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jueves, 1 de diciembre de 2016

LA VISIÓN QUE NOS ESTÁ DESTRUYENDO ( I )




Existe una visión sobre cómo debe ser la vida humana y la sociedad, que nos está destruyendo. La victoria en votos electorales, que no en votantes, de Trump, la frustración y amargura que provoca en sus detractores, la hace emerger con mayor nitidez, porque la tragedia le hace olvidar su camuflaje buenista. Es la crisis de una mirada supremacista. De la misma manera que existe tal cosa desde el punto racial, también se da en el ámbito de ideas. Es aquella que considera toda forma de pensar distinta a la suya como una minusvalía intelectual, incluso moral. Para ella, las personas que votaron a Trump son “basura blanca”, gente sin estudios del cinturón del orín, racistas del KKK, que cuando votaban a Obama o demócrata en general, eran otra cosa, “trabajadores”, o mejor aún, “clase trabajadora”. Es una visión complaciente sin el menor atisbo de crítica hacia sí misma. Ganan porque son mejores y es justo que así sea, y si pierden, carecen de responsabilidad en la derrota, es simplemente que los otros se han equivocado.
Según este punto de vista, resulta que las elecciones presidenciales las ganó la coalición WASP, hombres blancos, anglosajones y protestantes. Mientras que perdió la buena, la “coalición arcoíris”, la formada por las identidades políticas LGBTI, jóvenes, mujeres, latinos y negros. Como segmentación técnica del voto puede ser útil, como visión política de la sociedad, es frentista y mala, porque ignora el elevado número de mujeres y católicos que votaron a Trump, a pesar de su campaña misógina e inmisericorde, y que no resultó marginal el voto latino en muchos estados a pesar de sus amenazas de expulsión en masa.
Para esta visión pretendidamente progresista, las consecuencias de la crisis económica, el abandono por parte del partido demócrata de los intereses de los trabajadores de la industria, las profundas modificaciones en el modo de producción de Estados Unidos, nada tiene que ver con el comportamiento electoral. Se trata de unos paletos sin remedio, lo que demostraría que abundan en los Estados Unidos. Son las “viejas clases medias” “analógicas”, que solo saben mantener relaciones personalizadas locales, “comunitarias”, incapaces de competir en el mundo cosmopolita de la globalización, a diferencia de las nuevas clases “digitales” y “abiertas”, que por descontado votaron por Clinton. Y como sin sonrojo advertía todo un catedrático de sociología de la izquierda española, Enrique Gil Calvo (El País 26 noviembre 2016), esta divisoria no hay que leerla en términos de clase, al modo de Marx, sino en términos de estatus, al modo de Weber.  O sea, que no es una discusión sobre los garbanzos, ni la forma como se distribuye el pastel, como si la posición en la escala social no viniera determinada por la situación económica: un inmigrante árabe es sospechoso excepto cuando es un jeque, entonces pasa a ser un amigo de la familia.
  ¡Ay! el poder de la pasta, que la progresía solo reconoce con significación electoral, cuando los trabajadores les votan a ellos. Cuando no es así, los nobles obreros se convierten en “white trash”, carcomidos por el resentimiento hacia los latinos, los negros y, sobre todo, hacia las mujeres porque se han emancipado. De esta manera, introducen el pretendido “gran conflicto” de nuestra sociedad, el conflicto de género.  Es la respuesta vengativa, escribe nuestro catedrático de sociología Gil Calvo, del resentimiento masculino por el progreso de la mujer. La nueva misoginia generada por el supremacismo masculino. Y toda la cursiva es suya y describe la visión supremacista sobre los votantes de Trump -o sobre quien se tercie y donde se tercie- si no vota por los “suyos”. Quienes no votan en el sentido que ellos señalan son simplemente basura resentida. Es muy difícil hacer política democrática bajo esta forma de pensar.
Obsesionados por sus coaliciones arcoíris, la perspectiva de género para la que la nueva “lucha de clases” no es económica, sino cultural y de estatus, auspician en la práctica el crecimiento de la desigualdad. Sostiene la peregrina teoría de que los intereses de la mujer que limpia habitaciones a 3 euros en los hoteles de cinco estrellas de Barcelona, tiene los mismos intereses que la directora de relaciones del hotel, por ser ambas mujeres, y el enemigo a batir es el patriarcado machista representado por el maletero o el camarero del hotel. Que formidable coartada para no afrontar la desigualdad que ha introducido el Gender
Todo ese “rollo”, no solo ha hundido al liberalismo y a la social democracia que ha caído en su redil, en Europa y a los demócratas en Estados Unidos, sino que nos encamina a una sociedad en manos, de una élite oligárquica y cosmopolita como nunca lo ha estado, y precisamente donde se hace más evidente este cambio es en Estados Unidos. Y donde hay oligarquía, la democracia es un mito, al menos desde tiempos de Aristóteles.


                                                                                                               EDITORIAL de FORUM LIBERTAS

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