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lunes, 10 de diciembre de 2018

ALERTA ANTIFASCISTA


Cuando un partido ya instalado (como es Podemos) se apoya en las «políticas de identidad», está anticipando su fracaso


Juan Manuel de Prada


Supe que Vox había venido para quedarse cuando Pablo Iglesias compareció ante los medios y lanzó una «alerta antifascista», exhortando al «movimiento feminista», a las «plataformas de afectados por la hipoteca», a las «organizaciones estudiantiles» o a los «colectivos LGTBi» para que se movilizasen.

Pablo Iglesias estaba aplicando la receta que Ernest Laclau y Chantal Mouffe proponen en Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia. En este libro, Laclau y Mouffe impugnan todas las vías democráticas del socialismo, desde Habermas a Alain Touraine, pasando por Giddens; y -considerando que la clase trabajadora es un cachivache obsoleto- se dedican a espigar nuevos sujetos con potencial revolucionario, desde los movimientos feministas hasta las minorías étnicas o sexuales, que puedan ser «rearticuladas» para suscitar «antagonismos» en la sociedad. Dicho en román paladino, Laclau y Mouffe postulan que se azuce a todas estas minorías en «la hostilidad común hacia algo o hacia alguien» al que puedan culpar de su insatisfacción, suscitando en ellas el odio y la violencia vandálica. A nadie que no sea imbécil se le escapa que Vox ninguna culpa tiene de los desahucios o de la racanería de las pensiones, de la degradación de la Universidad o de las violaciones en manada; pero Pablo Iglesias entendió aquella noche (en una clara decisión perdedora) que podría aplicar contra Vox el mismo mecanismo que en otro tiempo aplicó muy exitosamente, canalizando resentimientos y frustraciones contra los bancos o contra la «casta».

Pero cuando Podemos triunfó con esta estrategia era un partido emergente; y eligió como diana de sus ataques instancias que eran percibidas como enemigas por amplias capas sociales. Ahora Pablo Iglesias ya sólo apela, cayendo en lo que Daniel Bernabé denomina «la trampa de la diversidad», a los movimientos asociados a las «políticas de la identidad». Y la apelación a estos movimientos es el preámbulo de la derrota, como nos enseña Eric Hobsbawn, analizando la victoria de Margaret Thatcher (y como nos enseña también la derrota de las izquierdas en Andalucía, justo en el año de la sedicente «revolución feminista»). En efecto, las «políticas de la identidad» -explica Hobsbawn- siempre enajenan las simpatías del resto de la sociedad, que percibe esas reivindicaciones como una exigencia de privilegios por parte de determinadas minorías (así, por ejemplo, el feminismo de tercera ola enajena automáticamente las simpatías de casi todos los hombres, pero también de multitud de mujeres). Los efectos letales de esta «trampa de la diversidad» los apreciamos en Estados Unidos, donde una mayoría de mujeres blancas votó a Trump; y también en Europa, donde cada vez más homosexuales votan a las nuevas derechas, porque se sienten amenazados por las políticas islamófilas de la izquierda. El método Laclau tal vez funcione cuando un partido emergente logra encontrar un enemigo que actúe como aglutinante o agregador social; pero Hobsbawn nos enseña que, cuando un partido ya instalado (o más bien declinante, como es el caso de Podemos) se apoya en las «políticas de identidad», está anticipando su fracaso.

Las «alertas antifascistas» sólo servirán para que Vox amplíe su respaldo en las urnas, que será apoteósico en las próximas elecciones europeas. Y también para que la izquierda entrampada en la diversidad languidezca, como está languideciendo en toda Europa, mientras los trabajadores despreciados se dedican a votar a las nuevas derechas. Así ocurrirá también en España, a poco que Vox acuñe un discurso social atractivo; y la estrategia perdedora de Podemos no hará sino acelerar este proceso.


                                                                                     JUAN MANUEL DE PRADA   Vía ABC

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