Una manera fácil de resumir lo desconcertante que resulta la situación política y su lejanísima relación con la realidad que vive la mayor parte de la sociedad española sería decir que Aznar se distancia del PP, mientras que Zapatero vuelve a ser el talismán de los que quieren arreglar el PSOE sin reconocer lo perdidos que están.
Este desajuste entre el tran-tran del que gustan los políticos al uso y lo que siente y padece el personal de a píe es un rasgo muy común en el mundo contemporáneo, y un factor que no se puede perder de vista a la hora de explicar fenómenos que nadie había previsto.
Política y magia
La influencia de Zapatero está siendo más larga de lo que se hubiera podido imaginar. Tras un primer período de pitorreo por los resultados de sus grandes medidas, parece como si la parte del PSOE que, como el barón de Münchhausen, pretende levantarse de su postración electoral tirándose de sus pelos, creyera que una mezcla adecuada de las poéticas directrices del falso leonés y de cuquería parlamentaria pudiera devolverle a la posición de privilegio que siempre ha tenido como propia. La política tiene siempre un coeficiente de azar, pero esa realidad de lo imprevisible no autoriza a creer en los milagros, ni siquiera a los que aspiran a transformar a Susana Díaz en una especie de Juana de Arco del federalismo.
Rajoy, por su parte, confía en poder restaurar la mayoría perdida a base de esa mezcla tan personal de impavidez e insignificancia, y parece creer que, pese a haber abandonado cualquier especie de activo político distinto al miedo inducido, podría llegar a ser el líder natural de una nueva mayoría sin fundamento alguno a base de seguir subiendo impuestos y poner cara de que lo hace sin ninguna gana.
Son dos formas distintas de creer en que, por razones tan arcanas como inexplicables, los electores españoles volverán de nuevo a votar más de lo mismo… y, aunque podrían estar en lo cierto, no es este el momento más adecuado para creerlo, porque un porcentaje realmente alto de electores les ha abandonado y es muy difícil imaginar mayoría alguna sin conseguir el retorno de esos exiliados.
¿Nuevos partidos?
La situación es tan distinta al mar calmado que, efectivamente, se ha dado lugar a la aparición de nuevas fuerzas con un cierto grado de pujanza y madurez. El panorama es bastante distinto si se mira desde la derecha o desde la izquierda. En la derecha no ha habido oportunidad de desafiar seriamente el poderío del PP de Rajoy, mientras que Podemos sí se ha convertido en una amenaza grave para la subsistencia el PSOE. El caso de Ciudadanos es muy peculiar porque, y en eso coincide con Podemos, se ha edificado a lomos de los errores ajenos, sin atreverse a proclamar otro mensaje político que la obviedad de que hay que hacer bien lo que otros hacen mal, no ser corruptos, ser civilizados, mucho dialogar, no excluir, la caraba de la corrección política, aunque, justo es reconocerlo, con el mérito indiscutible de haber empezado a despuntar en tierras especialmente hostiles, como hace un par de días recordaba aquí mismo Juan Carlos Bermejo.
Es muy probable que Ciudadanos haya perdido la oportunidad de ser un partido autónomo y de brillante porvenir, al no saber apropiarse del bagaje de UPyD, error en el que tuvo ilustrísimas ayudas, y, algo después, al no atreverse a explotar a fondo el interesante amago de coalición suscrito con el difunto Sánchez: ya se verá, pero si hacer un partido nuevo es tarea difícil, pretender hacerlo sin lugar propio, al albur de los corrimientos de otros, bordea el disparate. A estas alturas, su empeño en decir que es más liberal que socialdemócrata parece claramente insuficiente, y puede que sirva para demostrar que no es ni lo uno ni lo otro, lo que unido a su bisoñez parlamentaria y a su ridículo empeño en corregir y blanquear a Rajoy lo puede acabar relegando al limbo al menor descuido.
¿Tiene porvenir el aznarismo?
El desmarque definitivo de Aznar respecto a lo que actualmente es el PP, al tiempo que hace un guiño de gratitud y complicidad a los militantes y a sus electores, apunta en una dirección muy distinta a la de cualquier autocomplacencia. Aznar certifica lo que nadie puede negar, que este PP que ha servido para prorrogar el rajoyismo tiene muy poco que ver con lo que Aznar pretendía. El expresidente es para una gran parte de la izquierda una especie de monstruo al que atribuyen toda clase de males, desde el separatismo hasta la escarlatina, y, por ello mismo, no es alguien que deje indiferente a la mayor parte de los votantes del PP del pasado y de ahora mismo.
El giro aznarista es la prueba del nueve de que, por mucho que Rajoy y los abundantes medios que trabajan para Soraya se empeñen en ocultarlo, no todo es aquiescencia política con el rajoyismo entre los electores del PP. Aunque no suela subrayarse, la mayoría política de la derecha se ha construido a base de sumar en un único partido tendencias políticas diversas, y ahí ha residido la ventaja conservadora frente a una izquierda todavía dividida por la persistencia del mito revolucionario, por el insólito y permanente blanqueamiento de los sepulcros del comunismo.
Lo insólito del rajoyismo es que haya decidido ampliar ese capital político a base de ser una especie de ala conservadora y tecnocrática de la socialdemocracia en periodo de universal decaimiento, convencido de que en la derecha prevalecería el reflejo autoritario del “prietas las filas” y el vago aroma de la tecnocracia desarrollista y funcionarial que se ha hecho con las riendas del partido. Pero eso ha dejado ya de ser así, y el paso dado por Aznar no puede conducir a otra cosa que a un debate de fondo en la derecha, a un fortalecimiento de su elemento liberal y a la formulación de planes políticos precisos, mucho más allá del “esto es lo que hay”, la “normalidad” y el “sentido común” con los que se ha pretendido caracterizar una política que niega cualquier clase de libertad, que ahoga cualquier iniciativa, y que promueve la sumisión al Estado y a las políticas de narcotización como dogma compartido con la izquierda declinante.
La dificultad no está en el proyecto sino…
Poner en píe una derecha distinta será una tarea titánica, y no es fácil recomendar la estrategia adecuada para el éxito, ni adivinar el momento, pero toda tarea, por hercúlea que parezca, comienza con un primer paso. Lo que más puede favorecerlo es la evidente crisis del bipartidismo residual, una crisis que puede acabar llevándose por delante al PP de Rajoy, del mismo modo que puede sepultar definitivamente las posibilidades de un PSOE que meramente pretenda vivir del equívoco prestigio de su pasado. Ambos partidos van a tener oportunidades de recomponerse, y, más aún, de redefinirse, de cambiar, y es evidente que no estaría nada mal que pudieran hacerlo tras la cura de humildad que les debiera procurar su desprestigio y la displicencia ciudadana.
Con una cultura política distinta a la que es común entre nosotros, me parece obvio que ambas recomposiciones podrían ser llevadas a cabo con éxito. El PSOE tiene la ventaja de ser una organización más capilar que el PP y mayor capacidad de debate, pero se sigue negando a someter a discusión lo que es la causa de sus males, esa mezcla deletérea de su confusión con los nacionalismos de cualquier especie y su mala digestión de las transformaciones que necesita una izquierda. El PP, por el contrario, carece de cualquier capacidad de debate, pero, a cambio, tiene quien le puede plantear una alternativa en términos lo suficientemente claros, y habrá de decidir entre agotarse y desaparecer o refundirse y refundarse en un partido liberal y democrático de verdad, lejos de esa mezcla entre secta y escalafón en que se ha acabado convirtiendo.
El lector, siempre improbable, me excusará si acabo confesando que, en el día en que tantos celebran como niños los regalos de una de las oficinas siniestras de Montoro, soy muy consciente de que sería necesaria la aparición y el éxito de un ciudadano más consciente de que el festival público se paga con su bolsillo, más amante de la virtud ciudadana, más dispuesto a reconocer las necesidades y derechos de los demás, y determinado a respetar la ley, y no únicamente cuando le convenga. La izquierda y el PP de Rajoy han fomentado la ilusión de una gran mentira que produce efectos implacablemente adormecedores de la responsabilidad individual, del valor de la libertad individual, de la bondad de la competencia. Es hora de que una mutación política, tras décadas de persistir en los mismos tópicos, pueda alumbrar un horizonte de nuevas esperanzas. Puede pasar, pero no es seguro que alcancemos a lograrlo.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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