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viernes, 24 de febrero de 2017

LA POLÍTICA SUSTITUIDA POR LA NADA

El mundo entero está en discusión y nuestra Europa precisa de decisiones que nadie parece anticipar, de forma que España puede enfrentarse a problemas realmente muy graves si persisten las políticas de la simulación y el continuismo que podrían quebrar de manera radical por factores externos que de ninguna manera controlamos.


El portavoz socialista en el Congreso de los Diputados, Antonio Hernando.


Parece evidente que vivimos en una época en que la política está bajo la amenaza de diversas formas de reducción a la nada, pues se ve amenazada por fuerzas que buscan su negación, por una antipolítica que se presenta con diversas caras, pero que siempre se ofrece como la epifanía de alguna verdad más profunda y más radical que la democracia y la libertad. La consecuencia más importante de ese proceso de deslegitimación es una caída en la simpleza, en el fundamentalismo o en la revolución, en formas de un puritanismo intolerante que quieren imponerse por lo que niegan, sin admitir que nadie les pregunte lo que realmente valen, por lo que puedan ofrecer a cambio. Con todo ello, lo que corre verdadero riesgo es la libertad, esa posibilidad que Hayek definía como el que pueda haber gente que haga cosas que no nos gusten, una amputación que cuadra bien con sociedades que veneran esquemas de valor muy adolescentes.

Cambios de época

Hay muchos factores externos a la dinámica política ordinaria que favorecen su progresiva desnaturalización. La era digital está trayendo cambios de mucho calado en la formación de la opinión, con descensos realmente dramáticos de la lectura reflexiva, el descrédito de toda idea de verdad, y una inflación de los derechos de la opinión individual, del derecho a proclamar hechos alternativos, que supone la equiparación práctica de cualquier memez escrita en muy pocos caracteres con las formas más densas y sofisticadas de conocimiento y de cultura. Esa leyenda de que cualquiera puede organizar una primavera árabe con un teléfono de 100 euros está suponiendo una movilización real y sin objeto demasiado definido de mucha gente joven que, por otra parte, resulta ser la más directamente afectada por las políticas de endeudamiento progresivo y de aplazamiento de las reformas necesarias. 
Los políticos irresponsables no han dudado en convertir cualquier expectativa medianamente razonable de mejora en un derecho exigible
Por otra parte, el crecimiento real de las formas del bienestar colectivo ha hecho verosímil el advenimiento del reino de Jauja, y los políticos irresponsables no han dudado en convertir cualquier expectativa medianamente razonable de mejora en un derecho exigible, lo que, lógicamente, sirve para amparar las demandas más extravagantes y para convertir cualquier miseria real en el relato de un drama de proporciones bíblicas.

Una política complaciente 

Las fuerzas políticas mayoritarias experimentan en el mundo entero la amenaza de corrientes que reclaman el Paraíso y ofrecen un camino fácil para alcanzarlo, y caen con frecuencia en la tentación de dejarse llevar para evitar explicaciones engorrosas e impopulares. Esa inhibición es un mal que tiende a agravarse por dos razones, en primer lugar, porque resulta más fácil no llevar la contraria a las olas de opinión que enfrentarse a ellas, y, en segundo lugar, porque los poderes políticos manejan todavía instrumentos poderosos que les permiten neutralizar los efectos peores de esas demandas, y apropiarse de ellas como horizonte de su programa a medio plazo. Esto trae consigo, naturalmente, el que fuerzas de origen distinto tiendan a coincidir y confundirse, lo que, aunque provoque nuevas olas de protesta entre los radicales de ambos lados del espectro, permite a quienes están en el poder una cierta ampliación de su base social invocando el miedo a que las cosas se desboquen. La política complaciente necesita del temor para disfrazar su absoluta ausencia de argumento.

El asalto a los cielos

Cualquier español que se asome un poco al exterior no dejará de asombrase con el hecho de que los fenómenos de deslegitimación que amenazan a diversas democracias lleguen, en todas partes, desde la derecha, mientras que, entre nosotros, ese papel deslegitimador del sistema se lo atribuyen fuerzas que se sitúan en la izquierda, bien que haciéndolo con los mismos términos y argumentos, como el de casta, que, en otras partes, son patrimonio de la derecha, y que aquí también lo fueron, pero sin el éxito electoral que ahora han conseguido.
Cabe preguntarse si el efecto principal del fenómeno político que representa Podemos, de base supuestamente popular, no acabará por suponer el enterramiento definitivo de cualquier alternativa de poder de la izquierda
Más interesante que explicar este contraste, es preguntarse si el efecto principal del fenómeno político que representa Podemos, de base supuestamente popular, no acabará por suponer el enterramiento definitivo de cualquier alternativa de poder de la izquierda, el hecho de que la derecha pueda crecer por el centro izquierda frente a la amenazante posibilidad de una victoria política de la izquierda radical. Los estrategas del PP no dejan, ni por un minuto, de invocar esa eventualidad, como fórmula segura de que los electores moderados se aprieten en torno al mal menor del PP y para que los electores que podrían desear otras políticas se conformen con el marianismo como dique frente al mal.

La “resurrección” de Sánchez

En España es obvio que el PSOE es la fuerza política que más se ha pillado los dedos en esta dinámica, porque ha sido descabalgado del poder por su pésima gestión, y está experimentando un proceso de deslegitimación de su base electoral por una izquierda que necesita presentarlo como el traidor que ha permitido al villano hacerse con la mayoría, y no dejará de hacerlo porque ha llegado a creerse que podrá suplantar al PSOE en lugar de complementarlo… y luego ya veremos.
Los socialistas se encuentran ante una encrucijada cuya posible salida desconocen, porque se enfrentan a un trilema que no saben cómo resolver
Los socialistas se encuentran ante una encrucijada cuya posible salida desconocen, porque se enfrentan a un trilema que no saben cómo resolver. Si quieren ser alternativa tienen que moderarse, pero necesitan radicalizarse para recuperar su electorado. Si ceden a la radicalización pueden ser devorados por Podemos, pero si no miran a su izquierda pueden perder incluso lo poco que les queda. Condenados a esta meditación estratégica, tienden a olvidarse de lo esencial, y de que necesitan actualizar lo que supongan que es su legado para recuperar vitalidad. Están bastante perdidos y pueden caer en la tentación de ignorar la realidad difícil a la que se enfrentan y tratar de arreglarse con eslóganes, que irán desde el “No es no” a cualquier clase de consigna igualmente vacía.
Existe, además, el riesgo de que el marianismo extreme su manejo del miedo y trate de forzar a las bases socialistas a escoger la fórmula que les parece más favorable, sin que haya la menor evidencia de que eso pueda ayudar al candidato supuestamente favorecido, ni de que esa hipótesis se pueda convertir, en caso de éxito, en un capital político efectivo.

Un horizonte sin política

A corto plazo no es razonable pensar que los españoles vayamos a ser los primeros que acierten a sortear las contradicciones de fondo por las que atraviesan los sistemas democráticos en la actualidad. Esperar que el marianismo realice alguna aportación política de alcance universal es más propio de orates que de gente sensata, y por la izquierda tampoco se vislumbran grandes novedades, de forma que parecemos condenados a una dieta severa de privación política.
Puede ser suicida que los ciudadanos nos conformemos con esta situación: el mundo entero está en discusión y nuestra Europa precisa de decisiones que nadie parece anticipar
Puede ser suicida que los ciudadanos nos conformemos con esta situación: el mundo entero está en discusión y nuestra Europa precisa de decisiones que nadie parece anticipar, de forma que España puede enfrentarse a problemas realmente muy graves si persisten las políticas de la simulación y el continuismo que podrían quebrar de manera radical por factores externos que de ninguna manera controlamos. El abordaje del problema catalán puede darnos una pista inmediata de lo que nos espera si se persiste en soluciones que miran para otra parte con tal de seguir conservando el sillón. El fascismo se definía como una situación en que la política se superaba por elevación, se volvía innecesaria. Aquí no estamos todavía ante eso, pero las catástrofes no se detienen porque se alegue ignorancia o buena intención, y esperar mejoras de fondo con lo que estamos haciendo es confundir el optimismo con la absoluta ineptitud.

                                                    JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS  Vía VOZ PÓPULI 

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