Simpatizantes de Hillary Clinton en la noche electoral. EFE
Hay científicos sociales –“expertos” los llaman algunos– que creen que analizar la vida política consiste en encajonarla en sus preceptos teóricos, cuando es justamente al revés. Los “expertos” se han instalado en un cientificismo prepotente, de oráculo, que les priva de autoridad. Y sin autoridad no hay influencia ni persuasión. Viven en un confortable paradigma economicista y seudocientífico que la gente coloca como parte del discurso oficial, como si se tratara de un anuncio de la Agencia Tributaria.
Los expertos claman su verdad, eso que las personas deberían votar atendiendo a los números, incluso a las emociones. En el fondo viene a ser una de las taras que creó la Ilustración, que siguió el liberalismo, y que la izquierda, siempre ingeniera social, apunta como clave de transformación social: la educación entendida como adoctrinamiento. De esta manera, para esos analistas la información debería generar una opinión pública que guiara la democracia. Es el viejo proselitismo evangelizador, de vanguardia iluminada, tan propio del materialismo histórico: “Hemos encontrado –decían-, los mecanismos sociológicos de la Historia, y sabemos cuál es el futuro. El que así no lo vea está equivocado”. Perfecto, pero la sociedad va por otro lado, como ha hecho siempre.
El que no haya estudios o evidencias empíricas que demuestren lo político no significa que no exista o sea inexplicable, sino que el analista está anticuado o equivocado. Por ejemplo, la creencia de que el elector se nutre de información objetiva es desconocer al ser humano, al receptor y al emisor. Ese desfase entre lo que debería ser –hacer caso a los “expertos” – y lo que es –cada individuo piensa y hace lo que quiere o puede–, es el motivo por el que los analistas fallan cada vez más en las encuestas y en sus predicciones. Es más; como esa guía intelectual de la gente en democracia no funciona, como los expertos no pastorean a la masa, los “expertos” lo llaman “problema”.
Estamos, como escribí, en la segunda rebelión de las masas. Los parámetros para analizar el presente han cambiado, y los analistas que siguen el paradigma imperante no se han percatado. La interpretación del mundo, la cultura política, las prioridades, los valores, y el sentimiento identitario están cambiando. Lo existente se derrumba, y con él la vieja élite. Los populismos –hablemos en plural si queremos ser correctos- son una consecuencia de la dictadura del consenso socialdemócrata; ese mismo que ilumina el paradigma analítico de esos “expertos”. Por eso no aciertan nunca.
Esos populismos surgen del mismo sistema que se está desmoronando, como hace cien años. No tener en cuenta la perspectiva histórica, asunto que estos expertos desprecian, lleva a errores. En el Occidente de comienzos del siglo XX se desplomaron los parámetros que servían para entender la vida cotidiana. Surgieron nuevos paradigmas, otros conceptos de lo político y de la Política, al tiempo que las masas lo inundaban todo. Pero junto a esto surgió una nueva élite con un lenguaje distinto y otra “verdad”.
Entonces nadie vio a los “expertos” como un bloque homogéneo que analizara la realidad política para dar un único mensaje que debía seguir la masa como un solo hombre. Los estudios científicos y el empirismo, puesto de moda por el francés Durkheim, padre del positivismo sociológico junto a Comte, hacían lo mismo: establecer una verdad a través de la cuantificación. Fallaron. Por cierto, acertaron más los escritores y periodistas, que muchos sociólogos y politólogos.
La diversidad de expertos era tan grande entonces como evidente el peso de las ideologías y de los intereses personales en sus análisis; como hoy. Ya señaló Ludwig Wittgenstein que no dar importancia al lenguaje utilizado y al omitido por el informador suponía engañarse. De esta manera, muchos analistas actuales no construyen una “verdad”, sino un relato de corrección política que cansa de tantas veces oído.
Lo chusco es el espectáculo de los “expertos” despreciando a las personas que no actuaron en las urnas como ellos indicaron, y que no siguieron sus indicaciones para que ganara “lo políticamente correcto”; sí, eso que su ciencia indicaba como lo mejor. Entonces lo califican de “problema social”, y dicen que la gente no piensa, que solo siente y es ignorante, y que es manipulable –lo que es curioso porque es justamente lo que pretendía hacer el “experto”-. En ese momento dicen lo de que “hay que hacer pedagogía”, o que informaciones falsas procedentes de oscuros conciliábulos manejaron las conciencias del noble vulgo.
Sin embargo, cuando las encuestas fallan y los expertos no aciertan, sino que opinan para influir, hay algo que funciona mal. No se han dado cuenta de que la “espiral del silencio” de la que hablaba Noelle-Neumann, por la que la minoría callaba ante la dictadura de la mayoría, se ha invertido. Que aquello que Ginsberg denominaba “domesticación” del “público cautivo”, ya no está claro. Hay una corriente cada vez mayor de rechazo a ese dictado de la verdad, y los analistas, inmersos en sus teorías perfectas, no se enteran.
JORGE VILCHES Vía VOZ PÓPULI
Magnífico, Gracias Joaquín. Da rabia que con tan buenos análisis y analistas de la realidad social qeu vivimos, sigamos manejados por la partidocracia. Una pena
ResponderEliminarSaludos
@ClavedeSole