Una relación, sea de familia, de pareja o de amistad, todas, basadas en
el intercambio, sin amor, están abocadas al fracaso. Porque el amor,
piedra de toque de toda relación, su alma misma, se habrá
mercantilizado; y el amor no es amor si no es libre. Lo mercantil es
propio de las relaciones profesionales, donde es justo el intercambio, y
de hecho en eso se basa, de manera que estamos dispuestos a pagar un
precio determinado según la necesidad que tengamos y el valor que
atribuyamos al objeto de intercambio, aun poniendo amor; pues al menos
el valor de cambio debe ser justo, o tarde o temprano, si no lo es, dará
la cara la injusticia, en forma de falta de entendimiento o hasta otras
formas derivadas, como una enfermedad provocada por tal injusticia, o
carencia de la educación adecuada, problemas estructurales de índole
variopinta. No obstante, una relación de amor en la que haya mucha
diferencia entre la calidad del amor que ponen los implicados, tampoco
va a funcionar, por lo común, porque no es justa, y por eso fácilmente
rompe tarde o temprano. Pero ¿es justo que Dios nos ame como nos ama,
dando su vida por nosotros, y que nosotros no le amemos ni a Él ni a
nuestros hermanos los hombres, sabiendo que Jesucristo nos dijo que
amando a nuestros hermanos lo amamos a Él? Por eso es posible una
relación feliz y muy feliz entre personas con mucha diferencia en la
calidad del amor que se tribute cada miembro, y dará fruto, porque puede
ser reflejo consciente por parte de alguna de las personas implicadas
del amor con que Dios nos ama: infinito es poco. Sin embargo, como somos
imperfectos, generalmente no funciona, porque surgen esos problemas
colaterales inesperados, consecuencia de la injusticia misma; pero a
veces el que es consciente de esa realidad es capaz de amar sin esperar
nada a cambio, y hasta vaciándose totalmente llegando al anonadamiento,
circunstancia que por lo común no es patente. Eso sería un santo.
Pensamos que santos hay pocos, pero hay muchísimos, que están aguantando
mucha injusticia por el desequilibrio en la balanza del amor, y hasta
los hay a millones que a pesar de haber intercambiado en una relación
comercial explícita o ni tan solo eso, están pagando el precio de tal
injusticia en carne propia. Literalmente, están muriendo de hambre,
enfermedad o ambas cosas. ¿Es eso lo que deseamos para nosotros? ¿Lo
vemos, lo sabemos, Dios nos lo advierte, y seguimos sin amar? ¿No nos
remuerde la conciencia ser conscientes de tal injusticia, sabiendo como
sabemos cada día más que nosotros, incluso, estamos viviendo a su costa?
JORDI MARÍA d'ARQUER Vía FORUM LIBERTAS
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