De presentarse como una visión que promueve la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, ha llegado a la formulación pública actual -siempre clara en sus fundamentos- que bien explica María Silvestre, directora del Deustobarometro de la Universidad de Deusto: “debemos promover sociedades igualitarias en las que se deconstruyan los roles tradicionales de género, sociedades donde sea posible desnaturalizar la posición de la mujer y construir nuevas formas de ser mujeres y hombres con iguales atribuciones de valor”
El objetivo de la perspectiva de género es destruir (lo de deconstruir no deja de ser un eufemismo del género políticamente correcto) la naturaleza humana, desnaturalizarla, para pasar a ser otra, donde el hombre deje de serlo y la mujer también. Donde todo sea LGBTIT (+), donde la paternidad deje de ser tal y la maternidad se convierta en un aspecto marginal. Todos los regímenes totalitarios han querido construir el hombre y la mujer nueva, el nazismo, el comunismo en todas sus variantes. El resultado es la opresión, pero nunca nadie se había atrevido a plantear el cambio de su naturaleza desnaturalizándola. Como es de toda razón, una sociedad bajo estas condiciones no podría funcionar, porque sus cimientos profundos son la familia, la descendencia y la capacidad de educarla, sin ellos la economía vacila y el estado del bienestar deviene inviable.
Causa general y estado de excepción
Pero eso no les importa porque su fin es continuar avanzando en el camino de la dominación. Para ello utilizan una metodología política que tiene nombres específicos: aplican la causa general contra el ser humano y el estado de excepción para imponer sus políticas.
Un eslogan que repiten en los medios de comunicación cientos de veces cada día es este: “Las mujeres sufren violencia por el hecho de ser mujeres, porque la sociedad es machista y patriarca”. Este postulado es una falsedad obvia. Se podría decir con muchísima más razón que los seres humanos sufren violencia porque esta es una sociedad violenta, y son los hombres los que en mayor medida la sufre. También que los menores sufren violencia porque es una sociedad que los maltrata, y sería numéricamente más cierto, y lo mismo podríamos sostener sobre los ancianos.
Hay hombres que apelan a la violencia contra otros hombres y contra mujeres, por razones de dinero, de poder, de orgullo, de desequilibrio mental, de sentido de posesión. Las mujeres que son muertas por sus parejas 50, 60 al año para una población de más de 40 millones, es una pequeña parte de esta violencia que responde además a unas causas específicas: la ruptura de los vínculos y el instinto de posesión o dominación. Y todo esto lo han convertido y proclaman su éxito, en un problema social y político, cuando en realidad es, por su dimensión, una patología individual que debería ser abordada sobre todo desde la prevención. Pero no, no hay que prevenir, porque lo que importa es mostrar la muerte y el culpable: los hombres que configuran en patriarcado que domina la sociedad. Es la misma lógica que los xenófobos y racistas aplican al relacionar el delito con todos los inmigrantes, con todos los gitanos. Es la técnica de fijar una población objetivo como chivo expiatorio de todos los males, con una característica excepcional en este caso: el chivo no es tal minoría, sino el 50%. ¿Cómo es posible tal cosa? La respuesta es evidente desde hace tiempo: porque la perspectiva de género es un instrumento más del poder establecido de la globalización y la oligarquía tecnológica, por la élite del poder global, para fragmentar y dividir a los trabajadores, al pueblo. La perspectiva de género y sus reivindicaciones son perfectas para desviar la atención del conflicto real con el poder. Pero la causa general, siendo el hombre su principal sujeto, se extiende más allá, porque abarca la feminidad.
Está también contra la mujer que, como la mayoría de hombres, aspira a casarse, a ser madre y formar una familia. Esa mujer es también un enemigo a batir porque según el generismo asume el papel que le asignan los dominadores.
Y el estado de excepción se aplica progresivamente mediante leyes que expresen aquella causa general, por una parte, la persecución del hombre y la discriminación de la mujer en su vocación natural, y en la censura, la exclusión, el destierro interior, la formación ideológica en las escuelas y universidades.
Ahora mismo la Agencia de Calidad del Sistema Universitario de Cataluña ha dictado el “Marco general para la incorporación de la perspectiva de género en la docencia universitaria”. Un texto que obliga con sumo detalle a impartir en términos positivos la ideología de género en todos los cursos, grados y masters. La Universidad transformada en caja de resonancia de una ideología, que además no puede ser sometida al examen crítico, ni debatida, a pesar de que se presupone que esto es lo característico de la actividad universitaria. Plantea el mismo régimen que la URSS para el estudio del marxismo: el dogma. Esta es otra prueba apabullante del totalitarismo que paso a paso nos controla.
La Iglesia viene planteando la crítica y la alternativa global, como muestra su documento más reciente, “Varón y Mujer los creó” de la Congregación para la educación Católica, que ha sido ampliamente comentada, por ejemplo aquí. Por esto, por la posición tan sabida de la Iglesia no puede menos que escandalizar que la Universidad de Deusto, que se define públicamente en estos términos, “La Universidad de Deusto pretende en nuestros días servir a la sociedad mediante una contribución específicamente universitaria y a partir de una visión cristiana de la realidad”, asuma pasivamente que uno de sus miembros destacados, nada menos que la directora de un instrumento de opinión pública, tan importante como el Deustobarometro, sea una propagandista de la perspectiva de género más radical. La Compañía de Jesús, la Universidad de Deusto, debe aclarar cómo se compatibiliza el “desnaturalizar la posición de la mujer y construir nuevas formas de ser mujeres y hombres” con la concepción de la Iglesia, de la que los jesuitas son una parte destacada.
En ocasiones son ámbitos de la propia Iglesia los que practican la autodestrucción.
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