Que la economía española crezca de forma equilibrada en los próximos
trimestres va a depender de su capacidad de crear empleo sin presiones
sobre la inflación o los costes laborales unitarios
La ministra de Economía, Nadia Calviño
EFE
Desde hace ya varios
trimestres se ha abierto un interesante debate sobre la situación
cíclica de la economía española, su crecimiento potencial y su brecha de
producción respecto a una situación cíclica neutral. Como bien señalaba
recientemente el profesor Antonio Pulido, este debate refleja el existente más allá de nuestras fronteras, por ejemplo en el Institute of International Finance (IIF), y que genera mucho interés en las redes sociales.
Seguramente a la mayor parte de la opinión
pública le baste con ver que sus ingresos crecen y que el paro
disminuye, por lo que este debate le puede parecer superfluo. Pero en
absoluto lo es. Es más importante de lo que parece a simple vista. La
cuestión que en realidad subyace es si el crecimiento actual es
sostenible y durante cuánto tiempo se mantendrá sin generar
desequilibrios que tengan que corregirse en el futuro. Por eso,
expertos, analistas, instituciones y autoridades económicas (por
ejemplo, en la Actualización del Programa de Estabilidad) prestan tanta atención a evaluar en qué momento del ciclo económico se encuentran las economías.
La situación cíclica o brecha de producción
es la distancia del PIB respecto a una senda de crecimiento
equilibrado, y está estrechamente relacionada con la del desempleo a su
tasa de equilibrio, que cambia entre países y en el tiempo. Es, por lo
tanto, un concepto distinto al de máxima producción potencial con plena
utilización de los recursos productivos y mínimo desempleo. Cuando la
actividad está por encima de su senda de crecimiento equilibrado, la
brecha de producción es positiva, el desempleo cíclico negativo y la
economía crece de manera no sostenible a largo plazo, acumulando
desequilibrios (endeudamiento, pérdida de competitividad, inflación,
etc.), que tarde o temprano se corrigen. Por el contrario, cuando se
encuentra por debajo de esa senda de crecimiento equilibrado, la brecha
de producción es negativa, el desempleo cíclico es positivo y la
economía puede crecer sin incurrir en desequilibrios relevantes.
El problema es que ni la tasa de desempleo de equilibrio ni la senda de crecimiento equilibrado del PIB son variables observables. Se estiman con cierta incertidumbre y es aquí donde surge el debate y la discrepancia. Con una tasa de desempleo desestacionalizada del 14,1% en el primer trimestre de 2019, la calidad del crecimiento de la economía española y las implicaciones de política económica serían muy distintas si el desempleo de equilibrio fuese del 16% o del 12%. Si el desempleo cíclico fuese positivo, habría argumentos para llevar a cabo políticas de demanda expansivas bien diseñadas, selectivas y transitorias. Si el desempleo coincide con su tasa de equilibrio, lo apropiado para crecer es llevar a cabo reformas estructurales que aumenten el crecimiento potencial y reduzcan el desempleo estructural.Las reformas y las mejoras productivas en las empresas han permitido reducir el desempleo estructural durante la recuperación y crecer durante más tiempo sin generar tensiones
Algunos
analistas afirman que la estimación del componente cíclico del PIB o
del desempleo es poco útil dada la incertidumbre existente en sus
resultados, que pueden ser muy sensibles al método utilizado y a la
disponibilidad de nuevas observaciones. Otros como Adam Tooze
han ido más lejos al afirmar que es una herramienta al servicio de
determinadas posiciones de política económica. Aunque hay argumentos
para ser críticos, la solución pasa por mejorar las estimaciones. No
todas son iguales y algunas son mejores que otras. Que exista
incertidumbre en la estimación de la tasa de desempleo de equilibrio no
puede servir para abandonar este concepto y justificar cualquier tipo de
política económica en función de intereses particulares.
Desde mucho antes de que empezara la crisis, pero
sobre todo cuando en 2007 defendí ante la Comisión en Bruselas que la
economía española mostraba señales muy claras de recalentamiento frente a
la brecha de producción negativa estimada por entonces, mi experiencia es que los métodos de estimación han ido mejorando considerablemente. Los estudios de Alberola, Estrada y Santabárbara (2014) o de Cuerpo, Cuevas y Quilis (2018),
por citar solo dos, son buenos ejemplos para la economía española. Se
ha ampliado el conjunto de variables que ayudan a estimar el desempleo
estructural, de la inflación de precios (NAIRU) o de salarios (NAWRU) a otras variables, incluidas las financieras. Y sus resultados no se aplican por autómatas sin sentido común. En la Unión Europea las estimaciones de la brecha de producción son un elemento más, pero no el único en las recomendaciones
de política económica. La prueba es que desde 2011 la Comisión Europea
utiliza una amplia batería de 14 indicadores económicos (complementados
por otros 25 auxiliares) para detectar señales de alerta sobre la
existencia de desequilibrios macroeconómicos.
¿Que
nos dicen las estimaciones disponibles para España? La situación
cíclica prevista para la economía española en 2019 es prácticamente
neutral según las estimaciones de la brecha de producción de la OCDE (-0,2%) o de la AIReF (-0,1%), ligeramente expansiva para el FMI (0,7%) y aún más en el caso de la Comisión(1,6%). Estas dos últimas estimaciones están en línea con las del Banco de España, que estima que la brecha de producción pasó a ser ligeramente positiva a finales de 2018.
Los indicadores de desequilibrio
que utiliza la Comisión pueden servir para discriminar entre estas
estimaciones. La última vez que España tuvo una tasa de desempleo del
14,1% durante una expansión fue precisamente hace veinte años, en el
primer trimestre de 1999. Hay que tener en cuenta que esta tasa de
desempleo del 14,1% se encuentra por debajo de la media observada desde
principios de 1980 (16,7%). Pero que las tasas de desempleo de estos dos
periodos sean iguales no implica que la situación cíclica de principios
de 2019 sea la misma que la de 1999. Ni que la brecha de producción sea
positiva solo porque sea inferior a la media de los últimos 40 años o
negativa porque sea superior a la de otros países. En el primer
trimestre de 1999 el saldo de la balanza por cuenta corriente era
negativo y el déficit representaba un 3,3% del PIB (frente al pequeño
superávit, aunque menguante, de los últimos cuatro trimestres), los
costes laborales unitarios crecían un 2,1% (ahora menos de la mitad y
por debajo del resto de la eurozona), el flujo de crédito al sector
privado crecía al 15% (+0,7% en 2018), la deuda del sector privado
aumentaba más de 9 puntos porcentuales respecto al PIB (ahora disminuye
más de 5 puntos gracias a las empresas), los precios de la vivienda
crecían por encima del 9% (ahora lo hacen al 4,4%), la tasa de inflación
duplicaba la de la eurozona (mientras que ahora se encuentra una décima
por debajo) y la tasa de temporalidad era del 32,9% (26,6%
actualmente). Aunque la evidencia apunta a que con la misma tasa de
desempleo en 2019 se acumulan menos desequilibrios que en 1999, también
se empiezan a ver algunas señales preocupantes, para seguir evaluando
durante los próximos trimestres. La tasa de vacantes es ahora más alta
que en 1999 (0,6% por 0,4%), lo que muestra que hay más desajustes en el
mercado de trabajo entre oferta y demanda. La productividad por hora
trabajada lleva cuatro trimestres de caída. Los hogares están aumentado
ya su endeudamiento desde 2017, con una tasa de ahorro en mínimos. Y los
factores de oferta, que han apoyado la recuperación económica desde
2014, han ido perdiendo peso hasta el punto de tener una contribución
virtualmente neutra a finales de 2018, como mostraba recientemente un estudio de BBVA Research.
La productividad por hora trabajada lleva cuatro trimestres de caída. Los hogares están aumentado su endeudamiento desde 2017 con una tasa de ahorro en mínimos
Esta comparación sugiere al menos tres conclusiones. La primera
es que, con la misma tasa de paro, en 2019 se acumulan menos
desequilibrios que en 1999 y que la brecha de producción es neutral o
ligeramente negativa. Que la economía crezca en los próximos trimestres
sobre su senda de crecimiento equilibrado dependerá de su capacidad de
crear empleo sin presiones sobre la inflación o los costes laborales
unitarios, sin un deterioro de la balanza por cuenta corriente, sin
aumentar el endeudamiento y sin generar otros desequilibrios. La segunda
es que las reformas y las mejoras productivas en las empresas han
permitido reducir el desempleo estructural en esta recuperación y crecer
durante más tiempo sin generar tensiones. En la medida que esta
situación se agota, es indispensable impulsar nuevas reformas que
aumenten el potencial de crecimiento, y reduzcan una tasa de paro
estructural inaceptablemente alta y una anomalía internacional que, como
mínimo, duplica la de otras economías avanzadas y da lugar a una
elevada desigualdad. Crecer solo sobre la base de estímulos de demanda
no será sostenible a medio y largo plazo. Y tercera,
con una situación cíclica cercana a la neutralidad, el déficit público
estructural se sitúa con bastante probabilidad en una horquilla entre el
2,5% del PIB con el que cerró el año pasado y el 2% previsto para
finales de 2019. Reanudar el ajuste fiscal a medio plazo es otra de las tareas pendientes de la economía española.
RAFAEL DOMÉNECH Vía VOZ PÓPULI
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