El desencuentro con Washington debe servir para impulsar la autonomía de defensa europea
Que Alemania y Francia se hayan manifestado a favor de una integración militar europea o el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, defienda desde que asumió el cargo en 2014 la creación de un Ejército europeo, responde a esta dinámica, cuya puerta legal ya está abierta por el Tratado de Lisboa.
La defensa y la política exterior comunes no son aspectos colaterales del proyecto de integración continental. Todo lo contrario. Ambas dimensiones están en el núcleo del concepto de los Estados y, si bien su cesión a Bruselas no figura en el horizonte ni a corto ni a medio plazo, es necesario que se construyan los mecanismos que aumenten la colaboración.
La ausencia de una voz única europea en exteriores y defensa hace que Europa se halle en una clara posición de desventaja frente a Estados Unidos, Rusia o China, quienes consiguen importantes réditos fruto de esta multiplicidad europea de voces e intereses. Una situación que por ejemplo no sucede en materia económica o, en el caso de los países de la zona euro, monetaria. Pocas demostraciones hay más eficaces como esta de que la unión hace la fuerza. Sin una política exterior y de defensa comunes, el peso económico de Europa nunca podrá ser geopolítico. El desencuentro con Washington fruto de la errática concepción del vínculo transatlántico que tiene Trump debe servir para impulsar la autonomía de defensa, haciendo converger las diferentes voluntades políticas y entendiendo que el peso estratégico del continente no dependerá tanto del tipo de armamento y de quién lo fabrica, sino de la defensa de valores que haya detrás del material. Y en esto Europa parte de la posición correcta.
EDITORIAL de EL PAÍS
Cuanta razón tienes.
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