Pedro Sánchez, durante su comparecencia en en el último Consejo de Ministros de 2018
Siete días después de que en Barcelona sometiera a los
españoles de bien a una humillación sin precedentes, pasando por el aro
de esa “cumbre bilateral” que le exigía Torra, reunión entre iguales, Gobierno de España y Gobierno de Cataluña, afrenta sin paliativos, Pedro Sánchez
apareció en rueda de prensa para hacer balance, más bien alucinada
parodia, de sus siete meses de Gobierno, convencido como está de poder
tomar a los españoles por idiotas capaces de comulgar con ruedas de
molino. Siete meses sobre tres pilares: primero, la “regeneración
democrática” (por ejemplo, la de esa ministra de Justicia a quien, amiga
de confidencias del comisario Villarejo,
mantiene contra viento y marea, por citar sólo un caso del repertorio de
escándalos de este Ejecutivo); después, la “modernización de la
economía” (con inaudito desparpajo se atreve a hablar del crecimiento y
del empleo como uno de sus logros), y finalmente, el “presupuesto
social” (ya saben, la igualdad, la seguridad de las mujeres y por ahí).
Sin olvidar el “bono social térmico”. Y Franco,
claro. Un auténtico vendedor de crecepelo nuestro presidente okupa.
“Este Gobierno ha hecho más en siete meses por la regeneración de la
democracia, la modernización de la economía y el presupuesto social que
el anterior en siete años”.
Cuando Sánchez alude a su
capacidad para modernizar la Economía seguramente se refiere a la
“modernización” ocurrida en Correos, la empresa pública que preside Juan Manuel Serrano,
íntimo y ex jefe de gabinete de Sánchez, que acaba de firmar un acuerdo
con los sindicatos asumiendo una subida salarial del 9% y la creación
de 11.200 nuevos empleos fijos. Correos, huelga decirlo, tiene como
52.000 personas en plantilla y perdió 147 millones en el ejercicio 2017.
Es la idea de economía moderna que tiene este piernas, la de crear
empleo público cargando el gesto en las espaldas de los ciudadanos
obligados a sostener esas pérdidas con sus impuestos. Es la situación
insostenible de unas clases medias sometidas a un saqueo constante por
parte de las mafias del populismo de izquierdas (también de la derecha
inane de los Rajoy, para qué negarlo),
mafias acostumbradas a prometer el oro y el moro en nombre de la
“igualdad” con cargo al bolsillo del prójimo. Es la nueva peste que hoy
recorre no solo España, sino toda la UE, y que acabará por sacar a la
calle a esas clases medias perpetuamente esquilmadas por las alimañas de
“lo social”.
Estamos ante la viva representación de
la decadencia de una clase política que ha tomado el Estado al asalto
con la intención de exprimirlo y de obligar a los ciudadanos, vía
impuestos, a pagar la cuenta. Un personaje orwelliano que parece creerse
sus propias mentiras y que aborda los temas con un descaro, una cara
dura que produce asombro, hasta el punto de que uno llega a preguntarse
si estamos ante un cínico consumado o ante un perfecto idiota. Un
epígono de Ignatius Reilly, el protagonista de La Conjura de los Necios,
un hombre fuera de su tiempo, anclado en un mundo imaginario, en esa
España inventada que Sánchez dice “haber cambiado a mejor en siete
meses”. Un falsario que juega el papel de moderado al frente del
Gobierno más radical que hemos conocido desde Franco. “La vocación del
Gobierno de España es agotar la legislatura”, sostiene, entre otras
cosas para permitir a los cientos de altos cargos por él enchufados en
la Administración y en el sector público aprovecharse del chollo el
mayor tiempo posible. Un tipo sin complejos. Un “sofista garrulo”, que
diría Menéndez Pelayo, dispuesto a “la
espantosa liquidación” del pasado de España. Un jeta convencido de que
puede engañar a propios y extraños con los abalorios de su desahogado
chauchau.
Estamos ante el español del año, sin la menor duda. El otro, sin discusión posible, es Mariano Rajoy,
un hombre que pasará a la historia moderna de este país como
responsable de la mayor traición a los intereses de la España
democrática en mucho tiempo. El protagonista de aquella cobarde huida
del escenario de un Congreso, tarde noche del 31 de mayo pasado, donde
se discutía el destino de la nación. Un miserable cuya sombra sigue
gravitando sobre un PP obligado a limpiar la casa y sacudirse su
influencia para ser creíble. Entre ambos dos, entre Mariano y Pedro, han
colocado a España ante uno de los años más complejos, más difíciles y
sin duda más peligrosos de su reciente historia. No todo son malas
nuevas, empero. El año cierra con una gran noticia para el futuro del
país, una novedad llegada de Andalucía, la comunidad donde Susana Díaz
se las prometía felices prorrogando el régimen clientelar establecido
por el PSOE desde hace casi 40 años, y donde contra pronóstico la
derecha se hizo con un triunfo que más que un fracaso de la señora es un
bofetón en pleno rostro a Sánchez y sus alianzas con los enemigos de
España.
Ensayo general para el pacto de las derechas
PP
y Ciudadanos están gestionando con acierto el relevo en la Junta
andaluza, huyendo de las provocaciones del sanchismo y de la histeria de
mucha prensa madrileña. Ciudadanos prometió que habría cambio en
Andalucía y hacia ello vamos, y no parece que Vox vaya a ser un
obstáculo, entre otras cosas porque esta fiesta no es la suya y en la
formación de Abascal parece haber gente acostumbrada a la funesta manía
de pensar. Esta no es, todavía, la hora de Vox, un partido a quien la
rancia izquierda española se empeña en hacer crecer diariamente como la
espuma. Lo sucedido al sur de Despeñaperros parece anunciar lo que a
nivel del Estado podría ocurrir en municipales y autonómicas en mayo
próximo. En definitiva, lo de Andalucía suena a ensayo general de ese
gran pacto al que, quieran o no, parecen condenadas las derechas y cuya
misión, muy posiblemente a partir de este mismo 2019, será doble: poner
firme de una vez por todas al separatismo catalán, y abordar en paralelo
las reformas en profundidad que necesita España para ser de verdad un
país moderno y fiable, ese país “verdaderamente constitucional y
jurídicamente europeo” que decía Baroja.
Un
año trascendental por delante. En el ejercicio que ahora comienza
debería, en efecto, producirse el desenlace del nudo gordiano en que se
debate España desde la abdicación de Juan Carlos I,
si no antes: el de la destrucción del Estado que ampara la
Constitución, destrucción y consiguiente balcanización a la que aspiran
los separatistas con la eficaz colaboración de Podemos & asociados, y
Sánchez de compañero de viaje o tonto útil, o el rearme de la España
democrática que consagra esa misma Constitución, junto a la voluntad
decidida de abordar la solución del problema catalán mediante la ley y
solo la ley, con la intervención de la Generalidad durante el tiempo que
sea menester. La disposición de Sánchez para arrastrarse ante PdeCat y
ERC en prócura de sus Presupuestos, con la intención de alargar la
legislatura cuanto sea posible, es un mero globo presto a explotar
cuando, posiblemente en febrero, se inicie el juicio contra los
golpistas del prusés, juicio que podría acabar con
la imposición de graves condenas, lo que ineludiblemente provocará,
entonces sí, el famoso choque de trenes con el que los supremacistas
vienen amenazando desde la Diada de 2012.
Una labor
que deberá emprender la derecha constitucionalista, hoy reducida a tres
partidos, porque con este PSOE desnortado no se puede contar. ¿Hay
posibilidad de que de las ruinas del viejo edificio del felipismo
resurja un partido de corte socialdemócrata, capaz de unir fuerzas en
esa doble y noble tarea de defender la España constitucional y apoyar
las grandes reformas que la modernización del país reclama? ¿Es
esperable una revolución interna en el PSOE? En buena lógica no sería
descartable, si tras las municipales y autonómicas de mayo se produjera
el batacazo socialista –ojo a ese cabreo sordo de unos barones alarmados
por la estrategia entreguista de Sánchez que erosiona sus posibilidades
electorales- que muchos se temen. Hoy por hoy, sin embargo, con el
socialismo clásico escondido, cobardemente callado ante las tropelías
del personaje, es una posibilidad que suena a pura quimera.
La nación española no estaba muerta
Alguien ha escrito en Barcelona que lo ocurrido en
Andalucía ha alarmado al nacionalismo (“la peor de todas las pestes”, en
palabras de Stefan Zweig) más inteligente,
si es que existe alguno, hasta el punto de provocar una reflexión
estratégica que podría llegar incluso al abandono temporal de la vía
eslovena a la independencia por las bravas, con la violencia que sea
menester en versión Torra, para abrazar una suerte de independentismo “a la vasca”, un rumbo como el allí trazado por Urkullu, en
el que lo prioritario sería poner a buen recaudo las “conquistas”
arrancadas a los Gobiernos de Madrid. Lo cual vendría a constatar un
hecho cierto: que el martilleo constante del comunismo podemita y del
separatismo catalán contra España, la exponencial acumulación de ofensas
contra todo lo español, ha obrado el milagro de despertar a la nación
española, a ese español común que no estaba muerto, no, que estaba de
parranda. Convendría, con todo, no engañarse: es difícil que la cerril
terquedad de Puigdemont y sus monaguillos
en la Generalidad renuncie a “la mejor oportunidad que vieron los
siglos” de alcanzar su mítica Ítaca aprovechando la presencia de un
traidor como Sánchez al frente del Gobierno de España.
Se
avecinan, por eso, tiempos muy complejos, muy tensos, casi críticos,
donde los españoles de centro derecha, más los españoles de centro
izquierda dispuestos a defender la España constitucional de quienes la
quieren destruir, deberán estar dispuestos a movilizarse. Lo dijo el
viernes 21 el presidente de Aragón, el socialista Javier Lambán:
“frente a cánceres como el del separatismo catalán, la unidad y la
Constitución se defienden a través de un combate inmisericorde por las
vías de la política, la ley, la cultura, y sobre todo, la verdad, no
pactando o teniendo avenencia con él”.
Sánchez no parece haber entendido
el mensaje que le acaba de enviar Andalucía. No distraigamos al general
enemigo que está equivocando su estrategia. Dejémosle que persevere en
el error, porque su sorpresa será mayúscula cuando compruebe el alcance
de su desatino. La indignación nacional contra su entreguismo al
separatismo catalán no deja de crecer. ¡Feliz año 2019 a los lectores de
Vozpopuli!
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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