Péguy lo anticipó proféticamente: “Vivimos en un mundo moderno que ya es solamente un mal mundo cristiano, sino un mundo incristiano, descristianizado… esto es lo que hace falta decir. Esto es lo que hay que ver. Si tanto solo fuera la otra historia, la vieja historia, si solamente fuera que los pecados han vuelto a rebasar los límites una vez más, no sería nada. Lo que más sería un mal cristianismo, una mala cristiandad, un mal siglo cristiano, un siglo cristiano malo…Pero la descristianización es que nuestras miserias ya no son cristianas, ya no son cristianas”. Esa es la realidad que el peregrino de Chartres nos describe y que nuestro tiempo culmina.
Se trata de un grave error inducido y asumido. Inducido por una persistente corriente intelectual, primero, mediática después, que, desde la Ilustración, a lo largo de la modernidad y de nuestro tiempo, la sociedad desvinculada ha proclamado el carácter intrínsecamente negativo de lo cristiano en particular, y de la creencia en Dios en lo general, hasta la indiferencia virada a indiferenciación. El “tanto da, todo es lo mismo”, que acaba transformado en términos populares en el materialismo práctico del “yo y lo mío”. En definitiva, a la desaparición del hecho más extraordinario de la vida de la humanidad: el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
Y asumido por los cristianos, porque demasiados han llegado a creer que efectivamente no importa demasiado lo que piense y opine la sociedad, lo dejan en manos de otros, lo único que cuenta es lo que yo y mi grupo, parroquia, movimiento institución, hagamos. El paso siguiente se da ya, incluso, sin la dimensión colectiva. No importa que en la escuela católica desaparezca la centralidad de Jesucristo si educamos bien. Personas laicas y consagradas con importante proyección en los medios escritos, que en su vida han opinado sobre alguna dimensión cristiana, a pesar de llenar páginas de opinión cada semana. O los políticos que si se ven exigidos se califican de católicos, pero que se alinean sin reservas con todas las políticas opuestas no ya a la fe, sino a una antropología humana de base cristiana, y aprueban sin reservas la eutanasia “first”, o el aborto incondicional, o que asumen la perspectiva de género, o no ven como una emergencia la situación de la gente sin hogar. Muchos piensan honestamente que es mejor una sociedad sin Jesucristo que una mala sociedad cristiana. Son sin saberlo seguidores de herejía tan reiterada de menospreciar en el mundo de la fe todo lo que no es perfecto, mientras se asumen acríticamente las razones de la mundanidad.
Este abandono del espacio público tiene su raíz en el abandono de la preocupación cristiana por lo colectivo, por la polis, por la política. Porque es desde ella donde se construyen las reglas del juego colectivo, y se confunde el bien con las leyes, y se otorgan prioridades que impactan en la opinión.
Necesitamos una gran transformación. “Siempre hay que recomenzar. Tan sólo nuevos comienzos temporales aseguraban una continuación de la regla perpetuamente eterna” sostiene Péguy. Enllaç Empezar siguiendo Santa Teresa de Jesús. “Confianza y fe viva/ mantenga el alma/ que quien cree y espera/ todo lo alcanza”. Empezar con la virtud cantada por Kipling: “Si puedes contemplar, roto, aquello a que has dedicado la vida/y agacharte y construirlo nuevamente…”
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