Pedro Sánchez, en una foto de archivo.
EFE
Es posible que Albert Rivera
esté tan enfrascado en perfilar la estrategia a seguir en esas 24
capitales de provincia y esa media docena de Comunidades Autónomas donde
el diktat de Ciudadanos puede decidir la formación
de Gobiernos municipales o autonómicos de uno u otro signo, que no se
haya parado un minuto a reflexionar sobre el descalabro cosechado por su
partido en Cataluña, el que fuera su originario bastión, además de su
razón de ser. La realidad es que, desde el punto de vista del votante de
C’s y de eso que hemos dado en llamar el constitucionalismo, lo
sucedido en tierras catalanas el pasado domingo fue una desgracia con
ribetes de tragedia. La formación naranja apenas cosechó el 5,11% de los
votos allí emitidos (el 8,2% sumando los logrados por “Barcelona pel
Canvi”, la candidatura de Manuel Valls para
la capital), lo que significa haber perdido el 67,65% del respaldo
logrado en las autonómicas de diciembre de 2017, gloriosa ocasión en la
que la lista encabezada por Inés Arrimadas
se convirtió en la más votada, por delante de las separatistas. En
números redondos, el partido ha perdido más de 930.000 votos de una
tacada. Y si a las europeas nos atenemos, las cifras son todavía peores:
un 73% menos de votos. Desolador panorama.
El coscorrón empezó a labrarse el
23 de febrero pasado, cuando la propia Arrimadas anunció que dejaba
Barcelona para instalarse en Madrid como cabeza de lista a las
generales. “No tenía sentido desaprovechar a una mujer de su valía, y
más con un Parlament cerrado cada dos por tres”. De
allí había salido ya Rivera mucho antes, dispuesto a conquistar el
Gobierno de España a lomos del prestigio cosechado por C’s como única
oposición real al separatismo. De allí ha salido también otro de los más
sólidos valores de la formación, Juan Carlos Girauta. Y de allí ha terminado saliendo, camino a Bruselas, Jordi Cañas,
el hombre que por su brillantez hubiera podido sustituir a Inés como
jefe de filas en Barcelona. Se van por algo tan humano como el cansancio
que produce la brega diaria contra el muro de la sinrazón indepe; se van por la fatiga moral y mental que causa vivir en la dictadura del prusés;
se van por la necesidad de respirar aires de libertad lejos de ese
supremacismo xenófobo que niega incluso la identidad a quienes piensan
distinto. El resultado es que C’s se ha descapitalizado gravemente en
Cataluña, porque la gente que ha quedado al mando no tiene ni de lejos
el nivel de sus predecesores.
Rivera pretendió enmascarar esta huida hacia Madrid con el deslumbrante
fogonazo que en su día supuso el anuncio del fichaje de Valls para
encabezar la lista del partido a las municipales por Barcelona. Nacido
en la ciudad, el ex primer ministro francés parecía el candidato
perfecto para arrebatar la alcaldía al populismo ramplón de Ada Colau
y asestar un golpe de muerte al separatismo arrebatándole Barcelona
para la causa constitucional y europea. El éxito de la operación parecía
asegurado. Es obligado reconocer que quien esto suscribe también picó
ese anzuelo. La más brillante operación que vieron los siglos, fruto del
genio político del gran jefe Rivera, ha devenido, sin embargo, en uno
de los mayores fiascos de los tiempos recientes. Las maniobras del
susodicho nada más ser cooptado ya presagiaban lo peor, al anunciar la
pretensión de construir una candidatura “transversal” que incluyera
gentes de todo el arco ideológico, con la excepción del nacionalismo.
Curioso, a la par que revelador, su intento de huir desde un principio
del cepo de C’s, que era quien le había rescatado de su irrelevancia
parisina.
Los aires de grandeur
del personaje, el infinito ego de un tipo ciertamente brillante, el
izquierdismo de su fondo de armario ideológico –socialista al fin y a la
postre- y, tal vez más importante, el desconocimiento del intrincado
laberinto en que se ha convertido la política catalana y, en menor
medida, española (su incapacidad, por ejemplo, para percatarse de que Abascal se parece a Le Pen
como un huevo a una castaña), han resultado claves en el fracaso del
experimento. Por si fuera poco, se rodeó de gente mediocre, antiguos aides de chambre de Pascual Maragall (caso Xavier Roig o Guillermo Basso),
que se encargaron de aislarle y de ladrar a todo aquel que pretendiera
acercarse con alguna idea digna de ser tenida en cuenta. Había dinerito
en derredor y había que ponerlo a salvo. Su última salida de pata de
banco ha consistido en el ofrecimiento “sin condiciones” de los 6
diputados logrados el domingo para hacer alcaldesa a mestressa
Colau con el respaldo del PSC, un “sin condiciones” que no es
precisamente la mejor forma de iniciar una negociación compleja. Todo
con el loable argumento de impedir que la alcaldía de Barcelona caiga en
manos del separatismo en la persona de Ernest Maragall,
pero obviando la cambiante condición de una mujer acostumbrada a bordar
por la mañana la bandera constitucionalista y por la tarde la
republicana.
Un pan como unas hostias
Hay
quien sostiene que la iniciativa de Valls es “política pura” digna de
la dimensión de un ex primer ministro francés, un gesto de exquisita
estrategia difícil de comprender por la agreste mentalidad
carpetovetónica, y es posible que así sea. Lo que no tiene defensa
alguna es que el personaje haya lanzado su propuesta sin la menor
consulta previa con el partido que lo ha cobijado bajo sus siglas y le
ha proporcionado los votos conseguidos. Del mismo modo, hay quien afirma
que Valls está buscando una excusa para volver a París, se supone que
para imitar a Brassens por los alrededores
del Louvre y pasar después la gorrilla, pero yo creo que están
equivocados. La carrera política del galo es posible que solo haya hecho
que empezar, aunque lo más probable es que sus próximos capítulos se
escriban no en el cuaderno de bitácora de C’s, sino en el del PSC. En
cualquier caso, el personaje no ha perdido el tiempo en Barcelona. Él
mismo anunciaba esta semana su compromiso matrimonial con Susana Gallardo, una de las grandes fortunas catalanas ligada a los laboratorios Admirall. Un auténtico beau mariage.
El
caso es que Ciudadanos podría quedarse con apenas tres concejales en
Barcelona, porque los otros tres (el propio Valls, más los de Eva Parera, ex Unió, y Celestino Corbacho,
otro viejo roquero del PSC), se irían a completar la hipotética mayoría
que haría posible la alcaldía de Colau. El mosqueo de los naranjas con
el francés es de los que hacen época. Albert Rivera ha hecho un pan como unas hostias.
Un duro correctivo para el ego de un personaje al que muchos acusan de
estar “endiosado” y no escuchar más voz que la de sus geniales
“intuiciones”. Lo ocurrido, con todo, podría ser apenas una anécdota si
sirviera para reconocer el destrozo sufrido por la formación en
Cataluña. La triste realidad es que C’s parece haber levantado el campo
en Cataluña, abandonando las posiciones tan trabajosamente conquistadas,
dejando a la intemperie a todos esos catalanes que a la vez se sienten
españoles y que en el pasado reciente vieron en el partido el único
valladar capaz de enfrentarse al rodillo separatista. Parece, en efecto,
que C’s se hubiera olvidado de ellos para simplemente colocarse en
Madrid y Bruselas, dispuestos todos a vivir de espaldas a la cruel
realidad de la ausencia de democracia que hoy distingue a la Generalitat
en manos del separatismo. ¿Realmente ha “huido” Ciudadanos de Cataluña?
Nadie puede sustituir a Inés en Barcelona
Reconocer
el destrozo, desde luego, pero, más importante aún, tomar las medidas
pertinentes para ponerle remedio. Rivera, en efecto, debería parar
máquinas y reflexionar sobre el desastre estratégico que para C’s, pero
sobre todo para España, podría suponer su “retirada” de Cataluña, en
tanto en cuanto esa pérdida de liderazgo en la política y la sociedad
catalanas se traduce en una paralela pérdida de posiciones del
constitucionalismo en la región. Resulta difícil imaginar que C’s pueda
un día hacer realidad su sueño de gobernar en España renunciando a ser
fuerte en su originario bastión catalán. “Lo ocurrido en Cataluña era
esperable, ¿o es que acaso la abrupta marcha de la líder de la oposición
iba a provocar una oleada de entusiasmo entre el electorado
constitucionalista?”, aseguran en el partido naranja. “Queda reconocer
el error y obrar en consecuencia. ¿Quién podría enderezar la nave del
partido en Cataluña? Solo alguien con mucho tirón y mucha autoridad
moral, y ese alguien por el momento no existe, porque es muy difícil
encontrar una persona con el ascendiente de Inés para acometer ese
trabajo. Habrá que buscar un mirlo blanco, que seguro que existe”.
Ocurre
que ahora mismo ni C’s ni Rivera están en situación de abordar ese
problema, por importante que sea. Está en juego el reparto de poder en
Autonomías y capitales de provincia, y son muchos los que reclaman su
parte del pastel. Se juegan varias partidas simultáneas que reclaman una
ajustada utilización del bargaining power del
partido y una sabia administración de los tiempos. Y que exigen, como
primera providencia, no enseñar las cartas gratuitamente a las primeras
de cambio como ha hecho Valls en Barcelona. Lo mismo vale para apoyar o
no la formación de un Gobierno Sánchez, que
en realidad es el auténtico premio gordo de la lotería que bajo la mesa
se sortea estos días en Madrid. Sobre Rivera y los suyos llueven los
consejos de sabios columnistas prestos a dar lecciones sobre lo que debe
o no hacer y con quién puede o no pactar. En general, aconsejan pactar
con Sánchez. Resulta que C’s no puede sentarse con Vox, pero Sánchez
puede hacerlo tranquilamente con bildutarras, separatistas y
bolivarianos. Olé. Se trata de rescatar a Sánchez de la pesadilla que se
encontró sobre su mesita de noche al despertar de la frívola borrachera
del 28 de abril: que su posición sigue siendo tan frágil e inestable
ahora como lo era antes de las generales. Y que la repetición de
elecciones no está lejos. Salvar al soldadito Sánchez. ¿A cambio de qué?
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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