Daniel Lacalle
“Don’t you forget about me, I’ll be alone, dancing alone”. Keith Forsey
Andalucía es una de las regiones de Europa con mayor potencial
económico. Sus empresarios y autónomos son héroes, soportando una de las
cuñas fiscales más altas de España y de la OCDE. Sus contribuyentes son
verdaderos ejemplos de paciencia. Han sufrido el
expolio fiscal constante y, con ello, una gestión de los recursos
públicos deficiente, confiscatoria y clientelar.
El triste legado que dejan casi cuarenta años de socialismo es una región que, según la Unión Europea, se encuentra entre las más pobres
(al bajar su PIB por debajo del 75% de la media en 2017), es campeona
en paro (22,9%) con un diferencial de paro estructural promedio de 14,5
puntos porcentuales con respecto a Europa y de 7,6 puntos porcentuales
con respecto a la media española durante los últimos quince años.
La región muestra pobres cifras en materia
educativa. El informe PISA y el de Diferencias Educativas Regionales de
la Fundación BBVA concluyen que Andalucía es la comunidad con más número de repetidores
en Educación Secundaria Obligatoria, su tasa de abandono escolar es
cinco puntos superior a la medida nacional y el rendimiento de los
escolares de 15 años es el más bajo de España. Y los estudiantes
andaluces no son menos inteligentes o con menor potencial que otros,
todo lo contrario. Tienen en su mayoría excelentes cualidades,
creatividad, talento, iniciativa individual y capacidad, pero no se
potencian en el sistema educativo. Todo ello se puede y debe mejorar con
una política educativa orientada a la excelencia, no a “igualar a la
baja”. No se soluciona aprobando con un suspenso, sino potenciando el
mérito y excelencia individual.
No es por falta de fondos.
Andalucía ha recibido desde 1986 más de 100.000 millones de euros en
fondos de la Unión Europea, además de ser la región donde más ha
invertido el Estado desde 2008 (26.100 millones entre 2008 y 2017), y recibir de la caja común de solidaridad territorial el equivalente al 4% de su PIB.
Casi cuatro décadas de socialismo no solo han dilapidado esos fondos, sino que han convertido a Andalucía en un auténtico infierno fiscal y burocrático.
La cuña fiscal a empresas y familias se sitúa entre las más altas de
España, según el Registro de Economistas Asesores Fiscales (REAF) y
Civismo. En IRPF, el mínimo y máximo son más altos que la mayoría de las
comunidades autónomas y la presión fiscal es 1,3 puntos superior a la
media nacional. Los contribuyentes de la región pagan más en IRPF, Actos
Jurídicos Documentados, Transmisiones Patrimoniales, Patrimonio,
Sucesiones, Donaciones, etc. Adicionalmente, Andalucía se sitúa como una
de las dos comunidades autónomas con mayor intervencionismo y menor
índice de libertad económica, según estudio de Cabrillo, Albert y
Biazzi.
Criticar estas evidencias no es atacar a Andalucía, es defenderla. Lo que ataca a Andalucía es el modelo de paro e intervencionismo impuesto desde la Junta.
Todo para sostener el ¿Estado de bienestar? No. El bienestar burocrático. Del total de gasto social
de 2017, 29.625 millones de euros, solo el 50,5% se dedica a protección
ciudadana, dependencia, sanidad y educación. Más del 45% se va a gastos
varios e imaginativamente divididos que esconden un gasto político cifrado en 6.000 millones de euros y casi 24.000 puestos.
Según reconoce la propia Junta, para la
administración paralela trabajan 23.899 personas. La Cámara de Cuentas
de Andalucía muestra que los contratados en entes instrumentales de la
Junta han aumentado constantemente hasta 2018 mientras se recortaba en
sanidad, por ejemplo. Precisamente aquellos que defienden lo público deberían estar indignados ante la creación de administraciones paralelas y entes instrumentales pagados con mayores impuestos.
¿Se han visto mejoras? Por supuesto. Solo faltaba
que esa cantidad ingente de fondos hubiera hecho que todo empeorara.
Pero relegar a una región de enorme potencial y talento a resignarse a
ser “aceptable entre las peores” es simplemente inaceptable para los que
conocemos el valor y potencial de Andalucía.
Ahora, con el final del gobierno socialista, llega una enorme oportunidad y nada fácil de implementar.
Las bajadas de impuestos propuestas en el acuerdo anunciado esta semana son una parte, pero no suficiente.
Debe reducirse más la presión fiscal y también la burocrática. Y se
cumplirá con el déficit y los compromisos presupuestarios eliminando
entes instrumentales innecesarios.
Debe eliminarse la administración paralela, ya que
no se pudo llevar a cabo en los años de coalición Ciudadanos-PSOE. Desde
marzo de 2015 hasta 2018, las sociedades públicas, agencias
empresariales, fundaciones y consorcios aumentaron personal en casi 850 personas.
Se ha demostrado en muchas ocasiones que cerrar entes deficitarios
sufragados con enormes impuestos no aumenta el paro, sino que lo reduce,
porque el efecto depresor sobre el empleo es mayor que lo que contrata.
Cuando una región tiene un potencial tan amplio,
cercenado durante décadas por la bota intervencionista, la oportunidad
es triple: atraer muchas más empresas, facilitar la contratación y eliminar los incentivos perversos.
De esa manera no solo se garantizan los servicios públicos, sino que se
termina con la espiral negativa que pone escollos al crecimiento.
Andalucía ha demostrado que sus empresas y sus
ciudadanos son tan buenos o mejores que cualquier comparable… cuando les
dejan. Que la región tiene talento y potencial para compararse con los
mejores, no con los más pobres de Italia. Que son capaces de crear valor, empleo y crecimiento, de investigar y generar patentes como nadie, cuando les dejan.
Andalucía ha sufrido un sistema que penalizaba el éxito y subvencionaba el clientelismo.
Andalucía no solo puede ser una de las regiones más
ricas e innovadoras de Europa, que incentiva el talento y el éxito
desde un modelo facilitador, no entorpecedor. Puede ser el motor de crecimiento de Europa y entrar en las regiones más ricas y con menor paro.
Todos y cada uno de los ciudadanos de Andalucía se pueden beneficiar de un cambio en positivo.
Talento, sobra. Intervencionismo, también.
DANIEL LACALLE Vía EL ESPAÑOL
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