Desde el lunes 17 de junio, el sínodo de la Amazonia, convocado en Roma para el próximo mes de octubre, tiene su “Instrumentum laboris”,
el documento base sobre el que debatirá. Ocupa 59 densas páginas, pero
bastan estas pocas líneas de su párrafo 129 para comprender adónde
quiere llegar Francisco:
“Afirmando que el
celibato es un don para la Iglesia, se pide que, para las zonas más
remotas de la región, se estudie la posibilidad de la ordenación
sacerdotal para personas ancianas, preferentemente indígenas, respetadas
y aceptadas por su comunidad, aunque tengan ya una familia constituida y
estable, con la finalidad de asegurar los Sacramentos que acompañen y
sostengan la vida cristiana”.
La última vez que el papa había previsto esta meta había sido en la rueda de prensa
del avión de vuelta de Panamá, el 27 de enero de 2019, cuando a la
pregunta: “¿Permitirá la ordenación sacerdotal de hombres casados?”,
respondió, primero, repitiendo con Pablo VI: “Prefiero dar la vida antes que cambiar la ley del celibato”,
pero inmediatamente después admitió dicha posibilidad “en las zonas más
remotas” como en las “islas del Pacífico” y “tal vez” en la Amazonia y
“en muchos otros lugares”. Y acabó recomendando la lectura de un libro
del obispo Fritz Lobinger que lanza, entre otras, la idea –
“interesante” según Francisco– de ordenar a hombres casados
concediéndoles sólo el “munus”, la tarea, de administrar los
sacramentos, no también la de enseñar y gobernar, como sucede en cambio
en cualquier ordenación.
Lobinger, de 90 años, fue obispo de
Aliwal, en Sudáfrica, de 1988 a 2004. Pero nació y creció en Alemania,
donde aún vive. Y no es el primer obispo o teólogo alemán del que se ha servido
Jorge Mario Bergoglio en estos últimos años para aumentar la atención y
el consenso a la ordenación de hombres casados, con la Amazonia como
campo de pruebas.
Antes de él se pueden citar el teólogo y
maestro espiritual Wunibald Müller, con el que Francisco tuvo en 2015 un
intercambio de correspondencia precisamente sobre este tema, que hizo
público el propio Müller.
Pero sobre todo hay que recordar al
obispo emérito de la prelatura brasileña de Xingu, Erwin Kräutler, de 80
años, austríaco, miembro del consejo preparatorio del sínodo de la
Amazonia, que en varios encuentros con el papa siempre ha recibido por
parte de este cálidos ánimos para luchar por este resultado, ahora como
miembro del consejo preparatorio del sínodo.
Por no hablar del
cardenal Cláudio Hummes, de 85 años, brasileño pero de familia alemana,
desde hace años también él claro defensor de la ordenación de hombres
casados, presidente de la red eclesial panamazónica que une a 25
cardenales y obispos de los países de esa región, y que el papa ha
querido como relator general del sínodo.
Todo con la indefectible bendición del más amado, por Bergoglio, de los cardenales y teólogos alemanes, Walter Kasper,
de 86 años, el cual, en una reciente entrevista al periódico
“Frankfurter Rundschau”, ha dicho que Francisco espera poder firmar una
decisión del sínodo favorable a la ordenación de hombres casados.
El eje entre el papa argentino y Alemania no sólo caracteriza este sínodo de la Amazonia. Tiene también un antes y un después.
El “antes” ha sido la génesis del doble sínodo sobre la familia.
Cuando Bergoglio, elegido papa hacía menos de un año, confió al cardenal Kasper la relación introductoria
del consistorio de febrero de 2014 y Kasper apoyó precisamente la
concesión de la comunión eucarística a los divorciados que se han vuelto
a casar, el destino del sínodo sobre la familia ya estaba escrito.
Ese
sínodo, en sus dos sesiones de 2014 y de 2015, se dividió verticalmente
en dos sobre esta cuestión, pero Francisco decidió llegar a la meta
prefijada a pesar de todo e imponiendo su autoridad, aunque fuera
mediante la ambigua nota a pie de página de la exhortación postsinodal “Amoris laetitia”.
A
partir de entonces, cualquier obispo del mundo puede autorizar, en su
diócesis, la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, por
la que habían luchado los primeros, en los años noventa, algunos obispos
de Alemania, con Kasper a la cabeza, a los que se enfrentó con firmeza
el papa Juan Pablo II y el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la
congregación para la doctrina de la fe.
Después del doble sínodo
sobre la familia en el Vaticano hubo un intermedio, también este con
perfume de Alemania y, más concretamente, de la ciudad de la Suiza
alemana llamada Sankt Gallen, sede de encuentros, antes y después del
2000, de ese club de cardenales progresistas -futuros grandes electores
de Bergoglio al papado- que tenía en los alemanes Karl Lehmann y Kasper y
en el italiano y jesuita Carlo Maria Martini sus exponentes de relieve.
Se
trataba de decidir el argumento del sínodo sucesivo y en la agenda del
papa Francisco estaba en el primer puesto la cuestión de la ordenación
de hombres casados.
Es decir, otro de esos “temas sinodales” que
el cardenal Martini había propuesto afrontar en una serie de sínodos
sucesivos, en su memorable intervención en el sínodo de 1999 en la que
enumeraba:
“La falta de ministros ordenados, el papel de la
mujer en la sociedad y la Iglesia, la disciplina del matrimonio, la
visión católica de la sexualidad…”.
Bergoglio, sin embargo,
eligió dejar pasar el tiempo y asignó al sínodo programado para octubre
de 2018 el tema de los jóvenes, con la intención de discutir en él,
eventualmente, “la visión católica de la sexualidad”, incluida la
homosexualidad.
Pero esto no sucedió por una decisión prudencial,
tomada sobre la marcha, del propio Bergoglio, y el sínodo sobre los
jóvenes acabó siendo uno de los más aburridos e inútiles de la historia.
Pero estaba en programa para el 2019 el sínodo especial de la Amazonia. Y aquí se ha retomado plenamente la agenda de Martini,
no sólo con la ordenación de los hombres casados prácticamente decidida
antes de que inicie el sínodo, sino incluso con un deseo enigmático,
presente también en el párrafo 129 del ”Instrumentum laboris”, a saber:
“identificar el tipo de ministerio oficial que puede ser conferido a la
mujer”, que no será el “diaconado femenino”, que el papa Francisco ha
pospuesto para que sea objeto de una “profundización ulterior”; pero un
“ministerio” debería haber, tal vez sacramental.
Pero no acaba aquí. Porque el sínodo de la Amazonia tendrá también un “después”. Y lo tendrá precisamente en Alemania.
El pasado mes de febrero la conferencia episcopal alemana, reunida en su asamblea plenaria en Lingen, ha puesto en marcha un sínodo nacional con tres “foros” preparatorios sobre los temas siguientes:
- “Poder, participación, separación de poderes”, presidido por el obispo de Spira, KarlHeinz Wiesemann;
- “Moral sexual”, presidido por el obispo de Osnabrück, FranzJosef Bode;
- “Forma de vida presbiterial”, presidido por el obispo de Münster, Felix Genn.
Está
de nuevo en marcha la agenda Martini y en las relaciones introductorias
de la asamblea plenaria de Lingen se ha dicho “apertis verbis” que se
quiere llegar a legitimar los actos homosexuales (objetivo que no se ha
cumplido en el sínodo sobre los jóvenes) e introducir la ordenación de
los hombres casados en Alemania (por lo tanto, no sólo en las remotas
periferias de la Iglesia como la Amazonia).
También se ha
insistido a fin de que para dichas decisiones baste un voto de mayoría,
sin que una minoría pueda bloquear su entrada en vigor y sin que sea
necesario el vía libre por parte de la Iglesia católica en su conjunto.
Todo
hace entender que Francisco no ha puesto objeciones a este programa de
la Iglesia de Alemania, una de las Iglesias más desastrosas del mundo,
con todos los índices bajando en picado, menos el de la riqueza
económica. Y que sin embargo ha sido promovida por Bergoglio como faro
de su pontificado.
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