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viernes, 3 de febrero de 2017

DICEN QUE RAJOY ESTÁ TRANQUILO

La Constitución prevé, prudentemente, su reforma, cuando fuere necesario, pero también establece lo necesario para su defensa, para preservar la paz y el orden ciudadano al que tenemos derecho y en que queremos vivir.


Kant dejó dicho que poseemos la capacidad de hacernos preguntas que no estamos en condiciones de contestar, pero me temo que se dejó llevar por alguna especie de optimismo de época, porque, en verdad, el hábito de hacerse preguntas no suele abundar en momentos como el presente en el que las respuestas y los eslóganes más diversos ocupan completamente las pantallas. Los excesos de información procuran más indiferencia que inquietud y acaban por hacer que nos olvidemos de lo que realmente importa.

Un panorama que no estimula el optimismo

Vayamos ahora al ejemplo que nos ofrece la política española, para ilustrar el caso. Con un mundo desvencijado y roto, con un horizonte internacional escasamente claro, con una amenaza realmente grave al orden constitucional, al Estado de derecho, con unas cuentas públicas tirando a pavorosas, los partidos que nos representan se dedican a lo suyo. El PP decidirá valientemente si Cospedal celebra más de dos oficios o si se ha de conformar con uno, y se dispone a arrebatar a quienquiera las causas sociales más variopintas, no vaya nadie a creerse que el partido carece de ideas fuerza; el PSOE está a la espera de definirse entre el socialismo de Susana, el de López o la cosa de Sánchez, y cabe esperar que una vez que triunfe alguno de ellos nos expliquen las diferencias; Podemos está que ya
no puede disimular más y no sabe cómo contarnos lo unidos que están y lo cerca que tienen sus beneficiosos objetivos para todos y todas. No hablo de Ciudadanos porque también está entre papeles a la espera de definir si es de carne o de pescado al tiempo que nos da la buena nueva de que entrará en el Gobierno a la primera que salte.

Cañones y mantequilla

Puede que alguien le explicase mal al Rajoy estudioso la alternativa entre cañones y mantequilla, y que esa decisión económica le haya acabado pareciendo una magnífica doctrina política, vista la aplicación que está haciendo al caso de los secesionistas catalanes. Parece que piensa ir más allá del negacionismo que aplicó al referéndum pasado, es que no se iba a celebrar y que, aunque se celebró, resulta que no se ha celebrado, como lo prueba el que ahora quieran hacer otro. Pero Rajoy ya ha amenazado con aplicar un tratamiento más severo que su previa terapia semántica, ahora toca mantequilla: que toman una medida ilegal, les aplico una cataplasma que la anule, se ve que le gustaría que el juego durase eternamente, porque si de algo podemos presumir los españoles es de la enormidad de triquiñuelas jurídicas previstas en el ordenamiento.
Lo malo es que los separatistas catalanes ya han anunciado que no se van a conformar con decir que van a hacer, sino que harán de manera efectiva, y digan lo que digan las leyes españolas
Lo malo es que los separatistas catalanes, que tampoco las tienen todas consigo, ya han anunciado que no se van a conformar con decir que van a hacer, sino que harán de manera efectiva, y digan lo que digan las leyes españolas, que no les afectan porque dicen que prefieren tener las propias. Por si le faltase algo a esta insurrección organizada desde los despachos oficiales, ya han advertido que la cosa va a ser movidita, que no habrá una transición pacífica, dando a entender no el temor a lo que pueda hacer Rajoy, sino el cabreo de los otros catalanes a los que van a pisotear alegremente. Dicen que Rajoy está tranquilo, y eso es una buena señal, pero si permanece por más tiempo inactivo puede que sus deseos infinitos de concordia se vean ásperamente desmentidos por quienes creen que ya ha quedado demostrado que el Estado es un tigre de papel.

Defender el Estado de Derecho

En un libro muy reciente, José Luis Pardo, ha diseccionado con gran lucidez el factor común a todos aquellos que pretenden poseer un conocimiento privilegiado de la realidad que supuestamente se oculta tras lo que consideran el falso e interesado edificio del estado de Derecho. El secesionismo catalán es un ejemplo especialmente grave de esa manera sediciosa de entender el papel y las funciones del Estado de Derecho, desgraciadamente no es el único, ni, tal vez el más importante, o el más seductor, pero es el que más nos va a afectar a muy corto plazo, y puede encontrar apoyos insensatos en otros defensores de las políticas de la autenticidad. Para empezar, el secesionismo catalán empieza poniendo en duda el imperio de la ley, que la ley afecte a lo que ellos puedan decidir, y se inventan ese absurdo derecho a decidir que pretenden imponer por la fuerza de los hechos ante la inaudita parsimonia de un Gobierno que se dedica a mirar para otro lado. Pretenden que la igualdad fundamental entre todos los ciudadanos no existe ni puede existir porque hay una diferencia previa y más auténtica, la de ser o no ser lo que ellos definen y pretenden imponer como catalán.
Pardo muestra con claridad que el esquema de ideas que ha hecho posible el Estado de derecho, lo que permite la existencia de la política, la discusión civilizada y el acuerdo, es puramente racional y no puede ser substituido con ventaja por ninguna supuesta condición previa a su existencia, por ninguna alternativa que pretenda revelar un estado original más auténtico y respetable. De esta manera es obvio que la esencia del derecho y de la política es la limitación, nunca la fuerza, como sostienen todos los pretendidos “realistas” de la política. 
Hay que esperar que la democracia española sepa defenderse de un asalto que amenaza con pasar en breve de las performances más o menos cómicas a la pura y simple sedición
Las ideas que nos permiten resistir con éxito y dignidad a cuantos pretendan suplantar el orden constitucional por cualquier alternativa más auténtica, realista o verídica, están perfectamente claras, pero si no hay responsabilidad en los poderes que las representan, si el miedo les impide defender con claridad la legitimidad común, puede acabar sucediendo cualquier cosa. Las rebeliones contra la legitimidad pueden triunfar, pero sólo traen consigo, lo que la palabra que las nombra: “bellum”, guerra, violencia civil, ardor racial, injusticia y desastre. Hay que esperar que la democracia española sepa defenderse de un asalto que amenaza con pasar en breve de las performances más o menos cómicas a la pura y simple sedición.

Prudencia, pero valor cívico

Vivimos tiempos propicios a la fanfarronería, y no creo que haya que ir muy lejos para encontrar ejemplos notorios. Se puede soportar a los fanfarrones, porque, al fin y al cabo, el miles gloriosus siempre ha sido una figura cómica. Pero, ojo, que si el fanfarrón empieza a propinar mamporros no bastará con exhibir el ánimo impertérrito que se atribuye a Rajoy. La Constitución prevé, prudentemente, su reforma, cuando fuere necesario, pero también establece lo necesario para su defensa, para preservar la paz y el orden ciudadano al que tenemos derecho y en que queremos vivir. Frente a amenazas que ya no se quedan en exabruptos, que establecen un plan y confiesan propósitos incompatibles con el ordenamiento constitucional y el imperio, sin excepciones, de la ley común, no bastará la serenidad, que nunca está de más, será necesario mostrar con la mayor claridad y contundencia que esos propósitos serán impedidos con determinación, con efectividad, con todos los medios necesarios al caso, sin ambigüedades y sin tardanza.

                                                     JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS  Vía VOZ PÓPULI

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