Dicen los que lo han comprobado que si metes a una rana en una marmita llena de agua, de la que pueda escapar pero no sin cierta dificultad y riesgo, y comienzas a calentar poco a poco el agua, la rana –como animal de sangre fría que es– tiene la capacidad de adaptar su temperatura corporal a la del agua.
Este proceso de adaptación al medio, cada vez más hostil, exige un cierto consumo de energía, pero la rana prefiere permanecer en la marmita en lugar de hacer el esfuerzo y asumir los riesgos que supone rebelarse y escapar. Llega un momento en el que la temperatura del agua se hace insoportable incluso para un animal como la rana, pero entonces –aunque quiera– ya no le quedan fuerzas para escapar y muere achicharrada. Su cobardía y su pasividad la han matado.
En España hace ya tiempo que a las personas de orden, las que creemos en Dios, en la Vida (con mayúsculas), en la Verdad, en el orden natural de las cosas, en el bien y el mal, en la justicia como el derecho supremo del ciudadano, en la persona por encima del Estado, en la Patria, en la tradición, en el valor del esfuerzo, en la honestidad y la integridad, en la igualdad de todos ante la Ley, en el Estado de Derecho y en la libertad individual nos metieron en la marmita y empezaron a calentar el agua, y de todas las formas posibles.
Dado que listar todos los “calentamientos” a los que nos están sometiendo sería interminable, vayan algunos ejemplos.
Unidad de España:
Primero nos dijeron que había un par de regiones que por sus características merecían una cierta autonomía, y lo aceptamos; después nos dijeron que todas las regiones de España debían ser iguales, “café para todos”, y también cedimos; más adelante decidieron que algunas de estas “autonomías” eran algo más, y que no pasaba nada por llamarlas “nacionalidades”, y nos lo tragamos; lo siguiente fue aceptar que no son “nacionalidades”, sino verdaderas naciones, y que por tanto España es una “nación de naciones” (sic); como lo anterior es un absurdo indefendible, hemos aceptado aguantar el escuchar que España ya no es una Nación, sino un Estado “plurinacional” (sic), y pronto un estado federal. El agua, en este asunto, ya está hirviendo. Si no saltamos ya, cuando nos digan que España no existe, para lo que no falta mucho, ya no tendrá remedio.
Feminismo radical:
Empezaron recordándonos algo obvio: que hombres y mujeres debían tener los mismos derechos y las mismas oportunidades, a lo que nadie puso objeciones, pues se trata de algo justo y evidente; después nos dijeron que hombres y mujeres son exactamente iguales en todo, y nos pareció bien, a pesar de que unos tienen cromosoma “XY” y otras no; a continuación nos dijeron que como “el hombre” llevaba siglos discriminando a “la mujer” ahora, de cara a la igualdad (¿?) tocaba una cierta “discriminación positiva” hacia la mujer (i.e., discriminación negativa hacia el hombre), y nos conformamos; lo siguiente ha sido tomar la parte por el todo y hacernos creer que todos los hombres son unos maltratadores, unos acosadores y unos abusadores, enemigos de las mujeres, y que por tanto la Ley no debe ser igual para todos, y nos lo hemos tragado. ¿Qué será lo siguiente?. No voy a describir escenarios “orwellianos”, que hoy parecen inimaginables, pero como sigan metiendo calor a la marmita en este tema, llegaremos a ellos, salvo que saltemos antes, antes de que sea demasiado tarde.
Ideología de género.
Empezaron diciéndonos algo completamente razonable y justo: hay que respetar a los homosexuales, no se les puede meter en la cárcel (como en Cuba, por ejemplo) ni colgarlos de una grúa (como en Irán, por ejemplo). Nadie objetó, evidentemente; después nos dijeron que ser homosexual no solo era respetable, sino conveniente, algo progresista y encomiable, y dado que –por el momento– no nos obligaban a todos a ser homosexuales, optamos por callarnos; no contentos con eso, decidieron que lo mejor era dejar de clasificar a los homosexuales como tales, y decir que la homosexualidad es una expresión más de un amplio abanico de “sexualidades” (no soy capaz de listarlas todas), y que por lo tanto ya no se podía decir, por ejemplo, que los niños tienen pene y las niñas vagina.
Y no pasó nada; ahora,
según ellos, las personas ya no tienen una identidad sexual definida.
Puedes nacer con pene y con un cromosoma XY, pero ser una mujer. No un
hombre homosexual, no, directamente una mujer; y es más, eso puede
cambiar a lo largo del tiempo, como el camaleón cambia de color, según
los deseos y las circunstancias. Y para que nadie tenga ideas
retrogradas, como por ejemplo que lo natural es que a los seres humanos
que tienen cromosoma XY les atraigan los seres humanos que no tienen
cromosoma XY, decidieron enseñárselo a nuestros hijos desde su más
tierna infancia, instruyéndoles, de paso, en las posturas del Kamasutra,
en la mejor forma de masturbarse, en el amor libre y las múltiples
“practicas” (aberraciones) sexuales, desde la zoofilia hasta la
pedofilia, para que ellos elijan libremente. Y muchos se han tragado
también este sapo, aunque la temperatura en este asunto, como en otros,
ya es insoportable y está destruyendo a nuestra juventud.
“Memoría histórica” .
Empezaron diciéndonos que, en aras a la convivencia entre españoles (¿no convivíamos antes de noviembre de 1975?) no convenía llamar asesinos a los que habían asesinado (Carrillo, Pasionaria, etc, etc) ni ladrones a los que había robado (Negrín, Prieto, etc, etc) y, aunque nos costó, lo aceptamos; después nos dijeron que, para no molestar a los que intentaron aniquilar España y perdieron la Guerra, convenía hablar poco del régimen del general Franco y referirse a él como una “dictadura”, y tragamos; siguió una ley (sic) que obligaba a retirar cualquier recuerdo de lo que había pasado en España entre 1939 y 1975, a la vez que se inauguraban monumentos en recuerdo de los criminales, y no nos resistimos a que se destruyeran los símbolos de una de las etapas más gloriosas de la historia de España; más adelante han decidido reescribir la historia, y obligarnos a todos a creernos y contar esa mentira, bajo pena, hasta de cárcel, para el que diga la verdad; y, de nuevo, no hemos hecho nada. Por último, y en un acto repugnante y mezquino, han empezado a profanar sepulturas y a desenterrar los cadáveres sin que, salvo a unas pocas personas decentes, a nadie parezca importarle. Aquí, también, el agua está llegando a su punto de ebullición y, si no nos plantamos, acabarán obligándonos a someternos a sesiones de electro shock para cambiar nuestros recuerdos y adaptarlos a su “verdad” oficial.
Libertad de culto.
Lo primero fue decirnos que España debía ser un estado “aconfesional”, a pesar de que la inmensa mayoría de los españoles somos católicos, y lo consentimos; después decidieron que había que hacer desaparecer todos los símbolos religiosos de los edificios públicos (escuelas, cuarteles, hospitales, etc), porque la Fe es algo “privado”, y no nos opusimos; continuaron con ataques directos a la Iglesia y a los católicos, incluyendo asaltos sacrílegos a lugares de culto que fueron calificados por la justicia como “manifestaciones de la libertad de expresión”, y no hicimos nada; ahora intentan expropiar sus bienes a la Iglesia, incluyendo la Catedral de Córdoba (antigua iglesia visigótica, luego mezquita y desde hace 900 años iglesia católica) y nos lo tomamos a broma; prohíben en los colegios públicos los belenes navideños pero obligan a no poner carne de cerdo en los menús escolares para “respetar” a los alumnos musulmanes. Todo ello a la vez que nos hacen creer que todos los sacerdotes católicos son unos pederastas y unos depredadores sexuales. Lo próximo, si no hacemos nada, será volver a quemar las iglesias y asesinar a los consagrados (“Arderéis como en el treinta y seis” dijo la tal Rita Maestre).
Estos son solo algunos ejemplos, algunos de los más sangrantes. Hay otros muchos (derecho a la vida, familia, propiedad privada, libertad individual, derecho de los padres a educar a sus hijos, etc, etc). En muchos asuntos trascendentales las cosas están llegando a límites inimaginables hace 20 años, al punto de no retorno.
En los años 30 del pasado siglo, en el infame Holocausto, los pobres judíos no fueron metidos directamente en las cámaras de gas para ser asesinados. Primero decretaron que todo el mundo debía declarar su religión, la de sus padres y la de sus abuelos, para un registro a efectos “estadísticos”, y lo hicieron; a continuación dijeron a los judíos que tenían que identificarse con una estrella de David en sus ropas, en sus casas y en sus comercios, y lo aceptaron para no provocar la ira de los criminales; después les convencieron de que “para su protección” era mejor que se trasladaran al ‘gueto’, y también lo hicieron sin protestar pensando que así evitaban “males mayores”; posteriormente los engañaron para que se metieran en los “trenes de la muerte” con la excusa de trasladarlos a un lugar mejor, y acabaron en Auschwitz, Mauthausen, Bunchnenwald o Dachau, entre otros muchos campos de exterminio, sin apenas resistencia (salvo honrosas excepciones, como el ‘gueto’ de Varsovia). Una vez en los campos, ya no había salida y seis millones de ellos acabaron asesinados de la forma más cruel y más vil. Nada se les puede reprochar, muy al contrario, solo cabe recordarles y compadecerles, son las víctimas inocentes de una salvajada cuyos únicos responsables son los nazis, pero nunca sabremos qué hubiera ocurrido si se hubieran resistido mucho antes.
Lo anterior es el ejemplo extremo de las consecuencias de la pasividad, de la inacción, del esfuerzo cobarde para adaptarse a las circunstancias sin rebelarse contra las injusticias, contra el abuso y contra la irracionalidad.
No nos van a meter en la cámara de gas (aunque, salvando las distancias, en España entre 1934 y 1939 fueron salvajemente asesinados cerca de 100.000 católicos, derechistas y conservadores, cerca de 100.000 personas “de orden”, solo por el hecho de no ser marxistas); sé que Sanchez no es Himmler, ni Stalin, pero como no reaccionemos, y rápido, la sociedad que conocemos, la que han construido nuestros padres y abuelos durante generaciones, habrá dejado de existir y nuestra forma de vida habrá cambiado para siempre. Y España, no hace falta decirlo, será historia.
Algún día será demasiado tarde, y ese día está ya peligrosamente cerca.
“Memoría histórica” .
Empezaron diciéndonos que, en aras a la convivencia entre españoles (¿no convivíamos antes de noviembre de 1975?) no convenía llamar asesinos a los que habían asesinado (Carrillo, Pasionaria, etc, etc) ni ladrones a los que había robado (Negrín, Prieto, etc, etc) y, aunque nos costó, lo aceptamos; después nos dijeron que, para no molestar a los que intentaron aniquilar España y perdieron la Guerra, convenía hablar poco del régimen del general Franco y referirse a él como una “dictadura”, y tragamos; siguió una ley (sic) que obligaba a retirar cualquier recuerdo de lo que había pasado en España entre 1939 y 1975, a la vez que se inauguraban monumentos en recuerdo de los criminales, y no nos resistimos a que se destruyeran los símbolos de una de las etapas más gloriosas de la historia de España; más adelante han decidido reescribir la historia, y obligarnos a todos a creernos y contar esa mentira, bajo pena, hasta de cárcel, para el que diga la verdad; y, de nuevo, no hemos hecho nada. Por último, y en un acto repugnante y mezquino, han empezado a profanar sepulturas y a desenterrar los cadáveres sin que, salvo a unas pocas personas decentes, a nadie parezca importarle. Aquí, también, el agua está llegando a su punto de ebullición y, si no nos plantamos, acabarán obligándonos a someternos a sesiones de electro shock para cambiar nuestros recuerdos y adaptarlos a su “verdad” oficial.
Libertad de culto.
Lo primero fue decirnos que España debía ser un estado “aconfesional”, a pesar de que la inmensa mayoría de los españoles somos católicos, y lo consentimos; después decidieron que había que hacer desaparecer todos los símbolos religiosos de los edificios públicos (escuelas, cuarteles, hospitales, etc), porque la Fe es algo “privado”, y no nos opusimos; continuaron con ataques directos a la Iglesia y a los católicos, incluyendo asaltos sacrílegos a lugares de culto que fueron calificados por la justicia como “manifestaciones de la libertad de expresión”, y no hicimos nada; ahora intentan expropiar sus bienes a la Iglesia, incluyendo la Catedral de Córdoba (antigua iglesia visigótica, luego mezquita y desde hace 900 años iglesia católica) y nos lo tomamos a broma; prohíben en los colegios públicos los belenes navideños pero obligan a no poner carne de cerdo en los menús escolares para “respetar” a los alumnos musulmanes. Todo ello a la vez que nos hacen creer que todos los sacerdotes católicos son unos pederastas y unos depredadores sexuales. Lo próximo, si no hacemos nada, será volver a quemar las iglesias y asesinar a los consagrados (“Arderéis como en el treinta y seis” dijo la tal Rita Maestre).
Estos son solo algunos ejemplos, algunos de los más sangrantes. Hay otros muchos (derecho a la vida, familia, propiedad privada, libertad individual, derecho de los padres a educar a sus hijos, etc, etc). En muchos asuntos trascendentales las cosas están llegando a límites inimaginables hace 20 años, al punto de no retorno.
En los años 30 del pasado siglo, en el infame Holocausto, los pobres judíos no fueron metidos directamente en las cámaras de gas para ser asesinados. Primero decretaron que todo el mundo debía declarar su religión, la de sus padres y la de sus abuelos, para un registro a efectos “estadísticos”, y lo hicieron; a continuación dijeron a los judíos que tenían que identificarse con una estrella de David en sus ropas, en sus casas y en sus comercios, y lo aceptaron para no provocar la ira de los criminales; después les convencieron de que “para su protección” era mejor que se trasladaran al ‘gueto’, y también lo hicieron sin protestar pensando que así evitaban “males mayores”; posteriormente los engañaron para que se metieran en los “trenes de la muerte” con la excusa de trasladarlos a un lugar mejor, y acabaron en Auschwitz, Mauthausen, Bunchnenwald o Dachau, entre otros muchos campos de exterminio, sin apenas resistencia (salvo honrosas excepciones, como el ‘gueto’ de Varsovia). Una vez en los campos, ya no había salida y seis millones de ellos acabaron asesinados de la forma más cruel y más vil. Nada se les puede reprochar, muy al contrario, solo cabe recordarles y compadecerles, son las víctimas inocentes de una salvajada cuyos únicos responsables son los nazis, pero nunca sabremos qué hubiera ocurrido si se hubieran resistido mucho antes.
Lo anterior es el ejemplo extremo de las consecuencias de la pasividad, de la inacción, del esfuerzo cobarde para adaptarse a las circunstancias sin rebelarse contra las injusticias, contra el abuso y contra la irracionalidad.
No nos van a meter en la cámara de gas (aunque, salvando las distancias, en España entre 1934 y 1939 fueron salvajemente asesinados cerca de 100.000 católicos, derechistas y conservadores, cerca de 100.000 personas “de orden”, solo por el hecho de no ser marxistas); sé que Sanchez no es Himmler, ni Stalin, pero como no reaccionemos, y rápido, la sociedad que conocemos, la que han construido nuestros padres y abuelos durante generaciones, habrá dejado de existir y nuestra forma de vida habrá cambiado para siempre. Y España, no hace falta decirlo, será historia.
Algún día será demasiado tarde, y ese día está ya peligrosamente cerca.
Tomás García Madrid
Vía EL CORREO DE MADRID
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