El mejor historiador del espionaje contemporáneo, Ben Macintyre, se ocupa de la increíble historia de Oleg Gordievski en su nuevo libro, 'Espía y traidor'
Cuando el coronel Oleg Antoniévich Gordievski aterrizó en Moscú el 18 de mayo de 1985 se hallaba en la cúspide de su carrera. Acababa de ser nombrado jefe de la embajada del KGB
en Londres, donde residía y ejercía como espía, y regresaba a la URSS
para ser oficialmente confirmado en su cargo por el director de la
organización. Entrenado para detectar riesgos, se inquietó al comprobar
que las medidas de seguridad del aeropuerto moscovita eran superiores a
las habituales pero no tuvo ninguna problema para salir de allí y llegar
a su domicilio familiar que no pisaba desde enero. Al meter la llave en
la cerradura, le dio un vuelco el corazón. El tercer
pasador que nunca utilizaban, del que de hecho ni siquiera tenían
llave... ¡estaba cerrado! Alguien había allanado su domicilio con una
llave maestra. El KGB lo vigilaba y sólo podía haber una razón: habían
descubierto que espíaba a los suyos para el MI6 británico hacía más de
doce años.
Ahora, el mejor historiador del espionaje contemporáneo, Ben Macintyre (Oxford, 1963), se ocupa de la increíble historia de Oleg Gordievski en su nuevo libro, 'Espía y traidor', que publica esta semana Crítica. Según el autor, "el agente que respondía al nombre en clave de NOCTON había demostrado ser uno de los espías más valiosos de la historia. La inmensa cantidad de información que recababa para sus jefes británicos había cambiado el curso de la Guerra Fría y desenmascarado a redes de espías soviéticos, lo que contribuyó a evitar una contienda nuclear y proporcionó a Occidente información única sobre la mentalidad del Kremlin durante un periodo sumamente peligroso en el escenario internacional. Ronald Reagan y Margaret Thatcher habían sido informados de los extraordinarios secretos proporcionados por el espía ruso, aunque ni el presidente estadounidense ni la primera ministra británica conocían su verdadera identidad. Ni siquiera la joven esposa de Gordievski estaba al tanto de su doble vida".
Ahora el MI6 debía lograr una proeza nunca intentada, un último recurso desesperado: exfiltrar a un agente desde la propia URSS, sacar a Gordievski de territorio soviético y llevarle a un lugar seguro. Y todo ello sin conocer aún un dato clave: ¿quién lo había delatado?
"Si Gordievski podía alertar a la oficina del MI6 en Moscú de que necesitaba escapar; si podía llegar hasta un punto de encuentro situado cerca de la frontera finlandesa sin que lo siguieran; si un coche diplomático conducido por un agente del MI6 podía dar esquinazo al KGB el tiempo suficiente; si Gordievski podía esconderse adecuadamente en el vehículo; y si los guardias fronterizos soviéticos se adherían a la convención diplomática y los dejaban pasar sin investigarlos... tal vez podría huir a Finlandia (donde, aún así, podía ser detenido por las autoridades del país y devuelto a Rusia)".
Pero hacía falta un aviso, una señal, algo que indicara a los británicos que Gordievski estaba en peligro. Porque en Moscú todos los teléfonos estaban pinchados, todos los encuentros, vigilados. Finalmente quedaron en lo siguiente. Todos los martes a las 19.30 sin excepción, un agente echaría un vistazo en la avenidad Kutz, al oeste del río Moscova, comprobando si a la puerta de una panadería bajo el Hotel Ucrania se hallaba un hombre sosteniendo una bolsa de plástico del supermercado inglés Safeway. Cuando lo viera, el agente del MI6 debía pasar junto a él comiendo una chocolatina Kit Kat o Mars. Y, en ese momento, se activaría el plan de fuga.
Nadie pensaba que semejante plan enloquecido bautizado con el nombre en clave de PIMPLICO fuera a ponerse nunca en marcha. Aún así, el diligente servicio de espionaje británico mandó a un hombre a inspeccionar aquella panadería moscovita todos los martes desde 1978 y durante nada menos que ocho años. Hasta que, una tarde de julio de 1985, un hombre de mediana edad y traje gris estaba allí esperando. Sujetaba con su mano una bolsa de Safeway.
Los mastodónticos servicios de espionaje rivales se jugaron la Guerra Fría en una crucial partida de ajedrez que duró casi medio siglo
"¿Por qué se dedica la gente al espionaje? ¿Por qué renunciar a la seguridad de la familia, los amigos y un trabajo fijo por el arriesgado y tenebroso mundo de los secretos? Y, sobre todo, ¿por qué se uniría alguien a un servicio de espionaje para luego mostrar lealtad al oponente?" Responde Macintyre que "hay espías de muchos tipos. Algunos se ven motivados por la ideología, la política o el patriotismo. Un sorprendente número de ellos actúa por avaricia, ya que las recompensas económicas pueden ser atractivas. Otros se sienten atraídos por el sexo, los chantajes, la arrogancia, la venganza, la decepción o la peculiar superioridad y camaradería que confiere el secretismo. Algunos tienen principios y son valientes. Otros son codiciosos y cobardes".
DANIEL ARJONA Vía EL CONFIDENCIAL
Ahora, el mejor historiador del espionaje contemporáneo, Ben Macintyre (Oxford, 1963), se ocupa de la increíble historia de Oleg Gordievski en su nuevo libro, 'Espía y traidor', que publica esta semana Crítica. Según el autor, "el agente que respondía al nombre en clave de NOCTON había demostrado ser uno de los espías más valiosos de la historia. La inmensa cantidad de información que recababa para sus jefes británicos había cambiado el curso de la Guerra Fría y desenmascarado a redes de espías soviéticos, lo que contribuyó a evitar una contienda nuclear y proporcionó a Occidente información única sobre la mentalidad del Kremlin durante un periodo sumamente peligroso en el escenario internacional. Ronald Reagan y Margaret Thatcher habían sido informados de los extraordinarios secretos proporcionados por el espía ruso, aunque ni el presidente estadounidense ni la primera ministra británica conocían su verdadera identidad. Ni siquiera la joven esposa de Gordievski estaba al tanto de su doble vida".
Ahora el MI6 debía lograr una proeza nunca intentada, un último recurso desesperado: exfiltrar a un agente desde la propia URSS, sacar a Gordievski de territorio soviético y llevarle a un lugar seguro. Y todo ello sin conocer aún un dato clave: ¿quién lo había delatado?
La bolsa de Safeway
La huída de Gordievski había sido planeada ya por el MI6 en 1978 por petición propia del espía, muy preocupado por su seguridad. Era una operación teóricamente factible pero extraordinariamente compleja. Macintyre recuerda en su libro que en los 80 la Unión Soviética se alzaba aún como una enorme prisión que encarcelaba a 280 millones de personas rodeadas por unas fronteras impermeables y con más de un millón de agentes ejerciendo de carceleros e informantes. Fue la brillante Veronica Price, del departamento del bloque soviético del MI6 londinense que funcionaba con discreción máxima en Century House, la encargada de trazar el plan, un plan precario, agujereado por condicionantes y muy peligroso que el autor del libro resume así:"Si Gordievski podía alertar a la oficina del MI6 en Moscú de que necesitaba escapar; si podía llegar hasta un punto de encuentro situado cerca de la frontera finlandesa sin que lo siguieran; si un coche diplomático conducido por un agente del MI6 podía dar esquinazo al KGB el tiempo suficiente; si Gordievski podía esconderse adecuadamente en el vehículo; y si los guardias fronterizos soviéticos se adherían a la convención diplomática y los dejaban pasar sin investigarlos... tal vez podría huir a Finlandia (donde, aún así, podía ser detenido por las autoridades del país y devuelto a Rusia)".
Pero hacía falta un aviso, una señal, algo que indicara a los británicos que Gordievski estaba en peligro. Porque en Moscú todos los teléfonos estaban pinchados, todos los encuentros, vigilados. Finalmente quedaron en lo siguiente. Todos los martes a las 19.30 sin excepción, un agente echaría un vistazo en la avenidad Kutz, al oeste del río Moscova, comprobando si a la puerta de una panadería bajo el Hotel Ucrania se hallaba un hombre sosteniendo una bolsa de plástico del supermercado inglés Safeway. Cuando lo viera, el agente del MI6 debía pasar junto a él comiendo una chocolatina Kit Kat o Mars. Y, en ese momento, se activaría el plan de fuga.
Nadie pensaba que semejante plan enloquecido bautizado con el nombre en clave de PIMPLICO fuera a ponerse nunca en marcha. Aún así, el diligente servicio de espionaje británico mandó a un hombre a inspeccionar aquella panadería moscovita todos los martes desde 1978 y durante nada menos que ocho años. Hasta que, una tarde de julio de 1985, un hombre de mediana edad y traje gris estaba allí esperando. Sujetaba con su mano una bolsa de Safeway.
¿Quién querría ser espía?
No adelantaremos al lector el final de la historia, la descripción de la casi imposible fuga, los sobresaltos de última hora... todo ello digno de la más emocionante novela de espías. Baste decir que Ben Macintyre narra la historia de este 'Kim Philby a la inversa' con conocimiento y garra, alternándola con la descripción detallada, casi geografica, del choque de los mastodónticos servicios de espionaje rivales que se jugaron la Guerra Fría en una crucial partida de ajedrez que duró casi medio siglo. Operaciones encubiertas, ministros laboristas a sueldo de Moscú, traidores de uno y otro bando por idealismo, venganza, espíritu aventurero o sencillamente para costear amantes increíblemente exigentes (como el estadounidense de la CIA Aldrich Hames, el hombre que traicionó a Gordievski entre muchos otros). Y una pregunta que sobrevuela todo el libro: ¿quién querría ser espía?Los mastodónticos servicios de espionaje rivales se jugaron la Guerra Fría en una crucial partida de ajedrez que duró casi medio siglo
"¿Por qué se dedica la gente al espionaje? ¿Por qué renunciar a la seguridad de la familia, los amigos y un trabajo fijo por el arriesgado y tenebroso mundo de los secretos? Y, sobre todo, ¿por qué se uniría alguien a un servicio de espionaje para luego mostrar lealtad al oponente?" Responde Macintyre que "hay espías de muchos tipos. Algunos se ven motivados por la ideología, la política o el patriotismo. Un sorprendente número de ellos actúa por avaricia, ya que las recompensas económicas pueden ser atractivas. Otros se sienten atraídos por el sexo, los chantajes, la arrogancia, la venganza, la decepción o la peculiar superioridad y camaradería que confiere el secretismo. Algunos tienen principios y son valientes. Otros son codiciosos y cobardes".
DANIEL ARJONA Vía EL CONFIDENCIAL
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