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domingo, 16 de diciembre de 2018
EL MISTERIO CARMEN CALVO; 'SE NON È VERO, È BEN TROVATO'
La vicepresidenta ha convertido su
área de gestión en pura agitación y propaganda. Agita y agita pero sin
promover el equilibrio y la cohesión de los diferentes ministerios
La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo. (EFE)
No hay ninguna razón para pensar que la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo,
dijera la frase más célebre que se le atribuye: 'el dinero público no
es de nadie'. Nadie es capaz de expresar tamaña sandez. Pero sí hay constancia escrita de una perla que ha reflejado su Twitter oficial. Sostiene la vicepresidenta (sic) que "proteger la libertad sexual de las mujeres implica aceptar la verdad de lo que dicen. Las mujeres tienen que ser creídas sí o sí, como en cualquier otro tipo de delito. Las víctimas deben contar con la solidaridad del Estado".
La
primera parte de la frase, a primera vista, es una obviedad. También la
última. Es evidente que cualquier ciudadano tiene derecho no solo a
declarar, sino a ser creído por los tribunales de
justicia. De otra forma, se estaría ante la vulneración flagrante de una
de las piezas esenciales del Estado democrático, que no es otra que el
derecho a ser juzgado por un juez imparcial, algo que el estado debe proteger. La propia Constitución española (artículo 24) establece que "todas las personas tienen derecho a obtener la tutela efectiva
de los jueces y tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses
legítimos, sin que, en ningún caso, pueda producirse indefensión".
Es decir, que el derecho y la obligación de "aceptar la verdad de lo
que dicen [las mujeres]" está recogido por las normas y hay poco más que
añadir. Lo contrario sería prevaricar. Cosa distinta
es que ese derecho se vulnere por la vía de los hechos, lo cual es una
responsabilidad, precisamente, de los poderes públicos, y en particular
del Gobierno —del que Calvo es vicepresidenta— a la hora de poner medios para que ese principio no sea solo teórico, sino real.
Más llamativa es la segunda parte del tuit en la que la vicepresidenta Calvo sostiene que "las mujeres tienen que ser creídas sí o sí,
como en cualquier otro tipo de delito". Como la frase no hay por donde
cogerla, no merece siquiera comentarla. Solo recordar lo que expresó en
una ocasión de forma magistral Juan Goytisolo: "Matar a un inocente no es defender una causa, es matar a un inocente". Y ese "sí o sí" es el mayor desprecio que se puede hacer hoy al Estado de derecho, lo cual pone de relieve hasta qué punto la nadería intelectualse ha instalado en una parte de la Moncloa sobre un asunto tan relevante como es la presunción de inocencia.
Carmen
Calvo, con apenas medio año en la Moncloa, ha demostrado sobradamente
su incapacidad política para cumplir con sus funciones
Sería injusto, sin embargo, juzgar a un dirigente político solo por una frase. Al fin y al cabo, errar es humano, aunque ya Cicerón advirtió
que solo el ignorante persevera en el error. Y Carmen Calvo, con apenas
medio año en la Moncloa, ha demostrado sobradamente su incapacidad
política para cumplir con sus funciones. En particular, con la labor de vertebración
de un poder ejecutivo que nació en circunstancias muy singulares: en
medio de una legislatura y con una exigua minoría parlamentaria.
Escaso bagaje
La tarjeta de visita de Calvo asegura que es vicepresidenta, pero en realidad no lo es. Lo fueron Fernández de la Vega y Sáenz de Santamaría, y mucho antes Alfonso Guerra, Álvarez-Cascos o Rato,
que tenían mando en plaza y ejercían su poder a través de las cañerías
por las que circula el poder político. El caso de Calvo es distinto.
Ejerce sus funciones más como una activista empotrada en los jardines de la Moncloa que como una vicepresidenta capaz de dar coherencia administrativa y política a la acción del Gobierno. Algo que explica su escaso bagaje en casi medio año de ejercicio del poder.
Aunque no es una responsabilidad exclusivamente suya, su fracaso en la creación de una arquitectura jurídica capaz de exhumar los restos de Franco es
manifiesta. Desde luego, no menor que la grave metedura de pata que
cometió tras entrevistarse con el Vaticano, y que dio paso a un desmentido oficial
de la Iglesia católica, algo insólito en una relación entre Estados.
Sin desmerecer el bochornoso papel del CIS, que está bajo su
responsabilidad, por permitir que un organismo del Estado que cuesta su
dinero a los españoles haya caído tan bajo. Y ni siquiera es preciso
recordar aquella majadería
que fue hablar de Pedro Sánchez como si fuera un don nadie y no tuviera
responsabilidad en el Partido Socialista antes de ser presidente a cuenta del delito de rebelión, y que fue un insulto a la inteligencia de los españoles.
Calvo
ejerce sus funciones más como una activista empotrada en la Moncloa que
como una vicepresidenta capaz de dar coherencia al Gobierno
La carrera de despropósitos, lejos de decrecer, ha ido en aumento, y ha alcanzado un hito difícil de superar con la elección de la Casa Llotja de Mar como lugar del Consejo de Ministros que se producirá el próximo viernes. ¿No cuenta el Gobierno de la nación con un edificio del Estado para reunirse en Barcelona? ¿No se trataba de una reunión de trabajo para dar normalidad democrática y no un acto cargado de un falso simbolismo? En su lugar, se ha elegido un edificio extraordinario desde el punto de vista artístico, pero de uso privado
(la Cámara de Comercio), lo que inevitablemente recuerda a esos viajes
que hacían los virreyes y que utilizaban los palacios de las élites
locales como aposento cuando viajaban por las posesiones coloniales.
El historiador Elliott contó en su Conde-Duque de Olivares la visita que hizo Felipe IV
a Barcelona en 1626 para lograr la adhesión de los catalanes a la Unión
de Armas, y recordó que cuando el rey y el conde-duque cruzaron la
frontera de Aragón y entraron en Cataluña, "iban a encontrarse a una
sociedad mucho más apegada a sus privilegios y hasta entonces menos expuesta al corrosivo proceso de penetración lingüística y cultural
de Castilla" que la que había dejado atrás en el reino de Valencia. Aun
así, recuerda el historiador británico, "la comitiva real entró en
Barcelona el 26 de marzo; el rey, cuyos cabellos rubios resultaban
increíbles para los catalanes, iba a caballo, vestido de rosa y tocado con un sombrero de plumas guarnecido de diamantes".
A su lado, continúa Elliott, "venía un cotxe mol galant i dintre no i
anava sinó un home que portava una bella barba i era molt gros". Era la
primera visión que Barcelona tenía de Olivares, concluye el historiador.
La cuestión catalana
Ni Pedro Sánchez es Felipe IV ni Carmen Calvo es ese sagaz diplomático
que era el conde-duque, pero lo que es cierto es que la ausencia de una
estrategia sobre Cataluña ha vaciado de contenido el viaje. No es, por
supuesto, responsabilidad exclusiva de la vicepresidenta, ni desde luego
del Gobierno ante la cerrazón del independentismo, pero parece obvio
que alguna culpa tendrá cuando la cuestión catalana es un asunto que
lleva directamente Moncloa y nadie más. Hasta el punto de que se viene
marginando de forma sistemática (más allá de cuestiones más
administrativas que políticas) a la ministra Batet, cuando es su departamento, junto a Hacienda, quien debería elaborar una estrategia global sobre la actualización del modelo territorial, que es el contexto en el que hay que situar la cuestión catalana.
Los reyes Felipe VI y Letizia saludan a la vicepresidenta Carmen Calvo. (EFE)
Calvo,
por el contrario, actúa como una activista del consejo de ministros en
asuntos potencialmente rentables en términos electorales, pero sin ese
fuste que se le supone a quien ocupa el cargo de vicepresidente,
fundamental en un sistema parlamentario en el que las labores de
coordinación y de dirección política son esenciales.
Máxime cuando España, aunque Sánchez y sus asesores quieran aparentar lo
contrario, no es constitucionalmente un país presidencialista, lo que convierte al consejo de ministros (artículo 5 de la ley de gobierno) en un órgano colegiado.
Aunque la ley de gobierno
limita el poder de los vicepresidentes a las funciones que les
encomiende el jefe del Ejecutivo, a nadie se le escapa que su labor
tiene que ver el equilibrio y la cohesión interna
de los distintos ministerios, algo que hoy le es ajeno a Calvo. La
ausencia de coordinación de los ministros es manifiesta y se siguen
produciendo continuas contradicciones entre departamentos. Y lo que es
peor: su autoridad es un misterio en el plano político
más allá de convertir los recursos del Estado en un vulgar departamento
de agitación y propaganda sin peso intelectual alguno.
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