de fútbol en el que unos y otros se lanzan acusaciones mutuas con un objetivo electoralista, amplificadas por los medios de comunicación. Mientras tanto, el ciudadano, más informado que nunca, no tiene voz ni voto (bueno, tan solo una vez cada cuatro años).
Frente a ello, el autor de 'Congo' propone una democracia deliberativa, en la que grupos de trabajo formados por ciudadanos anónimos y apoyados por expertos de diferentes campos tomen libremente las decisiones que les afectarán. El azar juega un papel importante para implicar a toda la población: frente al político profesional, Van Reybrouck recuerda que los experimentos con ciudadanos escogidos aleatoriamente consiguen que estos se comprometan. Como explica en el libro, tan solo ha sido durante el último siglo y medio cuando las elecciones por votación han sustituido a la selección al azar.
Van Reybrouck pronto experimentará con su programa G1000 en Madrid, con el objetivo de ensayar si una democracia alternativa es posible en nuestro país. De su mano nos sumergimos en las fallas y defectos de un sistema en el que “despreciamos a las personas que elegimos, pero idolatramos las elecciones”.
PREGUNTA. ¿Por qué son tan peligrosas las elecciones en nuestras democracias?
RESPUESTA. La gente ya no confía en ellas. En todas las democracias occidentales hay un gran descontento hacia los políticos y los partidos. Hay estadísticas de Transparencia Internacional que señalan que la institución pública en la que menos se confía es en los partidos políticos, incluso en Noruega. Un 41% de los noruegos creen que los políticos son tremendamente corruptos. En Bélgica es un 67%. En Francia, un 70%. En España, un 80% y en Grecia, un 90%.
Que surjan movimientos populistas es normal en un sistema en el que la gente ve lo que pasa pero no puede hacer nada
Es un problema. Entiendo que la gente desconfíe cada vez más, porque las elecciones son una forma de hacer democracia pasada de moda. La manera de plantear las elecciones que viene desde finales del siglo XIX está desfasada, es primitiva y arcaica. Lo único que ha cambiado entre la invención de las elecciones y hoy es que cada vez más gente tiene derecho a votar. Etimológicamente, la palabra “elecciones” y “élite” son lo mismo. Hoy vemos cómo la educación, la comunicación o la información han sido democratizadas, así que no podemos seguir trabajando con un proceso de una era en la que la gente no sabía leer o escribir, no tenía acceso a la información, el transporte era lento… Es como ir en coche de caballos por la autopista.
Los ciudadanos de hoy en día tienen más acceso a información, pero solo pueden hablar una vez cada cuatro años, marcando una casilla en un papel. Es como ver un partido de fútbol, con la diferencia de que afecta a todo el mundo y las dos personas que deciden sobre tu futuro tan solo se preocupan de ganar las siguientes elecciones. La gente no tiene acceso al terreno de juego, excepto cada cuatro años. Entonces, toda la furia que se ha acumulado explota. Es normal que aparezcan movimientos populistas. Es la reacción normal a un sistema en el que la gente ve lo que está pasando pero no puede influir en ello.
HÉCTOR G. BARNÉS Vía EL CONFIDENCIAL
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