A Susana Díaz se le están complicando las cosas por momentos. Se le están complicando aquí y allá, en Madrid y en Sevilla, bajo amenaza de que se pueda quedar sin una y otra plaza
Imagen: PLL
Hay dos noticias para Susana Díaz a cuenta del estallido social por las fusiones hospitalarias en Andalucía. Una buena y otra mala. La buena es que su consejero de Salud, Aquilino Alonso, no ha dimitido. Después de que la presidenta forzara los ceses del viceconsejero, Martín Blanco, del gerente del SAS (Servicio Andaluz de Salud), José Manuel Aranda, y de la directora gerente del Complejo Hospitalario de Granada, Cristina López Espada, le recorría un escalofrío por la espalda ante la posibilidad de que Alonso siguiera el mismo camino y se solidarizara con su plantel de colaboradores presentando su dimisión. Con la marcha del consejero, Díaz se habría quedado sin cortafuegos y el escalafón habría corrido hasta su persona.
Afortunadamente para sus intereses, Alonso ha decidido continuar en el puesto. La mala noticia es que las mareas blancas no se conforman y quieren cobrarse el trofeo del consejero. “Yo ya doy por descontado que también va a caer. Es la próxima entrega, seguro”, decía Jesús Candel, alias 'Spiriman', en entrevista publicada en El Confidencial. “Le hemos demostrado que la siguiente es ella. No le guardo ningún respeto. Creen que me meto con Susana porque soy un sanchista, que estoy haciendo esto para fastidiarle las primarias, pero ha sido casualidad”.
A Susana Díaz se le están complicando las cosas por momentos. Se le están complicando aquí y allá, en Madrid y en Sevilla, bajo amenaza de que se pueda quedar sin una y otra plaza.
Lejos de suponer un camino de rosas, su tránsito hacia el liderazgo del PSOE está deviniendo en camino de espinas con protestas, abucheos y críticas aceradas en los medios de comunicación. Un escenario inimaginable hace año y medio, cuando la líder andaluza emergía como la gran esperanza del socialismo patrio, la única vía de salvación para el partido y tal vez, especulaban entonces, para el Gobierno de la nación.
Sería simplista señalar a Spiriman, en Granada, y a Pedro Sánchez, en Madrid, como los artífices de este sándwich espontáneo para cercenar la figura de Díaz. Aunque nadie duda de que detrás de esta coalición anti-Susana hay personajes con grandes dotes vulpinas para la conspiración, la cuestión que subyace en esta crisis es de fondo. Lo confesaba un destacado socialista andaluz de los tiempos de Griñán y Chaves: “No nos engañemos, no es solo Sánchez o Spiriman. El ambiente ha cambiado. Huele a fin de ciclo”.
Tanto el bando rival como algunos que se les presuponía afines le echan en cara, primero, que esté manejando con excesiva laxitud la gestión de Andalucía, segundo, que piense más en Ferraz que en San Telmo, y tercero, que haya permitido crecer políticamente al líder del PP andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, hasta el punto de pisarle los talones en las encuestas.
Pero ya no hay vuelta atrás. Nadie duda de que, por mucho recibimiento que le hagan con vuvuzelas a las puertas de los consistorios, a la presidenta andaluza no le queda más remedio que dar un paso al frente para disputar la secretaría general en el proceso de primarias de mayo. Está abocada a iniciar una carrera contrarreloj para mejorar su imagen entre la militancia, acaso un fortín de Pedro Sánchez, y consolidar su prescripción entre las élites.
Para que su figura cuaje entre las bases, tiene que elaborar un discurso que sirva de contraposición al cortoplacista '“no es no' del sanchismo, un latiguillo que ha prendido en el magín del votante socialista aunque nadie sepa muy bien qué significa ni hacia qué conduce. En este sentido, la andaluza se enfrenta a la ardua tarea de hilvanar un discurso propio frente a los eslóganes publicitarios de su principal rival, y sin caer en la trampa de la polarización.
No quiere abrir el debate de su sucesión ni lanzarse a una campaña de primarias ideada para tres semanas, no cuatro meses
En cuanto a la prescripción entre las élites, una vez que el Ibex ha abandonado su perfil más político tras el fallecimiento de Emilio Botín y la retirada de César Alierta, a la presidenta andaluza solo le queda encomendarse a la División Acorazada Brunete, esto es, a todos aquellos barones socialistas que propiciaron el golpe de los coroneles de octubre y que observan con auténtico pavor la posibilidad de que Pedro Sánchez recupere la secretaría general del PSOE, rompa el partido en dos e inicie una razia por las federaciones.
Los Vara, Page, Tximo y Lambán, amén de los ‘Rubalcaba’s boys’, se van a dejar las pestañas por que Díaz sea la próxima secretaria general. Todo ello siempre y cuando no se presente un cuarto candidato que provoque un terremoto en las previsiones, tal y como sugería ayer domingo López Alba. Es el nuevo “ni Su, ni Sa, ni Pa”. “Ni Susana, ni Sánchez, ni Patxi”.
El hecho de que, a día de hoy, Susana Díaz no haya anunciado su candidatura obedece básicamente a una cuestión práctica. No ha llevado el tema a la mesa camilla con los suyos para no abrir la caja de los truenos de la sucesión, con el posicionamiento y aspiraciones legítimas de una guardia de corps (el presidente de la Diputación de Jaén, Francisco Reyes; el secretario de Organización, Juan Cornejo; el consejero de turismo, Javier Fernández, e incluso su mano derecha en la gestora, Mario Jiménez, entre otros) que buscará ocupar el hueco dejado en la secretaría general de los socialistas andaluces y encabezar la próxima lista a la Junta.
Otra de las razones que esgrime Susana Díaz para retrasar el anuncio es que entiende que no es que ella vaya demasiado lenta sino que sus competidores están corriendo demasiado, en tanto en cuanto las primarias no están ideadas para campañas de cuatro meses sino de tres semanas a lo sumo. Cuatro meses de tensión y broncas, en los que destacarán los elementos emocionales frente a los racionales, abocan indefectiblemente al partido a un desgaste tan cruel como innecesario. De la utopía a la distopía. Su grupo de allegados aventura que Díaz esperará otro mes y medio para lanzarse a las primarias.
NACHO CARDERO Vía EL CONFIDENCIAL
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