Las viejas ortodoxias socialdemócrata y democristiana están agotadas. En su lugar, aparecen dos fuerzas nuevas que podrían sustituir el 'status quo' sin agitarlo demasiado
Íñigo Errejón. (EFE)
Que los liberales y los verdes no sean unos recién llegados a la política europea no significa que no haya llegado su momento.
Si
en las elecciones europeas de 2014 obtuvieron 68 y 50 escaños,
respectivamente, en las de 2019 consiguieron 106 y 75. Los liberales
fueron la segunda fuerza más votada en Francia, al igual que los verdes en Alemania.
En los dos países, los verdes fueron el partido más votado entre los
jóvenes. Ambos tienen más arraigo en las ciudades y entre la población
de ingresos medios y altos que en el campo y entre las clases bajas. Los
dos tienen una larga tradición en la política europea: los liberales
han tenido representación en el Parlamento Europeo desde las primeras
elecciones, en 1979; los verdes, desde las segundas, en 1984.
La evolución experimentada por los liberales desde la época en que sus líderes eran gente como Simone Veil
(que estuvo internada en Auschwitz) o Valéry Giscard d’Estaing (que
luchó en la resistencia contra la invasión nazi de Francia) ha sido
notable por el simple paso del tiempo. Últimamente, esta transformación
se ha debido en gran medida a la personalidad de su líder de facto, el
presidente francés Emmanuel Macron.
Este
procede del Partido Socialista de su país, es un reformista y
europeísta indiscutible, y al mismo tiempo es un firme defensor de la
participación del Estado francés en los grandes campeones nacionales
(como Renault) y está imbuido de la ‘grandeur’ ligeramente pomposa que
la nación y el Estado franceses confieren a sus presidentes.
Los liberales suspiran por Macron
En
su carta a los ciudadanos previa a las elecciones europeas, además de
reivindicar demandas liberales como la libertad individual, el
pluralismo y la confianza en la posibilidad de progreso, insistió en el
aumento del gasto en defensa, en un control más riguroso de las
fronteras exteriores y en mayores esfuerzos en la lucha contra el cambio
climático. “El mercado es útil –dijo–, pero no debe hacernos olvidar lo
necesario de las fronteras que nos protegen y de los valores que nos
unen”.
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Por su parte, como explicaban después de las elecciones del pasado mayo Carlos Barragán y Nacho Alarcón en El Confidencial, muchos partidos verdes nacionales –y singularmente el alemán, el que más creció y el que, según algunas encuestas, ya es el primero en su país– han ido caminando hacia posiciones moderadas.
El huracán verde
Han asumido el capitalismo como sistema económico, aunque propongan importantes reformas, y ahora se parecen mucho a los viejos partidos de centro izquierda –con, por ejemplo, programas para una mejor redistribución fiscal o mayores impuestos a las tecnológicas–, pero ponen más énfasis en la cuestión ecológica, el cambio climático y el feminismo. Poco tienen que ver con el radicalismo maximalista que practicaban a finales de los setenta y principios de los ochenta, cuando los veteranos de las revueltas de 1968 empezaron a fundar partidos caracterizados por su difícil integración entre los socialdemócratas, democristianos y comunistas.
Si nada de esto suena muy novedoso es porque no lo es. Esteban Hernández
explicaba hace unos días en estas páginas que los verdes parecen
jóvenes bohemios: progresistas, pero no revolucionarios, que sitúan en
el centro de su agenda temas poco controvertidos como el clima. Al mismo
tiempo, los liberales son jóvenes tecnócratas: gente
de orden que pone la eficiencia y la seguridad por encima de las
esencias y la religión. Ambos, por cierto, son muy europeístas: la
mayoría de sus votantes no había nacido o era un niño cuando se puso en
marcha el Programa Erasmus, en 1987.
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En
realidad, los dos partidos emergentes presentan rasgos de continuidad
muy importantes con la ortodoxia que estuvo vigente hasta el paréntesis
abierto por la gran crisis financiera: por un lado, el centro izquierda asume que no hay más sistema que el capitalismo
y que lo máximo a lo que puede aspirarse es a una mejor redistribución y
a reformar los peores vicios de las finanzas y los trucos fiscales; el
centro derecha, a su vez, asume que la guerra cultural más primaria apenas tiene sentido: el aborto, el matrimonio homosexual o la identidad cristiana de Europa ya no son temas muy relevantes de la política ‘mainstream’ de la Europa occidental y
han pasado a ocupar sus márgenes. (Hay excepciones: en Italia no hay
partido liberal ni partido verde con representación en Europa).
¿Significa
eso que ha llegado el momento de que se hagan con la hegemonía de la
izquierda y la derecha? Visto en términos históricos, tendría sentido.
Las viejas ortodoxias socialdemócrata y democristiana están agotadas, y
con razón: han sido dos familias ideológicas enormemente fértiles y
efectivas que han dado a Europa años de estabilidad y prosperidad. Pero,
aunque podrían seguir haciéndolo, el peso de su tradición les dificulta
enormemente asumir la magnitud del cambio de perspectiva que debemos
adoptar en cuestiones económicas, financieras o tecnológicas. Por lo
demás, su reemplazo por liberales y verdes sería tranquilo: ninguno ha venido a romper nada.
Rivera y Errejón, sus homólogos en España
También
en España, Ciudadanos, que en el Parlamento Europeo está integrado en
el grupo liberal, e Íñigo Errejón, que podría construir su futuro partido siguiendo el modelo verde, han demostrado que no son disruptores, sino continuadores naturales de los partidos del viejo y aún resistente bipartidismo.
Por
primera vez en la historia, en todo caso, socialdemócratas y
democristianos ya no se bastan, conjuntamente, para formar mayorías, sea
en el Parlamento europeo o para la designación de altos cargos de la
UE, un proceso que se abordará en el Consejo Europeo de la semana que
viene. Para todo ello, ahora tendrán que contar con los liberales y los
verdes. Con ellos formarán un gran bloque de política 'mainstream' y proeuropea que tendrá una pequeña amenaza en la extrema izquierda y una mucho más grande en la derecha autoritaria.
En
este contexto, liberales y verdes tendrán dificultades para mostrar su
idiosincrasia y sus méritos para ser herederos de los dos grandes
pilares ideológicos europeos. Deben intentarlo ahora que tienen
experiencia pero son jóvenes. Ya sabemos que el destino de los jóvenes es envejecer.
RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ Vía EL CONFIDENCIAL
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