Pululan por las redes lanzando fake news, descalificando, difamando,
insultando. Son los trolls de la estelada, algunos por afición, otros
por vicio, pero, los más, por dinero. Y están organizados
Una mujer con una estelada independentista en Barcelona
GTRES
La propaganda negra no es cosa de ahora ni la inventaron los separatistas,
pero hay que reconocerles que la manejan muy bien. Se denomina
propaganda negra a la que se destina única y exclusivamente a la
intoxicación del adversario sin que la autoría quede clara del todo. Los
nazis fueron maestros consumados en la materia, aunque sus homólogos
británicos no le iban a la zaga. De la fabricación de horóscopos falsos
para influenciar a Hess a cargo del ocultista Louis de Whol a la
operación Mince Meat, pasando por los gigantescos trucos del prestidigitador Maskelyne, desplegaron una gran competencia en el arte de engañar al enemigo.
Goebbels, sin embargo, prefería difundir noticias que
minaran la moral enemiga como, por ejemplo, las emisiones radiofónicas
que para Inglaterra radiaba el tristemente célebre Lord Haw Haw, o las de su equivalente japonés, La Rosa de Tokio. Desde entonces las técnicas se han perfeccionado muchísimo, claro. Ningún partido político
lo reconocerá, pero todos disponen de una organización así. Desde el
PSOE – participé en varios de sus operativos, desde el jocoso “Pantera
rosa” hasta el SIS – al PP, pasando por CDC. En los ochenta se limitaban
a escribir cartas al director con remitentes falsos o de militantes
acérrimos o a colapsar las encuestas que efectuaba la SER. Eran los rudimentos de lo que ha venido después.
El
nacional separatismo contó siempre con un número de fanáticos
suficiente como para efectuar operaciones de este tipo. Pujol fue quizá
el primer político en percibir la tremenda importancia que tenía el
control de la opinión pública. Pondré por ejemplo la sistemática campaña
de difamación contra Pasqual Maragall –
duró años y aún colea-, atribuyéndole ser alcohólico. El método empleado
es genial por su simplicidad en unos tiempos en los que no había redes
sociales y lo que funcionaba era el boca oreja. Varias personas se
dedicaban a deambular por los grandes almacenes barceloneses, subiendo
por parejas en los ascensores, entablando una conversación como esta
“Ayer vi al alcalde completamente borracho, tirado en un bar, y tuvieron
que venir los escoltas a llevárselo a rastras”. Al finalizar la
jornada, el efecto eco se había propagado de forma suficientemente
notable como para que el mensaje se incrementase un 60 por ciento.
Con la aparición de las nuevas tecnologías y el peso de las redes sociales, los separatistas han encontrado en Twitter un medio excelente para propalar bulos
Con la aparición de las nuevas tecnologías y el peso de las redes sociales, los separatistas han encontrado en Twitter un medio excelente para propalar bulos, rumores y descalificaciones.
En el caso separata la estrategia pasa por estos ejes perfectamente
estudiados en márquetin político que les desgrano: primero, ningunear a
quien se pretende denigrar: “¿Y quién es este?”, “No lo conocen ni en su
casa” y otras cortadas por el mismo patrón. Dejan al aludido en una
posición de insignificancia, de nulidad. No es nadie y, por tanto, es
una mierda.
Lo segundo es insultar: aludiendo a la
ideología “Siendo del partido tal no puedes hablar”, a la vida privada,
“Deja de beber y tómate la medicación”, al aspecto físico o condición de
género, “Vistiendo así, puta gorda, yo no saldría de casa”, o empleando
la palabra malsonante sin más, “Hijo de puta”.
Lo siguiente, porque
esto tiene su lógica interna, es la negación del argumentario del oponente:
“Eres un embustero”, “No te lo crees ni tú”, “Eres un intoxicador” y
similares. Cuando se han subido estos peldaños de lo que se denomina escalera de Jacob
en términos de argot profesional, se llega al último: la amenaza
física: “Te vamos a partir la cara”, “Vete de aquí o acabarás mal” o
“Sabemos dónde vives y el colegio al que van tus hijos”. Como son
denunciables ante la policía o la guardia civil, los trolls los usan con
precaución. Últimamente, está de moda hacerse pasar por víctima,
que el separatismo sabe mucho de esto. Según un informe al que he
tenido acceso, en Cataluña hay entre 800 y 1.000 personas dedicadas a
tuitear consignas separatistas de manera sistemática y diaria. Unas
reciben un estipendio, otras, lo hacen por puro odio. Las primeras son recuperables, cuestión de dinero; las segundas, no.
Así que ya saben, cuando alguien sea machaconamente
insistente en la descalificación y ustedes, entrando en su perfil,
comprueben que tiene pocos seguidores, que repite como un lorito lo que
dicen otros – el caso del taxista marroquí, por ejemplo -, o que solo se
dedica a hostigar a determinadas personas o partidos, no lo duden:
están ante un troll. No pierdan el tiempo en esos miserables. Bloqueo al canto. Que se vayan a la mierda, su lugar de procedencia.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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