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sábado, 15 de junio de 2019

Álvaro Delgado-Gal: "El golpe de Estado catalán ha infligido una severa herida a la Constitución"

Editor y director de 'Revista de Libros', un proyecto editorial fundado en 1996 que se ha mantenido desde entonces como publicación de referencia en los ámbitos del pensamiento, la literatura, el arte y la ciencia, es autor de diversos ensayos relacionados con el mundo de la estética y la filosofía. Desde hace más de tres décadas es asiduo colaborador en prensa, donde ejerce la crítica literaria y el análisis político.


Licenciado en Ciencias Físicas y doctor en Filosofía, Álvaro Delgado-Gal (Madrid, 1953) fue profesor de Filosofía del Lenguaje en la Universidad Complutense Escritor y ensayista, es autor de 'La esencia del arte' (Taurus, 1996), 'Buscando el cero' (Taurus, 2005) y 'El hombre endiosado' (Trotta, 2009) ANTONIO HEREDIA


 En uno de sus últimos artículos en Revista Libros, expresaba Álvaro Delgado-Gal su preocupación por las mutaciones que se están produciendo en la prensa y la política. "Conforme a la teoría clásica de la democracia", explicaba en Se va la prensa; viene Internet, "los candidatos lanzan ideas y los votantes las premian o castigan a través del sufragio. El modelo reviste carácter dialógico: el político intenta persuadir al votante y éste decide si aquél lo ha conseguido o no. Ahora empiezan a consolidarse prácticas que responden más al márketing en la acepción corriente de la palabra. El político adivina qué mercancías prefiere el votante y las despliega sobre un top manta virtual. Se concibe al ciudadano como consumidor, no como interlocutor. La deriva", concluye, "claramente, no pinta bien".
Pregunta: ¿Hay relación entre la crisis del periodismo en papel y la de la democracia representativa?

Respuesta: El periodismo en papel entra en una crisis anterior a la aparición de Internet. Existe una relación entre la caída de las tiradas en todo el mundo y la pérdida de autoridad de los estamentos que presidían la vida pública, entre ellos la prensa y los partidos. El lector deja de dirigirse al periódico de papel para obtener de él orientación y se cansa de esa posición subordinada que implícitamente existía antes, cuando leía el periódico como una opinión autorizada, y busca maneras de informarse menos jerarquizadas y que se confunden con el consumo. La prensa digital o la información que se adquiere a través de internet está tocada, porque el lenguaje ha dejado de cumplir las funciones suasorias que antes tuvo en el terreno de la expresión y uno se encuentra con órganos de opinión o de divulgación de cultura que se dirigen a un público indefinido y cuyo propósito principal es aumentar el tráfico, mediante distintas técnicas, siendo divertidos, siendo escandalosos, siendo breves. En ese contexto, que no va a ningún lado, porque no hay modelo de negocio, es difícil trabajar seriamente. Con la democracia representativa pasa algo análogo. En la democracia directa la voluntad popular se expresa sin intermediarios y teóricamente termina haciéndose lo que la mayoría quiere en un clima de unanimidad. Eso no ha ocurrido nunca, pero se entiende bien el fundamento moral, y se entiende bastante bien por qué eso fracasa. En la democracia representativa, los diputados, en teoría, saben más que los votantes. Esto es un tanto difícil de creer, porque presupone una clarividencia en los representantes populares que no se suele producir. Pero se va tirando, más o menos. El caso es que los partidos son decisivos, y cuando no funcionan, tampoco funciona la democracia. La democracia representativa, lo mismo que la antigua prensa, exige que se conceda un plus a ciertas minorías.

P. ¿El auge del populismo es causa o consecuencia de esta crisis de la democracia representativa?

R. Ambas cosas. Pero la democracia ha durado muy poco tiempo. Cuando el Estado liberal fracasa en todas partes al intentar convertirse en una democracia, surgen el comunismo y el fascismo, y solo después de la Segunda Guerra Mundial, en un régimen tutelado por la Guerra Fría, se crea un Estado benefactor en expansión porque el crecimiento económico, por distintas razones, es grande y porque la pirámide poblacional es favorable. Eso nos llevó a una época de estabilidad en los años 50, 60 y hasta los 70. Pero es un suspiro. A partir de ahí empiezan a surgir dificultades. Y desde luego, en Europa, la inmigración, que no es ni mucho menos fácil de asimilar cuando se superan ciertos porcentajes, y la crisis económica, junto a factores culturales como es la pérdida general de autoridad en las estancias que solían detentarlas, fomentan la aparición del populismo, que no parecen conducir a ningún sitio pero que deteriora el equilibrio democrático.

P. ¿Se podría hablar de un populismo cultural?

R. Sí, y se podría hablar de un avance del consumismo en perjuicio de la cultura. En el siglo XX lo que entendemos por gran cultura se sostiene desde pequeños grupos como las vanguardias, o sencillamente por escritores maniáticos como Joyce o como Proust, que trabajan en relativa soledad y por supuesto de espaldas al mercado. Eso, que produce los grandes experimentos lingüísticos que asociamos a la cultura del siglo XX, se ha relajado y se ha producido una creciente confusión entre el éxito popular y la importancia artística, que tiene un efecto desmoralizador sobre las antiguas élites culturales, que ya prácticamente han dejado de existir, y también sobre las cadenas de comunicación entre la creación cultural y lo que podríamos llamar su recepción.

P. ¿Está esto último relacionado con la sustitución de los críticos por los influencers?

R. El viejo oficio de crítico ha desaparecido. Para ser crítico no es necesario ser bueno, es necesario inspirar respeto. Cuando apareció El País existían críticos que podían quebrantar la carrera de un escritor. El crítico hacía su labor, podía ser bueno o malo, pero ese oficio existía, ahora es casi imposible, porque no existe ese rol, que es un rol social. Los influencers son otra cosa, son los que hacen vender libros, por ejemplo, y los que pueden aumentar la popularidad, pero no confieren prestigio. Ocurre igual con los intelectuales, que se han quedado sin escenario. Yo creo que se necesita en la sociedad alguna clase de orden, se necesita distinguir entre ciertas cosas. En ciencia está claro, están los que saben y los que no saben, pero en el mundo social es importante la modestia, tanto arriba como abajo, pero desde luego, la gente que sabe menos debe ser un poco deferente con la gente que lleva más tiempo aprendiendo.

P. Volviendo a la política, ¿tiene sentido seguir hablando de izquierda y derecha?

R. Sí, y no me refiero tanto a los hechos como a las actitudes. La izquierda ha tenido que renunciar a lo que la ha venido caracterizando hasta hace unos años. En un primer momento, la izquierda revolucionaria ha tenido que resignarse a que la clase obrera, la clase universal marxista, en lugar de exigir la revolución lo que ha hecho es acomodarse, sin poner grandes obstáculos, a un sistema que generaba mucho bienestar. Después hay un segundo momento que afecta a la socialdemocracia. El Estado benefactor no puede seguir creciendo por razones demográficas, ya que la proporción de mayores va creciendo rápidamente sobre la proporción de jóvenes. Cuando, además, las tasas de crecimiento no son las que fueron, no queda otra que administrar el Estado benefactor a la baja. Esto dicho, no ha desaparecido la representación que la izquierda se hace de sí misma, representación que implica que no ha renunciado todavía a la revolución. Lo que pasa es que la izquierda transfiere su ímpetu revolucionario desde las bases tradicionales, que son marxistas, por así decirlo, a la cultura, y entonces se intenta la revolución de las costumbres. Y se introduce un vocabulario prolijo que usa, por ejemplo, Podemos, pero que también usan los liberales americanos en EEUU.

P. ¿Y la derecha?

R. Sin ninguna duda, la iniciativa moral la ha llevado la izquierda. La derecha ha sido muy importante haciendo posible los imposibles que con frecuencia pedía la izquierda. El Estado benefactor, por ejemplo, es un invento conservador, de Bismarck, para contener a los socialistas. Beveridge, que es el padre del Estado benefactor moderno, no es precisamente un socialista. La democracia representativa, para hablar de ese extraño artilugio, también se produce por una puja entre quienes piden la democracia y el censo universal, al principio las dos cosas van unidas, y quienes buscan una estructura de la sociedad más congruente. Después, de forma en buena medida no premeditada, surge el sistema de partidos. Eso habría sido inexplicable sin una contención conservadora de los espasmos quiliásticos de la izquierda. De manera que la derecha ha contribuido tanto como la izquierda a que la sociedad sea la que es, pero la iniciativa moral la ha llevado la izquierda. Hoy sigue habiendo diferencia entre izquierda y derecha, tanto en la actitud de los partidos como en la composición sociológica de las bases, lo que pasa es que no se pueden formular de la misma manera.

P. ¿Corre riesgo la unidad constitucional por el desafío de los nacionalismos?

R. No existe garantía de que prevalezca la integridad del Estado. O la unidad de España, según se quiera (hay matices sentimentales en lo segundo). Existe un riesgo de ruptura, sí. Y existe otra cosa que ya ha ocurrido, y que a mí me preocupa mucho, que es que el intento de golpe de Estado catalán ha infligido una severa herida a la Constitución del 78. O, si se quiere, en la organización territorial que resulta de esa Constitución. El Estado de las Autonomías se hizo para incorporar a los nacionalistas y lo que ha ocurrido unos decenios más tarde es que en Cataluña han dado un golpe de Estado. Eso va a exigir una reforma seria de la Constitución, que yo creo que tendría que pasar no por la supresión del Estado Autonómico, sino por la recuperación de facultades por parte del Estado y quizá por la creación de mecanismos compensadores que impidan que esto se desparrame. Los tienen países federales serios. Aquí hemos ido a una especie de Estado federal-confederal desordenado que habrá que cambiar. Los desgraciados sucesos de octubre de 2017 son la demostración innegable de que eso va a tener que ocurrir si queremos seguir teniendo una España unida. Pero eso implicaría cambios grandes, como una reconsideración de la implantación autonómica de los partidos considerable, ya que esencialmente el gasto de estos se produce a través de las comunidades y es ahí donde los partidos manejan recursos para proveer cargos y ejercer influencia.

P. ¿El golpe de Cataluña ha puesto en cuestión en la sociedad el papel de la Monarquía?

R. En la sociedad no. Yo creo que el Rey hizo bien interviniendo el 3 de octubre, porque el Gobierno de Rajoy, sencillamente, ni había previsto lo que iba a ocurrir. Hubo falta de contundencia del Gobierno, esos días, y una absoluta incomprensión del proceso catalán en los tres años anteriores. Fue un fracaso político del Gobierno que al final pagó amargamente. El Rey intervino y creo que no tenía muchas alternativas, porque la situación era de absoluta postración del Estado. Pero el Rey, evidentemente, se ha comprometido y se ha convertido en objeto de insultos o de ofensas de quien tampoco acepta la existencia del Estado español, y eso sin duda ha fragilizado a la Monarquía.

P. ¿La situación en el País Vasco, desde la desaparición de ETA, está bien solucionada?

R. Gracias a los papeles que sacó EL MUNDO sabemos que Zapatero utilizó Navarra como moneda de cambio para la pacificación. No creo que vaya a haber un retorno a la violencia, que ETA deje de asesinar es en sí mismo muy celebrable, pero no creo que se haya producido un proceso de asentamiento y legitimación de la democracia constitucional en el País Vasco. Sigue habiendo territorios comanches y la actitud de PNV es ambigua en muchos aspectos. Sigue prevaleciendo un régimen de hegemonía nacionalista que yo creo que está lesionando los derechos individuales y no ha habido un sincero arrepentimiento ni de los violentos ni de quienes sin ser directamente violentos sí se beneficiaron de la violencia para asentarse.

P. ¿Qué le parece el veto de Cs a Vox?

R. Teatral. Ha habido un error de cálculo de Cs. Y lo digo de un partido que no me está gustando nada y al que he votado. Cs pensó que iba a rebasar al PP en las elecciones generales, incluso tengo datos para pensar que creía que iba a ser el primer partido en las europeas, por lo tanto pensó en sí mismo como el otro gran partido, no en un partido bisagra que completaba mayorías y contribuía a la estabilidad del sistema democrático. A mí Sánchez no me gusta, pero creo que la mejor solución para los intereses generales habría sido esa, un gobierno de centro izquierda, bien sostenido en el Parlamento por Cs, bien incluso con participación en el Gobierno. En vista de que eso no lo hicieron, porque se representaron un futuro que no era su futuro, tienen que intentar tocar poder en Madrid y en sitios importantes y eso les obliga a pactar con Vox. De Vox, prácticamente no se sabe nada, la cortina de insultos ha opacado completamente al partido. Seguramente es un partido muy de derechas, como lo revelan sus relaciones con Marine Le Pen, pero no creo que sea un partido inconstitucional, sería más bien un partido anti constitucional, que quiere otra Constitución, pero que no amenaza con salirse de ésta. No es lo mismo que Podemos, que proponía una subversión del sistema por vías no democráticas, no es un partido democrático en términos expresos. Vox, que yo sepa, no ha llegado tan lejos, por lo tanto la demonización de Vox, divulgada también por toda la prensa, me parece un poco sesgada. Aun así le ha dado al PSOE un resultado estupendo en términos electorales.


                                                                           FERNANDO PALMERO  Vía EL MUNDO

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