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viernes, 16 de diciembre de 2016

LA POLÍTICA Y EL TAMAÑO DE LOS EMBUSTES

En política hay algo peor que el embuste: la ignorancia egoísta de las funciones del oficio, ese mal que afecta a quienes creen que están en el poder por sus muchas gracias, olvidando que siempre tienen algo más que hacer que disfrutar del cargo.



La relación de los ciudadanos con la política está definida por una notable asimetría: a unos pocos les interesa mucho, a muchos no les interesa nada. El interés de los profesionales del ramo está en que esa distribución se mantenga dentro de los límites de lo tolerable, y para ello disponen de diversos recursos de movilización. El desinterés de la mayoría está definido por una convicción escéptica, la de que no se puede hacer nada, y por un deseo no siempre bien expresado: el “que me quede como estoy” característico de las llamadas mayorías silenciosas. Dentro de esos parámetros, cada situación nacional exhibe unas características específicas, de modo que no es lo mismo la sabiduría paciente de los italianos, por poner un ejemplo cercano, que el activismo nórdico o anglosajón, pero algo está cambiando en casi todas partes: crece el descontento con las políticas dominantes, y a eso se le suele llamar, un tanto confusamente, populismo. Hay más cosas, entre el cielo y la tierra, sin embargo, que las que sospecha esa filosofía, como le dijo Hamlet a Horacio.

El bocinazo de Aznar 

Apenas comenzada la legislatura y cuando los observadores complacientes se disponían a maravillarse de las habilidades de la vicepresidenta para reconducir supuestamente la cuestión catalana, lo que no deja de ser un ejercicio de soberbia incompatible con una mínima sabiduría histórica, la nueva Faes ha alzado la voz para recordar un par de verdades que corrían el peligro de acabar en el sumidero de un relato chapucero y absolutamente falso. 
La nueva Faes ha alzado la voz para recordar un par de verdades que corrían el peligro de acabar en el sumidero de un relato chapucero y absolutamente falso
Naturalmente, ese recuerdo elemental, ha producido notable desconcierto a quienes no son capaces de distinguir el acuerdo de la rendición. Se trata, en efecto, de que en el seno del PP hay un conflicto no resuelto y ya muy largo, entre quienes lo dirigen y quienes lo votan. Muchos electores, en franco declive, en cualquier caso, parecen preferir el mal menor del marianismo, a cualquier otra cosa, pero no dejan de sorprenderse de que sus líderes no sepan hacer nada distinto a refugiarse en las posiciones del rival. La gentil Soraya ha dado un mal paso al despreciar la cerrada oposición del partido que la soporta al proceso estatutario puesto en marcha por los desaparecidos Zapatero y Maragall. Si a eso se le añade una política que no ha sabido reducir gastos interesados y que ha metido impúdicamente la mano en el bolsillo de los ciudadanos se hace muy difícil ignorar la existencia de profundas desavenencias en la base política del PP.

La confusión de los relatos

Haber convertido a la política en un género literario tiene sus ventajas, pero, a la postre, puede salir relativamente caro. La izquierda lleva tiempo tratando de buscar en los cielos las narrativas que le permitan recuperar el terreno perdido. Víctima de sus éxitos, no sabe darse cuenta de los problemas que surgen tras sus políticas, especialmente cuando éstas se aplican por el adversario, arte en el que Rajoy ha mostrado una pericia extrema. 
Zapatero buscó su inspiración en las gráciles piruetas de las nubes, en el manoseo de la semántica y en la reescritura de la historia, sin darse demasiada cuenta de que, mientras deliraba, el castillo de naipes se le venía encima con estrépito. Como en el soneto cervantino del valentón, “caló el chapeo, requirió la espada, / miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”, pero eso solo pasa en los poemas. Lo que Zapatero dejó tras de sí se comprende muy bien si se echa un vistazo a las encuestas, o a la cara del pobre Fernández del que se espera que sepa lidiar con un toro muerto.
Andan los del PSOE discutiendo sobre sus esencias porque apenas pueden ya disfrutar de herencia alguna
Andan los del PSOE discutiendo sobre sus esencias porque apenas pueden ya disfrutar de herencia alguna. No es discusión menor y han de hacerla tras haber cometido la mayoría de los errores que se pudieran incluir en la lista de un pesimista, pero mientras sigan creyendo que puedan hallar la solución atendiendo más a los eslóganes que a sus consecuencias seguirán siendo víctimas de esa peculiar irrelevancia que los ahoga.

Podemos y los defectos de los demás

Como la mosca de Voltaire, que creía gobernar el elefante sobre el que caminaba, los podemistas pueden optar por seguir confundiendo el cabreo de los electores con el atractivo de sus ocurrencias, y solo el futuro les dará la respuesta correcta, pero para los que no forman parte de esa secta y no son víctimas de la ilusión del insecto, el tiempo disponible para articular una nueva formación con bases sólidas no es inagotable.
Hay un espacio a la izquierda, no cabe duda alguna, pero no hay oportunidad para el disparate, no a medio plazo, al menos. El espacio de Podemos será una función del que ocupen los socialistas, pero si aspiran a desplazarlos del eje central tendrían que saber hacer bien lo que estos han hecho mal, y no parece que, de momento, estén acertando. Creer que los males que nos afligen se rendirán a políticas que traen desmembramiento, insolidaridad y culto a viejos mitos colectivistas, es un error de bulto, aunque lo cometan quienes han sido acunados escuchando nanas castristas, escraches porteños o villancicos del padrecito Stalin.

Errores y mentiras

Aunque la política se pueda definir en ocasiones como el arte evitar que los perjudicados caigan en la cuenta del timo, las situaciones de crisis no pueden abordarse con mera retórica. El mundo está cambiando de manera inapelable, y ni España está en condiciones de ponerse al pairo, ni Europa puede seguir siendo el refugio en el que se pueda obtener el perdón de errores sin cuento, la madre bienhechora y multimillonaria capaz de olvidar una y otra vez los deslices de sus hijos pródigos.
Los equipos que mandan circunstancialmente en el PP y el PSOE pueden equivocarse muy gravemente si piensan que la cosa se arreglará como tantas veces en el pasado
Ahora se necesitan políticas de verdad, no basta con tratar de seguir estirando el relato de una normalidad que no cumple con ninguna de las exigencias del caso. Los equipos que mandan circunstancialmente en el PP y el PSOE pueden equivocarse muy gravemente si piensan que la cosa se arreglará como tantas veces en el pasado. No será así, y pronto se verá con claridad meridiana.
En política hay algo peor que el embuste: la ignorancia egoísta de las funciones del oficio, ese mal que afecta a quienes creen que están en el poder por sus muchas gracias, olvidando que, más allá de cualesquiera méritos, siempre tienen algo más que hacer que disfrutar del cargo. El embustero sabe, al menos, para qué engaña, pero quienes ignoran lo esencial no pueden hacer otra cosa que agravar el trance. La situación política en la que nos encontramos los españoles es lo suficientemente peligrosa como para que no puedan contemplarse sin enorme temor los gestos de autocomplacencia con que nos castigan quienes gobiernan, ese baile en el Titanic mientras el barco amenaza zozobra por incompetencia.

                                                                J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS  Vía  VOZ PÓPULI


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