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miércoles, 26 de diciembre de 2018

21-D, HISTORIA DE UN TIMO

Más allá del gesto impostor y la palabra hiperbólica, empeñarse en celebrar el Consejo de Ministros en Barcelona fue una imprudencia por partida triple


Protestas en los exteriores del hotel en el que se alojó Sánchez en Barcelona. (Reuters)


A todos los presidentes de la democracia, desde Suárez hasta Rajoy, les pasó alguna vez por la cabeza la idea de hacer un Consejo de Ministros en Barcelona. Quizá todos hallaron en su día alguna buena razón para no hacerlo, pese al efectismo de la imagen. Ni siquiera lo intentó Felipe González durante los Juegos Olímpicos de 1992, que eran una ocasión pintiparada. Franco, sin embargo, lo hizo en ocho ocasiones.

Cabe preguntarse por qué ha dado ese paso el gobierno más débil en el momento más peligroso: cuando Barcelona es objetivamente la ciudad más conflictiva de España (y, probablemente, de Europa). Cuando el interlocutor institucional resulta ser un pirómano de la política que, además, carece de autonomía porque lo teledirigen desde Waterloo. Cuando está a punto de iniciarse un juicio trascendental y potencialmente explosivo. Cuando se ha borrado todo rastro de consenso con las otras fuerzas constitucionales. Cuando dentro del propio partido del Gobierno cunden las dudas y el temor.


Manuel Cruz

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