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martes, 18 de junio de 2019
LA POLITICA EUROPEA ES PARA ADULTOS
La contrarreforma nacional-populista
está en marcha dentro y fuera de nuestras fronteras y no sabemos cómo
pararla. Ante este escenario, quiero compartir con ustedes tres ideas
Vista general de una sesión en el Parlamento Europeo. (EFE)
El próximo 2 de julio echará a andar la novena legislatura europea. Y lo hará en medio de muchas incertidumbres y pocas certezas. Una de ellas es que el fugitivo de Waterloo no será eurodiputado, como tampoco lo será Oriol Junqueras.
También sabemos que los que en casa presumen de nacionalismo español,
en Bruselas y Estrasburgo compartirán grupo y escaño con los amigos
independentistas flamencos de Puigdemont. Quién se lo iba a decir.
Sin embargo, ambas circunstancias son representativas del gran problema al que nos enfrentamos los europeístas: el ascenso del nacional-populismo en
todos sus frentes y la puesta en marcha de una agenda antieuropea desde
el seno propio de las instituciones comunitarias que, por primera vez,
traspasarán las puertas del Parlamento para instalarse también en la
Comisión. El nuevo presidente tendrá que repartir carteras a los
gobiernos nacional-populistas de Italia o Polonia, entre otros.
La contrarreforma nacional-populista está en marcha dentro y fuera de nuestras fronteras y no sabemos cómo pararla. Ante este escenario, quiero compartir con ustedes tres ideas. Tres postulados sobre cómo deberíamos afrontar los europeos los próximos cinco años.
La primera idea es la supervivencia. Europa está en un callejón con una única salida. No tenemos más opción que avanzar
o, de lo contrario, nos estrellaremos contra los fantasmas que todavía
anidan en nuestro pasado. Sé que esta idea es de todo menos novedosa y
que la habrán escuchado en una y mil ocasiones distintas. A veces con
razón. A veces sin ella. Sin embargo, en lo que quiero poner la
atención, y de paso pedirles que lo hagan ustedes, es que esta
advertencia no trata únicamente de la Unión Europea. Porque, créanme, no es así.
Quienes
estamos bailando en el borde del precipicio somos también las
naciones-estado que componemos Europa. Y quien está también en
entredicho es el modo de vida europeo. Ese que, a pesar de llamarnos
españoles, franceses o alemanes, nos hace reconocernos como similares.
Un modo de vida basado en la tolerancia con el diferente, el respeto
hacia el oponente y el sometimiento de todos a las leyes. Un modo de
vida basado en la protección del débil, la defensa de los derechos y
libertades de los individuos y el bienestar de las personas. Un modo de
vida, desgraciadamente, poco equiparable a cualquier otro en el mundo.
Quienes atacan a la Unión Europea,
ya sea desde un sillón ministerial, la sede de un partido o alguna
línea editorial, lo hacen porque saben que, en estos momentos, es el
objetivo más débil. Es fácil culparla de cualquier cosa mala que ocurra
porque apenas protesta. Y cuando lo hace apenas se la oye. Pero se
equivocan quienes piensen que los partidos y gobiernos
nacional-populistas solo tienen sus ojos y sus garras puestas en la
Unión Europea. Al contrario. Es solo el primero de una larga serie de objetivos cuyo
fin último es desmontar poco a poco el andamiaje institucional que da
soporte a nuestras democracias. Cada vez que los populistas de uno y
otro lado convierten un Parlamento nacional o autonómico o un salón de
plenos en un espectáculo, lo hacen siendo muy conscientes de las
consecuencias. Cuando consigues desprestigiar una institución, sortearla
se vuelve más fácil. Es lo que ha hecho el secesionismo con el
Parlament catalán, o lo que intentan hacer en las Cortes y en el
Parlamento de Bruselas.
La segunda reflexión que quiero hacer es sobre la unidad. No cabe duda de lo mucho que hemos avanzado en el proceso de integración europea
desde aquellos remotos inicios de los años cincuenta y sesenta, y la
comunidad del carbón y el acero. De igual manera, no cabe duda de lo
mucho que nos queda aún por avanzar.
En el mundo que viene, donde
se hablará más de áreas económicas que de países, los Estados europeos,
por mucho PIB que posean, no podrán competir con gigantes económicos y
demográficos como Estados Unidos, China o la India. Entre nosotros,
podemos jugar a ver quién es más grande. Pero de Europa para afuera,
aceptémoslo, todos somos pequeños.
Sin ir más lejos, pongamos la vista en lo que está ocurriendo en Reino Unido.
Siempre he tenido gran admiración por los británicos. Es mucho lo que
hemos aprendido de ellos y mucho también lo que les debemos. Por eso me
produce tanto desconcierto como tristeza esta deriva etnocentrista
en la que han caído sin remedio. Un patrioterismo rancio, sustentado en
falacias y paralogismos que para lo único que han servido es para
llevar el país a la dimisión de dos primeros ministros, el
desmoronamiento de un partido institucional como es el conservador y una
crisis gubernamental sin precedentes. Y ya está llegando la crisis
económica.
Así que tengamos mucho cuidado con todas esas viejas doctrinas nacionalistas acerca
de la soberanía política, el proteccionismo económico y la defensa de
la identidad cultural que ahora vuelven a brotar por doquier como si de
algo novedoso se tratase. Porque por muy apetecibles que puedan sonar al
principio, las consecuencias a la larga son inevitables. Y ustedes
saben al igual que yo, porque esta historia los europeos ya la hemos
vivido, que esas consecuencias no serán agradables.
La tercera idea sobre la que quiero reflexionar es liderazgo. Vivimos en un mundo en constante transformación y
que, además, lo hace a una velocidad vertiginosa. Especialmente si lo
comparamos con los cambios producidos en las décadas y siglos
anteriores. Sabemos que hay una revolución digital en marcha que
cambiará para siempre la forma en la que vivimos, trabajamos, estudiamos
o nos relacionamos. Y sabemos que avances científicos, los imaginables y
los nunca imaginados, están a la vuelta de la esquina, ocultos,
esperando a que el próximo Einstein, Fleming, Tesla o Pasteur los
invente o los descubra. En la otra cara de la moneda está el saber qué o quiénes liderarán esos cambios, esas invenciones y esos descubrimientos.
¿A
qué estamos esperando? ¿Qué papel vamos a adoptar, el de actor o el de
espectador? ¿Vamos a liderar o una vez más vamos a ser liderados?
Con los Acuerdos de París sobre cambio climático,
los europeos hemos demostrado que tenemos capacidad de liderazgo. Para
sorpresa de chinos y norteamericanos, además de un gran mercado común de
500 millones de consumidores, la Unión Europea resultó ser una fuerza
política capaz de establecer una agenda global y de
comprometer a decenas de países para llevarla a cabo. Pero ese liderazgo
demostrado en París no puede quedarse solamente para el anecdotario.
Tenemos que ponerlo también al servicio de los intereses comunes de
todos los europeos.
Los debates ya están sobre la mesa y nuestros competidores llevan años trabajando. Piensen en la robotización del mercado laboral,
el 5G, la exploración espacial, la cura contra el cáncer… Y en Europa,
¿a qué estamos esperando? ¿Qué papel vamos a adoptar, el de actor o el
de espectador? ¿Vamos a liderar o una vez más vamos a ser liderados?
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