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domingo, 30 de junio de 2019

El extraño 'ménage à trois' de Sánchez en Europa

El presidente del Gobierno juega con fuego. Por razones de política interna, se ha acercado a Macron y ha vendido al candidato socialdemócrata Timmermans a las primeras de cambio


Foto: Juncker (i), Tusk (c) y Sánchez (d). (EFE)

Juncker (i), Tusk (c) y Sánchez (d). (EFE)


Cuando hace ahora justo cinco años los gobiernos europeos —en realidad, Francia y Alemania— pactaron el nombre de Juncker para presidir la Comisión Europea, la propuesta fue aceptada por el 56% de los diputados del parlamento europeo (422 de 751). Aunque la Unión Europea, desde su fundación, ha vivido siempre en el alambre —las crisis forman parte de su ADN desde tiempos de Monnet, De Gasperi o Spaak— hay pocas dudas de que repetir esa mayoría está hoy en alero.

Ni Francia ni Alemania, ni Merkel ni Macron, ni socialdemócratas ni populares, están hoy en condiciones de imponer sin más sus candidatos, algo que hasta hace poco era lo habitual. Entre otras cosas porque el actual presidente de Francia ni siquiera forma parte de las dos grandes familias europeas que han dominado la escena política en las últimas décadas.

La burbuja Macron se ha ido evaporando en el tiempo a medida que el peso de Francia en la política internacional se ha ido diluyendo. Sin duda, porque su país, como sucede en el caso de Italia, es uno de los más perjudicados por la globalización; mientras que Merkel, al margen de sus problemas de salud, está de retirada, sin que a corto plazo se pueda esperar un renacimiento germano de la mano de su sucesora, Annegret Kramp-Karrenbauer. Aunque AKK fuera elegida canciller, difícilmente tendrá algún día la influencia que ha tenido Merkel sobre la política europea en la última década.




La crisis de representación de los grandes partidos empezó castigando con fuerza a los socialdemócratas, pero ahora ataca sin piedad a los populares del centro derecha, lo que explica que las dos familias lograran en las últimas elecciones el apoyo de apenas 335 diputados de los 751 de la eurocámara. De hecho, solo sumando a los antiguos liberales (hoy una amalgama ideológica que refleja muy bien el caos que existe en torno a lo que es y no es el liberalismo) se puede alcanzar una mayoría estable: 443 diputados de 751, que es casi la misma que pudo avalar a Juncker hace cinco años.

Castrar la ideología


Con todo, lo singular es que tampoco se ha creado una alternativa —pese al crecimiento de los liberales y verdes— capaz de sustituir a los dos países y a las viejas familias hegemónicas, lo que explica las dificultades para formar nuevas mayorías, que sin duda tendrán que ser más plurales. Entre otras cosas, porque ni siquiera Pedro Sánchez, que ha podido formar el grupo socialista más numeroso en la cámara, está en condiciones de aprovechar la debilidad de Merkel y Macron estableciendo una política de alianzas eficaz.

Sánchez tiene serias dificultades para formar Gobierno en España y, sobre todo, no cuenta con aliados de peso, como podrían ser Italia o Polonia, gobernados por fuerzas muy ajenas a la socialdemocracia, para ganarle un pulso a Francia y Alemania. Ni siquiera, lo lograría con el apoyo de los liberales, ahora agrupados en torno a la idea de renovar Europa (Renew Europe), un concepto castrado de connotaciones ideológicas. Los liberales están profundamente divididos, como se ha visto (64 votos contra 42) en la elección de su líder, el ex primer ministro rumano Dacian Ciolos.

Los liberales están profundamente divididos, como se ha visto (64 votos contra 42) en la elección de su líder, el ex primer ministro rumano Dacian Ciolos

Así las cosas, la elección del triunvirato que gobernará Europa bajo la supervisión del Consejo (Comisión, Parlamento y BCE) es lo más parecido a una partida de cartas en la que todos saben que juegan de farol, lo que en sí mismo no es malo, ya que obliga a repartir el poder frente al insano vicio de jugar con las cartas marcadas.

Y a tenor de lo ocurrido en los últimos días, parece que también iban de farol quienes lanzaron (con el apoyo entusiasta del Parlamento Europeo) el Spitzenkandidat, que, a las primeras de cambio, y a la vista de los resultados electorales, parece que ha saltado por los aires, aunque esto, a estas alturas, tampoco está claro del todo. La última solución que se apunta sitúa e Timmermans como presidente de la Comisión y a dos conservadores en el Consejo y en el Parlamento, mientras que el sustituto de Draghi tendrá que esperar. Una reivindicación a la desesperada del Spitzenkandidat —la elección previa del candidato— que Sánchez se apresuró a dar por muerto.

El aislamiento de Rivera


Sánchez ha 'vendido' a Timmermans, lo ha retirado prematuramente de la circulación, casi sin pestañear, para acercarse a Macron (aquella visita al Elíseo) y aislar políticamente a Rivera, lo que hay que leer en clave interna.

Es decir, que la estrategia del Gobierno español ha sido insinuar una mayoría muy minoritaria de centro izquierda (liberales y socialistas), con el apoyo por fuera de los verdes (75 diputados) con la intención de torpedear el tradicional pacto entre populares y socialdemócratas, en la que él aparecería como un unicornio blanco capaz de consolidar una nueva mayoría puramente imaginaria, ya que tan solo sumaría 337 diputados. Ya pretendió salirse del guion hace ahora un quinquenio, cuando ordenó a los eurodiputados socialistas que votaran en contra de Juncker, lo que provocó una ruptura interna de su grupo, como bien sabe Elena Valenciano. Una estrategia, en definitiva, que tiene mucho de aprendiz de brujo a escala europea, vendiendo en pública subasta a los candidatos de la socialdemocracia. Ayer, y hoy.




Se trata, sin duda, de una estrategia arriesgada que no solo compromete al presidente en funciones, sino, sobre todo, a España, a quien se aleja de la influencia alemana y de su entorno. Aunque Merkel sea un pato cojo, que lo es, su país sigue siendo la clave de bóveda de Europa, y esto lo debería tener en cuenta el presidente del Gobierno, que parece que solo se debe a sus intereses personales.
Alguien debería recordar a la Moncloa que Alemania es un socio estratégico para la economía española, como bien saben muchos sectores productivos, y acercarse a Macron —también Francia lo es— para castigar a Rivera roza el infantilismo político.

A las primeras de cambio


Como ha dicho con ironía Mark Rutte, el primer ministro liberal de Países Bajos, "parece que 500 millones de ciudadanos europeos podrían llegar a ser presidentes de la Comisión Europea, pero no tres [Weber, Timmermans y Vestager]". Toda una reflexión que pone de manifiesto hasta qué punto son cumplidos muchos de los pactos que se acuerdan en Europa, y que, de manera ciertamente irresponsable, Sánchez ha querido liquidar poniendo en almoneda al candidato de los socialistas europeos a las primeras de cambio.

Eso quiere decir que el plan B, por respeto a los electores, debería ser, en realidad, el plan A, que consiste en encajar piezas que a primera vista son incompatibles. Algo parecido a lo que sucede en España con la formación de gobierno, que obliga a dejar a un lado la pureza de sangre que muchos reclaman, como si la política no fuera una cosa híbrida y heterogénea, como lo es la propia sociedad.

Los tiempos de las mayorías absolutas, de las mayorías bizarras, han caducado en todas las partes y hay que hacer política con estos mimbres. Y todo lo que sea evitar el 'ménage à trois', (populares, socialdemócratas y liberales) está abocado al fracaso. Probablemente, como en España. Claro está, salvo que los electores digan otra cosa. Al fin y al cabo, como decía De Gaulle refiriéndose a Francia, no es fácil gobernar un país donde existen 246 variedades de quesos.


                                                                                CARLOS SÁNCHEZ  Vía EL CONFIDENCIAL

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