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jueves, 29 de diciembre de 2016

EL CHANTAJE INSTITUCIONALIZADO

Estamos en los albores del final de una era basada en la deuda privada como motor de crecimiento y prosperidad. La adición a la deuda ya no crea crecimiento; todo lo contrario, el servicio de la deuda resta crecimiento potencial.
El ministro de Economía, Luis de Guindos, junto a la presidenta del FMI, Christine Lagarde. EFE

La superclase no cede. Ya han visto cómo se las gastan por estos lares. Lo antepenúltimo, el recibo de la luz; lo penúltimo, el rescate de las autopistas privadas. Y detrás el apoyo inquebrantable del brazo político del régimen, esa mezcla viscosa entre conservadores, social-liberales y liberales. De vez en cuando notas de teatro Barroco, hay que aparentar que se hace algo por una ciudadanía desnortada. Pero de fondo, nada destacado, se mantienen e incluso se mejoran los privilegios de los de siempre, base de una desigualdad creciente. Y para su regocijo un Podemos con gestos de vieja política donde algunos no dudan en aplicar las correspondientes purgas para colocar a los suyos. Un panorama desolador. Pero, a pesar de eso, déjenme soñar.
Al distorsionar la asignación de recursos para el beneficio de algunos, la búsqueda de rentas no sólo fomenta la desigualdad, sino que también ahoga el crecimiento
En el trasfondo de todo, una desigualdad profundamente desestabilizadora, autodestructiva, que no deja de aumentar aquí y allá. Detrás de tales diferencias no existe ningún proceso de destrucción creativa “a la Schumpeter”. Las desigualdades son fruto de ciertos privilegios que aportan beneficios, riqueza y poder. Esos privilegios se han ganado en base a favores, a la actuación de lobbies, de rentistas, con la connivencia del entramado institucional. Al distorsionar la asignación de recursos para el beneficio de algunos, la búsqueda de rentas no sólo fomenta la desigualdad, sino que también ahoga el crecimiento. Y para ello se necesita el apoyo de un relato económico que lo justifique, la ortodoxia neoclásica. La búsqueda de rentas que ahogan el crecimiento toma muchas formas, desde transferencias ocultas, pasando por subsidios del gobierno a grupos de presión, leyes que favorecen los oligopolios y una aplicación laxa de leyes de competencia.
El privilegio es desestabilizador. Reduce la productividad, genera incentivos perversos y alimenta la injusticia social. La innovación y la competencia son amenazas a los monopolios privilegiados y, por lo tanto, son suprimidas. Debemos desmantelar todos esos privilegios institucionalizados que se apropian de nuestras rentas. Despojado de su esencia, el privilegio no es otra cosa que el chantaje institucionalizado. Por eso, la única manera de revertir la creciente desigualdad es erradicando su fuente: el privilegio que los buscadores de rentas han conseguido.

Un halo de esperanza

Hay un halo de esperanza. La superclase lleva tiempo sumida en profundas contradicciones. Han generado un sistema perverso, intensamente destructivo, con horribles incentivos para la depredación, la explotación y el fraude. Está claro que caerá. El problema es cómo y cuándo. En el peor de los casos acabará en un escenario similar a la trilogía de los Juegos del Hambre, con todas sus consecuencias. Pero caerá.
Mientras que las corporaciones se volvían más políticas, el Estado se orientaba cada vez más hacia el mercado
Para poder mantenerse en una situación como la actual, donde las contradicciones son evidentes, las élites no dudan en manipular y enfangar hasta los conceptos más románticos de la sociedad para su beneficio. Ello ha sido posible, y es posible aún, por el uso y abuso de cuatro elementos clave: educación, escuelas de pensamiento, medios de comunicación y lenguaje. Con estos mimbres el poder corporativo se despojó de su identificación como fenómeno puramente económico y se transformó en una coparticipación globalizadora con el Estado. Mientras que las corporaciones se volvían más políticas, el Estado se orientaba cada vez más hacia el mercado. Como resultado, la represión y la depredación por parte del Estado y sus socios corporativos.
A fecha de hoy es poco probable pensar que nuestro gobierno y el resto de gobiernos, democráticos o no, se atrevan, parafraseando al gran Franklin Delano Roosvelt, a luchar contra los monopolios empresariales y financieros, la especulación, la banca insensible, los antagonismos de clase, el sectarismo, los intereses bélicos. Al revés, son copartícipes del gobierno del dinero organizado, que, tal como afirmaba Roosvelt, es tan peligroso como el gobierno de la mafia organizada.
Sin embargo, como mantenemos desde estas líneas, estamos en los albores del final de una era basada en la deuda privada como motor de crecimiento y prosperidad. La adición a la deuda ya no crea crecimiento; todo lo contrario, el servicio de la deuda (los pagos de intereses) resta crecimiento potencial, más allá de un crecimiento espurio de corta duración. Y el final del consumo basado en el crédito será un desarrollo muy positivo, que además permitirá la recuperación del Estado como elemento al servicio de la ciudadanía y no en conchabo con los poderes corporativos, básicamente financieros. Obviamente, en el ínterin de ese proceso, los partidos políticos que sustentan el actual sistema desaparecerán o serán reducidos a posiciones insignificantes, y gran parte de la superclase perderá su riqueza y privilegios. La alternativa, los Juegos del Hambre.

                                                                            JUAN LABORDA  Vía VOZ PÓPULI

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