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domingo, 9 de junio de 2019
Lo que realmente une a Rivera, Iglesias y Abascal
Hoy, incluso, se da la paradoja, de
que tanto Vox como Podemos, que iban a cambiar el sistema político, van
mendigando por las esquinas un puesto en cualquier administración
Santiago Abascal, Pablo Iglesias y Albert Rivera. (EC)
La ventaja de que la política española vaya tan deprisa es que, ni siquiera, existe la necesidad de acudir a la hemeroteca para recordar efemérides.
El nacimiento de Ciudadanos,
como se sabe, se produjo hace apenas 14 años a partir de un primer
manifiesto fundacional en el que participaron intelectuales como Félix de Azúa,Albert Boadella, Francesc de Carreras, Arcadi Espada, Teresa Giménez Barbat, Félix Ovejero, Xavier Pericay, Horacio Vázquez Rial o Carlos Trías.
Ninguno
tiene hoy presencia —ni influencia— en los órganos de dirección de
Ciudadanos. Y la mayoría, incluso, cuestiona seriamente la deriva
política de Albert Rivera, que ha pasado de situarse en el centro izquierda con la intención de convertirse en partido bisagra
para favorecer la gobernabilidad del país, a ser un partido que compite
directamente con Vox y el Partido Popular tras escorarse hacia la
derecha (antes se definía como socialdemócrata).
Como ha publicado 'La Vanguardia', algunos de esos intelectuales y activistas, que confluyeron para alzarse contra el pujolismo y
el ambiente opresor del nacionalismo, se reunieron hace unos días en el
hotel Alma de Barcelona como acto de desagravio hacia la ya
exeurodiputada Teresa Giménez Barbat, que no ha renovado su acta porque
la dirección de Ciudadanos decidió que había que buscarle sitio a dos
tránsfugas del PSOE y del PP, Soraya Rodríguez y José Ramón Bauzá.
El caso de Podemos es, igualmente, significativo. Nació hace apenas cinco años, en marzo de 2014, para articular políticamente la indignación de muchos ciudadanos encolerizados por la corrupción política y por una manera de enfrentarse a la crisis que priorizó los recortes en algunas políticas públicas esenciales, como la sanidad o la educación. Algoque necesariamente afectó en mayor medida a quienes eran más dependientes de los poderes públicos.
La izquierda de la izquierda
Fruto de aquel movimiento, nació Podemos, que apenas unos meses después de su fundación —y con la única imagen de Pablo Iglesias
como reclamo electoral— se presentó a las elecciones europeas
obteniendo un notable resultado, lo que le convirtió, de hecho, en el
referente de la izquierda a la izquierda del PSOE. Como se sabe,
prácticamente ninguno de sus fundadores está hoy en la dirección de
Podemos y, como en el caso de Ciudadanos, sus antiguos dirigentes son
muy críticos con la deriva de la formación morada. No solo por razones
ideológicas; sino, también, por motivos organizativos.
El nacimiento de Vox
se produjo a finales de 2013 como una escisión del Partido Popular, a
quien sus fundadores acusaban de haber abandonado muchos de sus
principios. El manifiesto fundacional de Vox, de hecho, presenta
al partido de Abascal como un proyecto político para "la renovación y el
fortalecimiento de la vida democrática española ante la degradación de
la España constitucional".
Pablo Iglesias y Pablo Echenique este sábado en el Consejo Ciudadano Estatal de Podemos. (EFE)
Hoy, sin embargo, y tras su éxito en Andalucía, Vox busca un lugar al sol pactando con la célebre 'derechita cobarde'
y queriendo ser parte del sistema, lo que le ha llevado a buscar
alianzas, precisamente, con los partidos de esa España que Abascal dice
que es corrupta y hasta degenerada.
Hoy, incluso, se da la paradoja, de que tanto Vox como Podemos, que iban a cambiar el sistema político, van mendigando
por las esquinas un puesto en cualquier administración, mientras que
Ciudadanos, que nació para regenerar, primero Cataluña, y luego España,
lo que busca es simplemente liquidar a Casado y lograr la
hegemonía en el centro derecha. Ya ni se acuerda de cuando decía que
había que devolver las competencias de sanidad y educación a la
administración central.
De arriba abajo
Dos cosas unen a los tres partidos. En primer lugar, su interés inicial en renovar el sistema político mediante un procedimiento de elección de líderes democrático, de abajo a arriba, y no de arriba abajo,
mediante primarias que, necesariamente, debían ser ajenas a los
dirigentes de los partidos. En los tres casos, sin embargo, parece
evidente que se ha impuesto el dedazo a la hora de elegir los
candidatos. Entre otras cosas, porque el peculiar sistema de primarias
español nada tiene que ver con el original, que se basa en que cualquier
ciudadano puede participar en el proceso de selección de líderes
siempre que cumpla unos determinados requisitos, lo que es muy distinto a
un proceso selectivo interno tutelado por la dirección del partido.
A
los tres partidos, igualmente, les une que han envejecido
prematuramente porque ellos mismos, en un error de adolescentes
políticos, se han creado falsas expectativas electorales imposibles de cumplir. Pensando que podían superar a los viejos partidos pese a no contar con una estructura territorial suficiente que tanto el PP como el PSOE han consolidado durante décadas durante la hegemonía del bipartidismo.
Los nuevos partidos han tendido a mimetizarse con los viejos, repitiendo sus tics y su forma de enfrentarse a los problemas
Esta realidad puede reflejar cierta impericia de novato, pero también una excesiva ambición política, en el sentido más negativo del término, que tiene que ver con el ego y hasta con la soberbia.
En lugar de elaborar una estrategia a largo plazo se ha preferido
forzar la máquina aún a costa de su propia ideología fundacional.
Existe, sin embargo, un factor mucho más preocupante. Los nuevos partidos han tendido a mimetizarse
con los viejos, repitiendo sus tics y su forma de enfrentarse a los
problemas. Unas veces creando otros más relevantes, aunque no
observables a corto plazo, pero sí a largo; y, en otras ocasiones, no
enfrentándose a la realidad de cara, lo que es síntoma inequívoco de
cierta inmadurez. Algo que explica esa obsesión por las líneas rojas, inexplicables en términos de gobernabilidad.
Las arrugas de la política
Si
la política es transformar la realidad, como se proclama, ello exige
romper huevos para hacer una tortilla, lo cual, necesariamente, tiene un
coste. Se ha optado, por el contrario, por aceptar solo la cara amable de la política, pero huyendo de la toma de decisiones comprometidas que muchas veces desgastan, y hasta desgarran, y te enfrentan a las contradicciones, pero que son necesarias para que el país funcione.
Esta
instrumentalización de la cosa pública en beneficio propio —los
intereses particulares prevalecen sobre los generales— tiene mucho que
ver con la esencia de eso que se ha llamado la nueva política, muy
volcada a las redes sociales y a los sistemas de representación basados
en la imagen, lo que convierte a la política en una pasarela
presuntamente de éxito que oculta las arrugas de la sociedad, que existen. Y en política, como en la vida, hay que tomar decisiones que los electores, a veces, no entienden, pero que son necesarias para que el sistema no colapse.
Ese es el cortoplacismo que mata la política y que hace que muchos problemas se pudran y vayan engordando hasta convertirse en una pesadilla: la cuestión catalana, las pensiones, los escasos avances en productividad, la puesta al día de la arquitectura institucional del Estado o el peso del sector público
en la economía son algunos de esos asuntos que exigen compromiso en
lugar de estar pendientes de las encuestas o del qué dirán. Por eso,
envejecen de forma prematura, porque no son útiles. Venían a cambiar el
mundo, pero los que han cambiado son ellos.
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