Leonardo Rodríguez
Leonardo Rodríguez | |||
Una palabra ha sido escogida como la más representativa de 2016: pos-verdad.
La era de la pos-verdad había llegado y ello significa, más o menos,
que hoy en día ya la verdad no interesa, sino ante todo el éxito
concreto, práctico e inmediato. Todo aquello que sirva a lograr el éxito
es valorado, sin importar su categoría moral o epistémica. Es decir,
sin importar si es bueno, malo, verdadero o falso.
Es la era de la pos-verdad, donde ya no se pregunta si una determinada
postura es verdadera o no, sino si está de moda, si gusta, si la
comparte algún artista famoso, si la respaldan los medios, si es 'bien
vista' por la sociedad, etc., todo menos si es verdad. La verdad ya no
interesa.
Pero al parecer no estamos solo ante la era de la pos-verdad, sino que
además todo parece indicar que ha llegado también, y nadamos ya en ella,
la era del pos-amor.
Es la muerte de las relaciones significativas y profundas entre las
personas, entre los padres y sus hijos, entre amigos y entre el hombre y
la mujer en el camino al matrimonio o ya allí. Los lazos de unión entre
las nuevas generaciones y sus progenitores se debilitan cada vez más,
la autonomía que las nuevas generaciones reclaman cada vez a más
temprana edad se ha convertido en una epidemia que amenaza con poblar
las sociedades de seres 'a medio hacer', seres incompletos que han
querido madurar pronto y han permanecido, en justo castigo, aún muy
verdes por dentro, demasiado verdes como para afrontar con alguna
posibilidad de éxito las complejidades del mundo real, más allá de las
pantallas electrónicas. De alguna manera lo que está sucediendo es que
los jóvenes cada día tienden a sentirse más desconectados de sus padres,
con la consiguiente ruptura de vínculos afectivos, superficialidad en
las relaciones mutuas e imposibilidad de una influencia rectora de
padres sobre hijos, con ejercicio amoroso y paciente de su autoridad
natural.
Las relaciones entre amigos también se debilitan. Pareciera que no, pero
en las grandes ciudades, sobre todo, las relaciones se hacen volátiles,
apenas profundas, limitadas a algunos breves contactos de fin de
semana, que por su propia naturaleza no son aptos para propiciar el
intercambio que la amistad verdadera reclama. Hay excepciones, pero el
ambiente presiona con fuerza en ese sentido y la posibilidad de
establecer relaciones amistosas significativas, en medio del fragor del
mundo laboral citadino, cada vez es más remota. La carrera alocada por
alcanzar el éxito laboral (único que parece importar a muchos hoy)
absorbe de tal forma a la persona, que casi no le queda ya calor humano
para edificar amistades del corazón.
Y ni qué decir de las relaciones hombre-mujer, quizá son las más
golpeadas actualmente. La ideología de género presiona fuertemente para
hacer estallar en pedazos el modo multisecular de entender la identidad
sexual humana, modo que por demás cuenta con el apoyo de la biología
misma, de la moral y de la historia. Se busca que la relación
hombre-mujer llegue a ser casi que la excepción, estableciendo así la
'normalidad' del bisexualismo y del cada vez más amplio espectro de
'opciones' que se enlistan en algún punto de la sigla que comienza con
'LGBT... etc'.
A ellos hay que sumarle la epidemia de divorcios, rupturas por diversos
motivos (infidelidad, o el modernísimo 'incompatibilidad de caracteres')
o el auge que la mera convivencia 'marital', sin vínculo religioso
formal, tiene hoy. Los jóvenes se decantan decididamente por convivir
con sus 'parejas', sin vínculos, en 'libertad' de irse ante la primera
dificultad. Con ello obtienen una cierta satisfacción pasajera por medio
de la ilusión de la libertad, pero a cambio el precio que pagan es el
de quizá no conocer jamás lo que es el amor.
Y podríamos seguir señalando síntomas que hoy apuntan hacia ese pos-amor
que mencionamos al inicio, pero eso lo puede hacer el amable lector
mirando a su alrededor y aplicando su propia capacidad de análisis.
Tenemos entonces que nuestra era se ufana de ser una época de
pos-verdad, y sin darse cuenta ha caído también en el pos-amor; y a
juzgar por la fealdad de eso que llaman 'arte' moderno, habría que decir
que también ha llegado la era de la pos-belleza.
Los tres trascendentales de la Edad Media, verdad, bondad y belleza,
están desapareciendo ante nuestros ojos. ¿Qué saldrá de ello? Mucho me
temo que lo que saldrá será una oscura caricatura del infierno. Es
paradójico que el hombre moderno, que lleva tres siglos buscando
construirse un paraíso terrestre, está en realidad a punto de construir
una mala copia del infierno.
Solución: defender los trascendentales, amar la verdad, buscar el bien y admirar la belleza. Ninguno de los cuales es relativo.
LEONARDO RODRÍGUEZ
Tomado del blog del autor, Itinerarium Mentis. Vía RELIGIÓN EN LIBERTAD
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