Rajoy y Zapatero en el Congreso.
EFE
Dicen que Mariano Rajoy
fue el jueves la estrella del copetín que siguió a los actos de
celebración del 40 aniversario de la Constitución en el Congreso de los
Diputados. En el llamado Salón de los Pasos Perdidos, los periodistas se
le disputaban en un casi desesperado intento por lograr una frase de
interés, no digamos ya un titular. Volvía el nota después del tocata y
fuga protagonizado en la tarde noche del 31 de mayo pasado, cuando huyó
como un Boabdil del Congreso para empinar
el codo en un reservado de la calle Alcalá esquina Independencia. “Rajoy
fue el que recibió más saludos y muestras de afecto” decían las
crónicas el viernes. Increíble, pero cierto. Maestro en el fútil
gallegueo, Mariano regateó a todos y no respondió a nadie, aunque
confesó no echar “nada” de menos el ruido político, y aseguró tan
campante que ahora se encuentra “muy bien”. “Realmente muy bien”,
recalcó con cierto regocijo, una frase que define el grado de cinismo de
este desaprensivo responsable de haber dejado a España al borde del
caos más absoluto.
Contó también que “mantiene su rutina de vida
saludable, sale a caminar todas las mañanas y sigue muy de cerca la
actualidad de su Real Madrid”. Lo suyo, vamos. Que habla habitualmente
con Soraya y de vez en cuando con Pablo Casado, y que lo de la Convención que prepara el PP para mediados de enero le suena a chino. A José Alejandro Vara
le confesó que no habla de política ni con los suyos, y que su vida se
centra en el Registro y en sus paseos. Sobre la irrupción de Vox como un
cohete en el panorama político español, el pasmarote rechazó meterse
“en ese lío”. Este es el presidente al que casi 11 millones de españoles
encargaron en Noviembre de 2011 el rescate de una España asediada por
una feroz crisis económica y una aún más aguda crisis política que, a
estas alturas de 2018, lejos de haber sido superada ha alcanzado su
cénit. Este mediocre sigue refugiado en el burladero del “menudo lío”,
la frase que durante sus años de presidente resumía su aproximación
intelectual y política a cualquier tipo de problema: “¡Ufff, menudo
lío!”. Este es el personaje que el jueves reapareció en el Congreso
envuelto en la pañosa capa del “a mí que me registren”.
España
ha sido un país con mala suerte en los últimos 15 años. La masacre del
11 de marzo de 2004 –el gran misterio de una matanza que cambió la
suerte de este país, como bien sabían los cerebros que la planificaron-
sirvió para entronizar a un idiota en la presidencia del Gobierno, un
inmoral que hoy se dedica a sacarle lustre a las botas del dictador
venezolano Maduro, se supone que a cambio
de un buen estipendio porque los trabajos sucios no suelen hacerse
gratis. El 20 de noviembre de 2011, al idiota le sucedió un malvado, una
mala persona so capa de esa bonhomía que parece desprender su
arquitectura de espantapájaros en medio del trigal, un perezoso aferrado
al Poder que no cree en nada, que no tiene ninguna ideología más allá
de esa personalidad suya de perfecto presidente de Casino Provincial. Y
con la moción de censura hemos alcanzado el cenit de nuestras desdichas,
la síntesis perfecta: hemos colocado en Moncloa a un tonto y a la vez
malvado, además de un jeta, un tipo al que diariamente sostienen en la
Presidencia del Gobierno de España una serie de partidos que se declaran
enemigos de España.
Lo más llamativo, a la vez que preocupante, es que los
diputados del PP hicieron el jueves cola en el Congreso para saludar y
hacerse fotos con su antiguo jefe de filas, demostración fehaciente de
que buena parte del estado mayor del partido sigue siendo rajoyista,
a pesar del desastre dejado por el sujeto como herencia a los
españoles; estamos ante una gente que se niega a admitir el daño que
este triste personaje ha hecho a la derecha civilizada y moderna que
precisa España, esa derecha laica y liberal, comprometida con las
reformas estructurales sobre la base de una ideología y de un proyecto
de futuro para el país. Los diputados del PP corren cual corderitos
detrás del patán que ha dejado a su partido reducido a escombros.
Un PP plagado de minas
Y
ese entusiasmo que el bergante despierta entre quienes le deben los
garbanzos es una mala señal, metáfora de la tenaza que tiene aprisionado
a Casado entre la obligación de renegar del pasado para levantar el
vuelo de un PP liberado de las ataduras de la corrupción, y la
imposibilidad de hacerlo a cuenta de ese campo plagado de minas que
sigue siendo el partido, situación que se traduce en que el nuevo líder
no se atreve a realizar la crítica integral al periodo (del 2004 al
2018) que merece la mediocridad del personaje, lo cual incrementa
exponencialmente las dificultades que tiene para recuperar el voto huido
a Ciudadanos y a VOX, porque, de todo punto lógico, ese votante fugado
no termina de fiarse de los recién llegados, ¿más de lo mismo?, sobre
todo después de episodios tan desgraciados como el reciente reparto de
los montes en el CGPJ, llevan ustedes años engañándonos, años
traicionando su programa, ¿quién nos asegura que no volverán a hacerlo
otra vez?
Es la demostración extrema del deterioro
de nuestra democracia de partidos. La crisis del PSOE incubó en su seno a
Podemos, hijo natural de la traición de Rodríguez Zapatero,
el sembrador de vientos que después de abrir la caja de pandora donde
dormían apaciguados los demonios familiares históricos de los españoles
tras la aprobación de la Constitución del 78, a última hora se vio
obligado a plegar velas, reconocer la dureza de la crisis que negó con
saña, y aplicar el ajuste que le dictó Bruselas. Podemos nació con
Zapatero y se hizo mayor con Rajoy y su política de alimentar el
engendro para terminar de destruir al PSOE como potencial alternativa de
Gobierno. Soraya y Mariano se encargan de engordarlo a través de una
extensa red de medios, particularmente televisivos, que, además de cegar
su propio discurso, ha terminado por dar alas a un monstruo que hoy
tiene vida propia y amenaza no ya al PP sino al entero sistema
democrático, por obra y gracia de una extrema izquierda comunista
convertida en aliado contra natura de esos nacionalismos que pretenden
acabar con la unidad de España y la igualdad entre españoles. Es el gran
“éxito” de este Rajoy al que los diputados de Casado corren a saludar
enfebrecidos. Rajoy engendró a VOX y alimentó a Podemos.
Vox
es hijo de la traición de Mariano a los principios que iluminan el
frontispicio de cualquier partido sedicentemente liberal, y del
incumplimiento de la mayor parte de las promesas incluidas en su
programa electoral. De la renuncia a defender la unidad de España y
responder al secesionismo con la firmeza que demanda la defensa de la
ley y del Estado de Derecho, nace Ciudadanos en Cataluña por el centro
derecha y VOX por la derecha más radical. De hecho, el partido de Abascal,
cuyo nacimiento hay que datar en origen en el deseo de ocupar el
espacio liberal-conservador que Rajoy expulsó del PP en el Congreso de
Valencia, se ha limitado a coger por banda buena parte del programa
electoral con el que el PP se presentó a las generales de Noviembre de
2011. Hijo de la traición de Mariano, Vox ha ido creciendo después
merced al hartazgo de millones de españoles ante el diario espectáculo
de la corrupción, la dictadura de lo políticamente correcto y la levedad
de esa derecha contemplativa con los que quieren romper España. Como
dice Guillermo Gortázar, “si el PP tiene a
su lado un competidor se lo debe al 100% a aquel inquilino de la Moncloa
que huyó del Congreso en una sorprendente tarde de fin de mayo de
2018”.
Derrota sin paliativos de la izquierda
Lo que jamás nadie pudo sospechar en esta España
asolada por una clase política cada vez más inane es que al frente del
Gobierno llegaríamos a tener a un personaje encumbrado por los enemigos
de la nación, dispuesto a aferrarse al Poder incluso al precio de la
ruptura de la unidad de España. Un tipo incapacitado para hacer cumplir
la ley en Cataluña, en tanto en cuanto ello implicaría meter en vereda a
quienes le han hecho presidente. Dispuesto incluso a jugar a Maduro si
necesario fuera, con el respaldo de los sicarios del loco del Orinoco a
este lado del Atlántico. El personaje tuvo ayer mismo el cuajo de
criticar en Lisboa a PP y Ciudadanos por “apoyarse en fuerzas
antieuropeistas para gobernar ciertas regiones de nuestro país”. Lo dice
quien diariamente necesita el apoyo de separatistas y filoetarras para
gobernar España. Los votantes andaluces acaban de responder tanto
descaro como merece. Gregorio Morán
escribía ayer aquí que “lo llamativo [de las elecciones andaluzas] es
que la derecha se ha hecho reina del juego político y que ha infligido
una derrota sin paliativos a la izquierda, que se ha quedado para
lamerse las heridas”.
El mensaje que llega de
Andalucía parece claro: una mayoría de españoles parece resuelta a
confiar en un nuevo Rey y en tres nuevos líderes políticos para que,
tras las generales de 2019, pongan manos a la obra y hagan lo que se
negó a hacer el miserable Rajoy en 2011: la reforma de nuestra
democracia, en lugar de la ruptura que pretenden la extrema izquierda y
los separatistas. Una segunda oportunidad para la derecha española. Y un
toque a rebato para lo que queda, si es que queda algo, del viejo PSOE,
obligado a optar entre continuar ligado a los rufianes o incorporarse a
la ola reformista democrática que se anuncia desde el sur. España
precisa un partido socialdemócrata alejado de los delirios separatistas y
de la extrema izquierda bolchevique.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario