A la hora de derrotar a los enemigos de la Nación es esencial saber
distinguirlos. Si los confundimos con simples transgresores de la
legalidad, no estaremos en condiciones de evitar que acaben con nosotros
y nos arrebaten lo que somos, lo que tenemos y lo que esperamos lograr
en el futuro
Pedro Sánchez y Quim Torra
EFE
Una de las obligaciones primordiales del Poder Ejecutivo
es defender a la Nación de sus enemigos, que pueden ser exteriores o
interiores. Estas fuerzas hostiles merecen este apelativo, el de
enemigos, por proponerse destruir nuestra democracia, nuestra
prosperidad y nuestras libertades, porque su propósito es arruinarnos,
liquidar nuestras instituciones y privarnos de nuestros derechos. La
delincuencia común o el terrorismo se combaten con las leyes ordinarias
debidamente aplicadas por jueces y fiscales y la acción de la Policía,
la Guardia Civil y el CNI. Los ladrones, los asesinos, los
defraudadores, los yihadistas, los narcotraficantes y los proxenetas son
criminales, criminales comunes, y no alcanzan la categoría de enemigos
de la Nación. Se les neutraliza con medios “normales” que son
suficientes para detectarlos, detenerlos, llevarnos a los tribunales y
meterlos en la cárcel.
A la hora de derrotar a los enemigos de la Nación es esencial saber distinguirlos. Si los confundimos con simples transgresores de la legalidad,
no estaremos en condiciones de evitar que acaben con nosotros y nos
arrebaten lo que somos, lo que tenemos y lo que esperamos lograr en el
futuro. Si un tipo afirma que nos considera bestias con forma humana y
que nuestro ADN sufre una alteración, que Cataluña es republicana y que
nuestra Monarquía parlamentaria le es ajena, que quiere separar a
Cataluña de España sustrayendo a sus ciudadanos su condición de
españoles y de europeos y que para materializar tan siniestro fin está
dispuesto a ejercer la violencia al frente de miles de vándalos
fanatizados, y todo ello financiado con nuestro dinero, no nos
encontramos ante un mero delincuente, nos enfrentamos a un enemigo
mortal.
En Cataluña no
hay un conflicto político, como estúpidamente ha aceptado el Gobierno de
Pedro Sánchez en el comunicado conjunto que ha emitido con el de Quim
Torra. El Presidente de la Generalitat, que lo es gracias al
ordenamiento constitucional español y al presupuesto del Estado español,
no es un adversario electoral con el que se puede y quizá se debe
negociar, es un enemigo al que hay que vencer. No hay espacio de diálogo
posible con semejante energúmeno, en primer lugar porque su ideología
totalitaria, racista y liberticida le descalifica como interlocutor de
un Estado democrático y en segundo porque sus pretensiones y la forma en
que se propone hacerlas realidad quedan fuera del marco de un debate
civilizado. Este desenfoque conceptual sólo traza un camino, el del
fracaso y el colapso de la Nación.
Al tratar a los separatistas, que ya han ensayado un
golpe inconstitucional y violento y que persisten en la misma línea,
como interlocutores válidos dentro de los procedimientos habituales de
la confrontación política en una democracia pluralista, lejos de
apaciguar la guerra que nos han declarado sin motivo ni razón, les
estamos proporcionado las herramientas para que la ganen. Cuando el
Gobierno legítimo de la Nación ha de ser protegido por nueve mil agentes
de los cuerpos de seguridad del Estado -los Mossos también reciben su
salario, sus armas y sus equipos del contribuyente español- para poder
celebrar un Consejo de Ministros en Barcelona mientras la ciudad es
sumida en el caos por hordas de enmascarados agresivos que amedrentan a
la población y golpean a periodistas, entonar seráficos cantos al
entendimiento y al pacto es peor que una manifiesta idiotez, es una
cobardía repulsiva. El separatismo golpista catalán es un enemigo de la
Nación y ocultar o negar por oportunismo o por conveniencia personal
esta palpable verdad equivale a colaborar con él, es decir, a cometer
traición.
El Presidente de la Generalitat, que lo es gracias al ordenamiento constitucional español y al presupuesto del Estado español, no es un adversario electoral con el que se puede y quizá se debe negociar, es un enemigo al que hay que vencer
Desde el 3 de Agosto de 1808 en Bayona, fecha y lugar
aciagos en los que dos reyes indignos entregaron España al invasor
extranjero, no habíamos asistido a un espectáculo más bochornoso que el
reflejado por esa foto repulsiva de una cumbre en la que posan en pie de
igualdad el Gobierno que en teoría nos representa con el que nos ha
anunciado que nos va a borrar del mapa en cuanto tenga la ocasión.
La
conclusión de la malhadada excursión de Pedro Sánchez y sus
ministros/as a la Ciudad Condal es que España carece de Gobierno y que
el grupo de polichinelas que funge como tal ha decidido entregarla a las
fauces de los que pugnan por devorarla con tal de sobrevivir en su
simulacro unos pocos meses más. El Rey y las togas no podrán sostener
indefinidamente la unidad nacional y el imperio de la ley sin un
Legislativo y un Ejecutivo que cumplan con su función. Únicamente un
cambio de mayoría en el Congreso tras las próximas elecciones generales
nos dotará de un Parlamento y un Gobierno capaces de abordar la rebelión
en Cataluña con la contundencia y la decisión requeridas. La pregunta
inquietante es si llegaremos a tiempo. Feliz Navidad.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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